Escuchar la voz de los pobres…
Entrevista al Embajador de Colombia en El Vaticano; Guillermo León Escobar
“Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”… Hoy, el Papa Francisco destaca el ejemplo de Francisco de Asís. “No se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que mantuvo siempre esa actitud: vivir en forma sencilla, compartir la comunión con jardineros. Es un deber escuchar la voz de los pobres”.
El embajador de Colombia en El Vaticano, Guillermo León Escobar, considera que el amor y la solidaridad por los pobres que expresa permanentemente el Papa pueden haberle originado dificultades con cardenales que no comparten su posición. “No son las arrugas de la Iglesia a las que se debe temer, sino a las manchas”, dijo el Papa para responder a la jerarquía que lo criticaba.
Viejo amigo del Papa, el embajador Escobar revela que sectores políticos colombianos le pidieron al Papa aplazar su visita al país, para que le correspondiera al próximo gobierno.
“Yo conocí a Jorge Mario Bergoglio cuando era un sacerdote jesuita muy activo en obras sociales, pero, sobre todo, gran defensor de la necesidad de asistir a los pobres. Y lo practicaba inspirado por una norma del Concilio Vaticano II que de alguna forma la Iglesia había engavetado porque era demasiado exigente”, recuerda el diplomático.
¿Cuál norma era esa?
El esquema 14 del Concilio, que decía que la Iglesia debía ser pobre, que los obispos y los sacerdotes deberían practicar gran pobreza, que no se debían tener cuentas personales sino las que fueran de la parroquia, ni cuentas fuera de las diócesis, que no se debía tener automóviles lujosos, etcétera.
¿Dónde y por qué lo conoció?
En San Miguel, el Colegio Máximo de los jesuitas en la cercanías de Buenos Aires. Fui a conocer el santuario de Nuestra Señora de Luján, y alguien me comentó sobre el Colegio Máximo; fui a verlo y conocí, de paso, al padre Bergoglio. Pero fue simplemente eso. Más tarde fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires por Juan Pablo II. Bergoglio fue entonces organizador de un movimiento que se llamaba Iglesia del Pueblo.
¿Tenía algo que ver con la teología de la liberación de entonces?
No. Con el Concilio Vaticano II sí, pero no con la teología de la liberación. Era la predicación de una vida auténtica de la Iglesia fundamentada en la pobreza y en el testimonio hacia los pobres.
¿No compartió la teología de la liberación?
Bergoglio participa de la rebeldía, pero no del método para llegar. La teología de la liberación abre la opción de la violencia redentora. Bergoglio habla no de revolución, sino de conversión. Jamás compartió el método.
Como obispo auxiliar, ¿tenía ideas de centroizquierda?
No. Yo diría socialcristianas. Era la época del esplendor de las democracias cristianas en América Latina: Caldera, Arístides Calvani, Frei, Alan García. Era un gran movimiento, pero aquí no logramos triunfar. Yo era socialcristiano con Pacho Jaramillo, Hermes Duarte; cabíamos en un Volkswagen.
Si Bergoglio hubiera sido colombiano, ¿sería liberal o conservador??
Ninguna de las dos. Sería un híbrido entre la búsqueda del bien común de la voluntad popular y la democracia de participación. Eso es difícil de manejar, porque en la política usted debe tener dos orillas: la claridad y la credibilidad; normalmente tenemos la claridad, pero a veces nos falta la credibilidad.
¿Y cómo continúa la vida del obispo Bergoglio?
Lo nombraron arzobispo y en el año 2001 me toca ya a mí, como embajador en Roma, asistir a la consagración cardenalicia de dos buenas personas: Jorge Mario Bergoglio y Pedro Rubiano. Ellos son de la misma promoción. El cardenal Bergoglio estaba en el Celam, y yo fui asesor allí; durante 25 años pertenecí a la comisión teológica pastoral del Celam aquí en Bogotá. Él iba y venía.
¿Cuándo comienza la amistad entre ustedes dos?
En mayo del 2007, cuando se realizó la quinta conferencia del Celam, en Aparecida (Brasil), inaugurada por Benedicto XVI. El Celam nombra a Bergoglio para redactar el texto final. Fue la primera vez que Bergoglio ganó una gran elección popular dentro de la Iglesia. Le encargan algo así como el plan de desarrollo de la Iglesia latinoamericana. Yo pertenezco a uno de los grupos del Celam. También monseñor Suescún, el antiguo nuncio Estela, el actual cardenal Rubén Salazar, allí están presentes todos. A mí me tocaba ser secretario de uno de esos grupos, y a las 5 de la tarde –como en el poema de García Lorca– había una reunión de examen, todos los días. A las 5 en punto de la tarde se le entregaba a un señor cardenal supremamente serio todo el material. Él decía: “Muchísimas gracias”. El cardenal era Bergoglio y de allí va a salir el gran libro que hoy rige la Iglesia Universal, elaborado por la Iglesia latinoamericana.
¿Cuál es el gran libro?
Se llama el Documento de Aparecida.
¿Lo hizo el cardenal Bergoglio?
Sí. La redacción final es de él. En su redacción nos conocemos más, nos individualizamos y comienza nuestra amistad.
¿Por qué originó tanta polémica el Documento de Aparecida?
