Octubre 7, 2024

Pueblos miserables de la Tierra

 Pueblos miserables de la Tierra

Trump es uno más. Es la cara visible del capitalismo que quita a los pobres su lugar en la tierra. Hoy vagan por doquier. Migran.

Pero son muchos los super-ricos, iguales a Trump. Muchos, pero cada vez menos, porque la concentración de la riqueza es espeluznante. 8 personas tienen más que los 3.600 millones más pobres. Hoy ya el 1 % más rico tiene el 99% de los bienes. El acaparamiento no para.

Llegará el día, estamos cerca, en que habrá más pan que libertad. Pan de insumo para alimentar a los trabajadores que aún no hayan sido reemplazados por un robot. Hemos de temer que terminaremos pensando igual que los dueños de los periódicos. Los políticos que regalonean con la empresa privada nos darán pan a costa de la democracia.

¿Qué se puede hacer? ¿Hay quienes den la pelea?

Los pueblos pobres de la tierra han sido víctimas de los mismos imperios que hoy no saben qué hacer con ellos. EE.UU. ha sido el imperio que más recientemente le ha puesto la bota encima a los países pequeños. Ha explotado su minas, ha cosechado sus plantaciones. Inventó una guerra contra Irak para probar nuevas armas que desarrolló con los US $ 537.199.000.000 de presupuesto anual (2015), equivalente al gasto militar del resto del mundo. Muchos iraquíes huyen buscando refugios fuera de su territorio.

¿Qué se puede hacer? Hay personas que resisten. Yoani Sánchez brega por la libertad de Cuba. Nos da esperanza. “La historia fue otra”, la autobiografía de Carmen Hertz, obligatoria de leer, nos recuerda la lucha contra la dictadura chilena. Un puñado de víctimas valerosas nos enseña que la democracia se recupera arriesgando la vida.

Pero también Europa ha hecho algo parecido a EE. UU., talvez peor. Inglaterra, el más grande imperio de la humanidad dominó la India. No suelta Las Malvinas. Y el resto: Francia, Bélgica, Holanda, Italia, Portugal, seguro que olvido a otros, destruyeron África. La colonizaron para sacarla de la barbarie con los valores de la Ilustración (Todorov: 2012). Dinamitaron las culturas originarios, les impusieron una versión totalitaria del cristianismo que combatió los mitos que sus pueblos habían forjado para establecer una relación armónica en el mundo peligroso que habitaban. Les hicieron aprender sus lenguas, les vendieron sus armas, avivaron las luchas de unas razas contra otras y devengaron pingües ganancias. Y se fueron. Dividieron el continente con regla y escuadra, y partieron.

¿Qué hacer? No pierdo la esperanza. Como cristiano me siento orgulloso de este Papa. Francisco se dirige a los movimientos populares en Bolivia, a los cartoneros, catadores, pepenadores, recicladores: “Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las ‘tres T’. ¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!”.

Pueblos miserables. No pertenecen a nadie. Nada les pertenece. Tienen hambre. No han podido ofrecerles un futuro digno a sus hijos en sus propios países. Parten a buscárselo en otras tierras, pero a riesgo de hundirse en el Mediterráneo. Donde lleguen se los verá como culpables. Si roban una manzana, se los expulsará con familias y todo. Si no tienen papeles, no podrán alegar si alguien se aprovecha de ellos.

Pero el inmigrante es inocente. Así lo creemos algunos. Migrar es un derecho humano. El migrante es un inocente que los grandes países nos hacen creer que algo malo han hecho. “¡Se nos meten por todas partes!”, se quejan. “Nos quitan nuestros trabajos, se aprovechan de nuestra seguridad social. Destruirán nuestra cultura, relativizarán nuestras creencias religiosas”.

Seres humanos que ya no tienen ninguna nacionalidad más que la de ser “inmigrantes”. Los apátridas tienen menos derechos que los delincuentes. Esta es una nueva nación. Inmigrantes y refugiados. Huyen de la guerra, de la muerte. Se dejan vender y comprar. Se prostituyen. Se dejan denigrar. “Negros”. Tampoco faltan interpretaciones “benignas”: “suplen nuestra falta de natalidad”, se repite. “Nos hacemos de los mejores de los otros países. Los migrantes son los más inteligentes y emprendedores”.

¿Qué haremos? “Ay de los ricos”, decía Jesús. Pero también decía el “reino de los cielos es como un semillita de mostaza”. Crece sin que nadie se dé cuenta. Se puede ser hospitalario. Se puede cancelar en el alma el instinto racista. Sumarse a un voluntariado. Existen oficinas como la del Servicio jesuita para los migrantes ( SJM) que los acogen y los defienden. Los calabrinianos los protegen hace muchos años. No todo está perdido.

Tengamos en mente las ONGs, los movimientos sociales, los sindicatos, la caridad callada con los abandonados, niños o viejos… No se puede olvidar que las mujeres han ganado espacios en la cultura y en la sociedad porque “rompieron huevos”. Los gays se hacen respetar. Los ecologistas nos han abierto los ojos y nos tienen reciclando, cuidando el agua, evitando los plásticos. Surgen políticos jóvenes. Si hay un partido que cambie la ley de inmigración, le aseguro mi voto.

¿Qué haremos? Siempre es posible entregar el corazón.

Jorge Costadoat, S.J.

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