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Con alta mira / Paul Buchet 

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En este principio de siglo se esperaría que el tema de la globalización  fuera la mayor preocupación de la gente.

Con tantas facilidades de comunicaciones, de viajes y de intercambios de todo tipo, sorprende que no fuera el afán de los ciudadanos por los intercambios y la participación el interés de todos. Al contrario, un creciente individualismo se está instalando  en todas partes como un reflejo de autodefensa frente a la peligrosidad de un mundo que parece invadirnos y uniformarnos. Este repliegue  general de los individuos sobre ellos mismos se puede explicar por las masas urbanas que ahogan, las marginalidades, las inseguridades, la competición educativa, las rivalidades profesionales y comerciales.

Esta cultura del particularismo y de la individualización no es siempre negativa porque las personas o los grupos buscan manifestar su originalidad valorando  sus propias capacidades técnicas,  artísticas, culinarias, turísticas u otras. Las competencias deportivas como la copa del mundo del futbol han mantenido  al tope las banderas de los equipos y de los países. Es también gustoso ver destacarse deportistas, artistas, científicos u otros ilustres nacidos en el propio país.

Pero una introversión cultural puede pervertirse  cuando  se aleja de lo comunitario. Se sigue cantando la canción nacional todos los lunes en las escuelas de Chile, pero el patriotismo ha perdido algo de su brillo y  las nuevas generaciones están perdiendo la cohesión nacional que tuvieron sus antepasados. Nuestro mundo actual vive aceleradamente  una carrera al éxito para algunos y en un “sálvese quien se la puede” para otros. Los valores del logro colectivo, del sacrificio personal para los hijos o del ahorro para el futuro están como pasados de moda para muchos.

En este contexto cultural globalizado, no es extraño el nuevo presidente de los Estados Unidos quiera volver a un nacionalismo económico mezquino , que  Inglaterra decida  que su conveniencia es salir de la Unión Europea,  que Chile se enfrente a  querellas con  sus vecinos de Perú y Bolivia en los tribunales internacionales. En el país mismo,  nuestra vida política se desparrama en tantas facciones y candidatos distintos, resurge un sutil racismo por los desvanes de algunos grupos extremistas, proliferan los más dispares  movimientos populares reclamando cada uno por demandas específicas. Se habla de los delincuentes como si no fueran ciudadanos del país.  Se calcula la egolatría de los ricos en miles de millones y ellos confunden el bien común nacional con el crecimiento de sus riquezas que profundizan las desigualdades sociales. Los escándalos de corrupciones financieras tanto en las empresas como en las instituciones crean una desconfianza social creciente… Hoy día, para muchos, hablar de lo ajeno, de lo colectivo y del bien común es  como “hablar chino”.

Menos mal  que de repente resurgen algunas reminiscencias de la consciencia colectiva. La pronta solidaridad que demuestran los ciudadanos del país frente a las catástrofes naturales, las mismas instituciones que perfeccionan su asistencia a los damnificados en  las emergencias que se presentan, las campañas por la inclusión de todos, la acogida positiva de los inmigrantes en el país, la inscripción misma de los voluntarios para realizar el próximo censo…  son para recordarnos  la importancia de la pertenencia y la participación en el país.

El “Cada uno por lo suyo y Dios para todos”  contagia a más gente que nunca. Y no es de culpar la maldad del mundo, el materialismo, la secularización y el paganismo. El mismo dicho citado lo demuestra: muchos puedan tener esta idea perversa de un Dios individualista.  Algunos grupos religiosos deben reconocer que incentivaron exageradamente este individualismo  promoviendo la creencia de una salvación exclusivamente personal. Se olvidaron de los pecados sociales, promovieron un culto poco comunitario, fomentando las devociones particulares de cada cual. En los siglos pasados, las religiones cristianas dejaron a otros los grandes ideales sociales de justicia, de igualdad y de democracia y llegaron atrasadas predicando doctrinas sociales personalistas.

Es importante que las instancias religiosas ayuden a estimular la educación igualitaria en sus establecimientos educativos, que desarrollen sus  instituciones caritativas como Caritas y el Hogar de Cristo. Pero es también necesario que se dediquen a recordar el evangelio y que no hagan como este obispo que puede escribir un comentario de cuarta página en la prensa dominical sin citar ni a Dios ni a Jesucristo.

Jesús fue un israelita galileo, de una nación conquistada por el Imperio romano,  no fue ni de la capital  ni de clase culta pero cambió la historia porque predicó la llegada del Reino de Dios. Lo creyeron el libertador de su pueblo de Israel pero fue crucificado con la burla de ser rey de los judíos. Como heredero de un pueblo insignificante pero con una  experiencia histórica  única de Dios, Jesús abre unas perspectivas nuevas: a sus discípulos, les manda a todas las naciones para anunciar la Buena nueva que todos los hombres y en particular los pobres y los humildes son convocados para realizar el Reino de Dios.

Los relatos bíblicos son el paradigma de toda evangelización: la invitación de abrir  nuestras preocupaciones individuales, particulares, grupales y nacionales a las dimensiones universales que son las de Dios, de su Reino.

Se escuchan los jerarcas de las religiones aconsejar el dialogo y la búsqueda de consenso frentes a las situaciones de conflictos existentes. Esta actitud se puede interpretar como un pobre llamado a la buena voluntad de las partes. Se esperaría una mayor altura de mira.

En las discusiones políticas actuales, se escuchan demasiadas pocas intervenciones de las iglesias, demasiados mensajes pobres, predicas miserables.  No se entiende porque la Iglesia teniendo tantas instancias de nunciaturas, de conferencias episcopales, de obispados, de clérigos, de pastores no ha tenido mejor presencia para elevar los niveles de relaciones entre los partidos, los gobernantes, las instancias sociales… Se espera que venga el Papa a Chile y  se espera una palabra de la máxima autoridad, como siempre! Menos mal que Francisco   nos está cambiando la manía  de corrernos de las responsabilidades de perfilar el Reino de Dios en las circunstancias  que tenemos. Mayor audacia quizás les convendría a los evangelizadores.

Para inspirarnos : leer Mateo 10, 1ss.

“Mirad que yo les envío como ovejas en medio de lobos. Sean pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas….”.

Paul Buchet  –  Freire

Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”

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