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¿Qué tanto crecimiento en Chile? / Paul Buchet 

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La prensa y los noticieros nos informan periódicamente del cálculo del pobre crecimiento de la economía chilena. Los pronósticos avisan  que podríamos llegar debajo de una cifra del 2% anual, lo que sería entrar en una recesión. En palabras sencillas: estaríamos gastando más que lo que ganamos.

Leyendo algunos artículos recientes en la prensa católica que hablan del desafío del crecimiento  y de la importancia  de la productividad, resurgen unas preguntas sencillas pero profundas acerca de la verdadera necesidad de crecimiento y del tipo de crecimiento del que hablan los economistas.

Hablamos del subdesarrollo  de una parte del mundo en los años cincuenta y se barajaron muchos proyectos de desarrollo. Poco a poco se empezó a hablar de desarrollo “sustentable”, de crecimiento “cero” y hasta de “des-crecimiento”.

En la cultura globalizada, se acostumbra arrinconar el “idealismo” de los ecologistas. Se silencia sus denuncias acerca de un progreso que estuviera sobrepasando las posibilidades de nuestro pequeño planeta. Se limita su intervención a algunos reclamos localizados y, en contra, se multiplica la publicidad de las posibilidades científicas y tecnológicas que convencen para continuar un progreso ilimitado.

Aprovechando esta  ilusión de un progreso infinito y sin retorno, los economistas mantuvieron sus afanes de progreso económico y salvando algunos escrúpulos ecológicos empiezan a hablar, ellos también,  de  crecimiento económico  “sostenible”.

¿Será, de verdad, “sostenible” la “economegalomanía” como podríamos llamarla?

La evolución de los últimos premios nobeles de economía es significativa para profundizar este cuestionamiento.

Hace quince años Joseph Stiglitz  anticipó el tema de la brecha que creaba la economía norte americana  entre los más ricos y los pobres. Los “nobeles” siguientes volvieron tratar los temas  de políticas antiinflacionarias, de la importancia de los mercados, del comercio internacional. Cunado las dificultades surgieron en las economías de libre mercado, los premios nobeles  se cuestionaron de los tipos de empresas, del mercado del trabajo y de los factores sociopolíticos propicios para las soluciones de los problemas… En estos últimos años, se abrieron a los temas de los mercados financieros, de la necesidad de regulación del mercado. Sorpresivamente, el último nobel Angus Deaton cambió las perspectivas estudiando, él,  el consumo, sus excesos, las microeconomías, las nociones de pobreza, de bienestar.  Quizás el próximo deberá hablar del lavado de dinero, de las corrupciones, las colusiones…

Es de esperar que surgen nuevos planteamientos para liberarnos de los dogmas del neocapitalismo que levantaron  una verdadera  “Torre de Babel” del sistema financiero global.

Es lamentable que en la prensa católica no surjan economistas con  estudios y  cuestionamientos más radicales que los que se pueden leer en la actualidad. Sus planteamientos están sin referente religioso. Opinan como todos del endeudamiento del Estado que es una formula antigua experimentada, de la “inversión privada” en nuevas  producciones o tecnologías  que es la vieja ilusión disfrazada del progreso ilimitado para los ricos, y también de fomentar las exportaciones pueden resultar posponer la seguridad de una economía nacional básica para los beneficios de siempre los mismos. En estas exposiciones de los economistas, se leen pocas referencias al sistema financiero que es el sistema patente de la desigualdad creciente entre pobres y ricos.

Es necesario recordar que la Economía es una ciencia “humana” y que necesita unos criterios humanos ineluctables.

Cuando se habla por ejemplo de “productividad” y se da por provechoso el máximo rendimiento de la fuerza de trabajo humano (aumento de tiempo para todos, aumentar mano de obra femenina, mejorar calidad laboral,…).

No hay  algo absurdo en eso par un cristiano que conoce que el trabajar con el sudor de la frente fue la condena bíblica  pero que la salvación para el hombre  tiene su paradigma en la gesta liberadora de la esclavitud de Egipto.

