Abril 20, 2024

Criminalidad, pobreza…y algo más

 Criminalidad, pobreza…y algo más

La miseria genera muchas muertes invisibles, silenciosas, que carecen de la espectacularidad que suelen otorgarles los medios a otras muertes más relevantes. Más relevantes por imprevistas, por tratarse de víctimas y de victimarios con nombres y apellidos que trascienden la rutina y se asoman, aunque fugazmente, a la popularidad del universo cotidiano.

Un asesinato individual es tanto más visible porque puede ser identificado; mientras que los miles de crímenes cometidos a lo largo de los días y de los años por el hambre pasan fácilmente desapercibidos. Se trata simplemente de cifras, no de nombres y apellidos, y los asimilamos sin dolor y sin remordimientos, aunque en el fondo seamos colectivamente responsables de esas muertes.

Es cierto, no lo somos conscientemente y por lo tanto pareciera que no debemos hacernos cargo de esas víctimas anónimas. Y sin embargo no son más que la consecuencia de la aceptación de un sistema político que como dice Michel Foucault ha abandonado “las formas de poder tradicionales rituales, costosas y violentas por toda una tecnología fina y sofisticada del sometimiento” en el que, agrega, “los circuitos de la comunicación son los soportes de una acumulación y centralización del poder”.

De ahí que no nos sintamos culpables porque venimos siendo condicionados por una educación que nos impele a cumplir normas, leyes y reglamentos destinados a respetar la voluntad de quienes detentan el poder.

Nos han convencido de que los pobres son un amenaza y que cualquier mendigo puede transformarse súbitamente en ladrón y atentar contra nuestro patrimonio y nuestra vida. Pero pocos se preguntan sobre las causas que generan esa marginación, por qué delinquen esas personas. El desempleo, el hambre y la miseria con las que se ven obligados a luchar diariamente, son sus únicas realidades. La pobreza implica también falta de libertad.

Alguien ha dicho que la desigualdad es el precio de la riqueza. Los mayores índices de criminalidad y de pobreza se dan en aquellas ciudades con las mayores concentraciones de poder económico. En ellas crecen con fuerza dos mundos tangenciales y distintos, cada uno con sus propias normas.

La violencia será cada vez más difícil de extirpar en la medida en que las políticas sigan estimulando una mayor concentración de la riqueza y presten una cada vez menor atención a la promoción y a la incorporación de las mayorías al disfrute de un mínimo e indispensable bienestar.

“El autismo reina en los dos bandos en el de los relegados y en el de los que los relegan. El peligro no está tanto en la situación – que se podría modificar – sino precisamente en su aceptación ciega, en la resignación general”, dice Viviane Forrester, ante todas las contingencias que nos horrorizan, pero que pasado el primer instante de conmoción, se precipitan con insólita celeridad en el inexorable cauce del olvido.

Nos han convencido de que no hay alternativa. Hemos construido ciudades no para los seres humanos sino para los negocios. Los negocios pueden disponer de altas torres, de modernísima arquitectura y electrónica inteligencia, pero quienes las edifican deben conformarse con sobrevivir en barriadas inhóspitas que no parecen ser contemporáneas de aquellas.

Tal vez uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, la razón que justifica muchas cosas injustificables, derive del hecho del aniquilamiento progresivo del pensar. Son muchas las argucias utilizadas especialmente por los medios para desviar la atención hacia lo intrascendente y banal, disfrazándolo de deporte, de moda, de entretenimiento, y ocultar esa realidad en que germinan los principales conflictos de la actualidad.

Es importante que recuperemos nuestra capacidad de pensar en lo que como humanidad y como planeta nos afecta. Hemos de reflexionar seriamente sobre esa realidad y formular juntos nuevas alternativas porque es más que evidente que nuestro actual derrotero no nos está llevando a buen puerto.

Susana Merino

Fe  Adulta  –  Reflexión y Liberación

 

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