Porque era la finalización de una iglesia de príncipes y el despertar de una Iglesia de pastores, que es exactamente el mismo problema que ahora tiene el papa Francisco, que reclama que los obispos huelan a oveja; él lo dice y recuerda su pectoral: es el buen pastor llevando la oveja perdida encima de los hombros. Es así como prácticamente indica: en el redil quedó una oveja, y me toca salir a buscar las otras 99 para traerlas, pero necesito para ello la ayuda de todos los obispos, que se comprometan con la gente que hace fundamento de cristiandad y de catolicidad para traerlos de nuevo al humanismo.
¿Usted cree que, como pontífice, el cardenal Bergoglio aplica el Documento de Aparecida?
Íntegramente. Cuando Joseph Ratzinger renunció, hubo unas reuniones de precónclave con tres temas: en qué mundo vivimos, qué Iglesia para ese mundo y qué Papa para esa Iglesia. Bergoglio hizo el primer análisis, en qué mundo estamos viviendo, y fue tan lúcido que yo creo que ese fue el momento en el que convenció a buena parte de los cardenales europeos y africanos en torno a su nombre. El cardenal Bergoglio no lo esperaba, porque se jubilaba ese año.
Sí. Por eso pensaba jubilarse. Estaba al borde de la renuncia.
Decide no colocarse los ornamentos elegantísimos para aparecer en el balcón; le pide a la gente que lo bendiga, y también decide que no va a vivir en el Palacio Apostólico
¿Qué lo condujo a no hacerlo?
Hubo un cónclave donde se asumió un compromiso: el que salga elegido tiene que aceptar, y él resultó elegido. Cuando es escogido, él dice: “Me llamaré Francisco, por el sentido de la pobreza”. Los demás piensan: “Será otro bonito discurso retórico de la pobreza”. Lo grave para muchos es que resultó que él lo aplica. Primero decide no colocarse los ornamentos elegantísimos para aparecer en el balcón; entonces lo acusan de cierto populismo; después, en vez de bendecir a la gente, le pide a la gente que lo bendiga y rueguen por él, y también decide que no va a vivir en el Palacio Apostólico, donde han vivido los papas en los últimos tantos años, sino en la pieza que tiene en el hotel Santa Marta, que queda dentro de El Vaticano.
Además, no les tiene molestia a los pobres; él sale, saluda a la gente, toca a la gente. Aun cuando tenga llagas, allá va la mano del Papa; es decir, convierte el discurso de la pobreza en hechos y cuando ya la gente lo entiende pide que hagan lo mismo: hechos de afecto y de solidaridad con los pobres.
Los príncipes de la Iglesia no deben estar muy contentos…
Sin duda alguna que no. Pero lo interesante es cómo él, sin crear grandísimos problemas, va sustituyendo poco a poco a esas personas. La Iglesia es una multinacional de la inteligencia, pero este Papa la está convirtiendo también en una multinacional del testimonio.
¿El mensaje de pobreza del santo padre es auténtico?
Él es pobre y auténtico. Le fascina nombrar obispos que sepan qué es la pobreza.
¿Con este Papa se están acabando los príncipes de la Iglesia?
Indudablemente, para darles paso a los pastores. Él no le tiene miedo a la riqueza, él ha predicado que hay una riqueza que mata y hay otra que puede realmente ayudar a dignificar.
¿Qué ha conversado con él sobre su visita a Colombia?
Está encantado. En su geopolítica, Colombia ocupa el puesto principal. El Papa es un gran sociólogo y un gran analista político, y Colombia juega para él un papel importante: está convencido de que si se supera la violencia antigua, el país despega.
¿Él va a hablar de paz?
Será uno de los hilos conductores. En Bogotá, como fundamento de la vida. En Villavicencio va tener el punto central, encontrando a víctimas, victimarios y a neutrales, que es otra forma de ser violentos; allá va a encontrarlos y a decirles cosas claras acerca de la purificación de la memoria, para llegar al perdón, a la reconciliación. Este jesuita se sabe muy bien el viejo catecismo: examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda. Si no hay propósito de la enmienda, no vamos a ninguna parte; y satisfacción de obras, que es pedir devolución de bienes.
¿Qué no le gusta al Papa?
Que le echen cepillo. Él es una persona capaz de oír aun lo inaudible, pero que se lo digan de frente, porque cuando usted y yo estamos en desacuerdo y lo reconocemos, hemos llegado al primer acuerdo. Ahí es donde arranca la política.
¿Él tiene claro que la paz sirve solo si el posconflicto funciona?
Sabe que lo importante de la paz es cuando se llega al posconflicto. Aceptar a la guerrilla. Es que ahora que cayó el telón de la violencia, cuando se dejó de matar, se descubrió que los buenos no éramos tan buenos. Muchas cosas tenemos que corregir si queremos llegar a la paz: una justicia justa, un desarrollo justo, una economía orientada al bien común, práctica real de los derechos humanos. El Papa tiene presente los acuerdos de paz, tiene presentes las triquiñuelas que algunos utilizaron para que no viniera, gente que ha escrito y dicho que sería bueno que el Papa no viniera ahora, sino en un próximo gobierno.
¿Quién ha hecho eso?
Ponen gente a firmar cartas o a enviar correos a El Vaticano.
¿En serio? ¿Hay colombianos que han pedido eso?
Sin duda alguna que sí. Cuando se percibe el olor, sabe dónde está la bestia, pero el Papa no le pone cuidado a eso porque sabe que estamos en ese punto viejísimo del poema de Pombo: “Agua que de la montaña bajó emponzoñada va y sigue…”.
Yamid Amat – El Tiempo de Bogotá