El “año de la productividad” de los economistas del gobierno se contrapone claramente con el “año de la misericordia” del Papa Francisco.

Muchas veces se habla de productividad refiriéndose a la producción de  recursos naturales y otros productos o servicios competitivos para exportaciones internacionales. Pero pocas veces se toca el tema de la producción de publicidades y medios de comunicaciones que traicionan los consumidores sacando contundentes ganancias. Es particularmente escandalosa la publicidad dirigida a los niños y a los jóvenes. Ella se  aprovecha de su ingenuidad económica y les trastorna maliciosamente  creándoles mentes de consumidores compulsivos.

Últimamente, entrampados en un sistema de AFP que los engañó, los ciudadanos comunes  salieron  a la calle en dos oportunidades para pedir revertir los sistemas de pensiones.  En realidad, es difícil volver a la orientación  que tenía la seguridad social, algunas décadas atrás. Los sueños de capitalismo individual y  del enriquecimiento financiero calaron hondo en las mentalidades.

Los guardianes de la moralidad pública, entre los que están los legistas, los filósofos y los jerarcas  eclesiásticos, no jugaron su rol para desengañar a las poblaciones de las perversiones económicas.

Prueba de eso la ignorancia,  las discordancias de opiniones fáciles en las redes sociales. Peor es el desconocimiento, entre los cristianos, de ciertas parábolas del evangelio que importa recordar a los economistas  que se dicen cristianos.

La primera, es la que Jesús cuenta  a unos hermanos que le pidieron actuar como árbitro para repartir la herencia paternal (Lucas 12 ,13ss).  Jesús se negó y les dijo: “Mirad y guárdense de toda codicia, porque aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”. Y  les contó la parábola del rico que trató de “necio”. Este había llenado bodegas y bodegas de sus cosechas y se disponía a disfrutarla, pero Jesús dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán tu alma… Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios”. En “orden a Dios”. ..

Es como para dejarnos descubrir la manera precisa de asegurarnos la vida.

A uno, se le puede ocurrir pensar  que por lo menos este rico tenía trigo y alimentos en sus bodegas y que, hoy día,  los clientes de las AFP tienen  en la mano solamente, billetes, papeles o cifras en pesos en alguna institución financiera. Vaya el resguardo… vaya lo confiado…  y en el orden a uno mismo…

Para las pensiones, uno se pregunta: ¿Será un sistema de “reparto” más cristiano? Sería justo. Mejor todavía, para eso,  pensar en un sistema  de “solidaridad” en que los activos cotizan para hacer vivir los pasivos, un sistema a la vez de solidaridad “generacional” que agradece a los padres el sacrificio que hicieron para sus hijos  y una solidaridad que provee para educar las futuras generaciones.

Otra parábola que Jesús, al parecer,  dedicó especialmente a los economistas es la de los obreros de la undécima hora (Mateo 20, 1ss). A los obreros, sin importar las horas trabajadas, el dueño de la viña les pagó con el mismo salario. A los que se quejan, les dice: “¿Va ser tu ojo malo porque soy bueno? “

Todavía estamos entrabados en  discutir de un salario “ético”, de unos pocos meses de cesantía. Los obreros son un costo de producción. Es difícil ver a  los economistas  calcular a los obreros como personas.  En sus cálculos pueden considerar más rentable remplazar la mano de obra por maquinas. Si hay que pagar 5% más de  imposiciones para los trabajadores, despedir y mecanizar puede ser la solución… Esos cálculos son de mala economía y no son en orden a Dios porque no están en orden al prójimo.

Una última  provocación  del evangelio para los  administradores de este mundo: Jesús dijo  (Lucas 16 , 8):

     “Los hijos del mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz”.  

Paul Buchet  –  Freire

Consejo Editorial de revista “Reflexión y Liberación” – Chile.

 

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