Evaluación de la Iglesia

Nadie quiere medir el acompañamiento de Cristo a su Iglesia porque el desafío que nos plantea el Reino de Dios supera nuestras fuerzas humanas. Aun las cosas que logramos realizar por su misteriosa benevolencia, las debemos considerar como obra del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.
Pero la Iglesia institucional es la realización histórica del Reino de Dios, ésta, sí, se puede apreciar y criticar. No se puede correrse de las responsabilidades cristianas diciendo con un cierto fatalismo que la Iglesia será siempre “santa y pecadora”. Se sabe que muchos obispos y cardenales se lavan fácilmente las manos de sus encubrimientos de los vicios pederastas de su clero pero menos se señala su responsabilidad más grave todavía de la decadencia de la religión católica en los años de su pastoreo. No hay ninguna fatalidad en la historia, la Iglesia atraviesa los siglos de su existencia con opciones, estrategias, acciones y por ende resultados que son propios de la conducción de sus jerarcas.
Antes de proyectar una evaluación de la Iglesia conviene recordar que existe una dimensión del Reino de Dios que sobrepasa el ámbito preciso de la Institución. La oración de Jesús para la unión de sus discípulos obliga a incluir los cristianos no católicos en el horizonte de la Iglesia y también los pobres, los sufridos y los marginales de las bienaventuranzas.
No se puede tampoco plantear una evaluación considerando que existe una situación inicial como un punto de partida para empezar a evaluar. La Iglesia primitiva no es una sino varias realizaciones humanas como lo revelan los consejos de San Pablo a sus comunidades y las mismas revelaciones del ángel del apocalipsis a 7 iglesias que sentenció.
Es imposible juzgar la realización histórica de la Iglesia, se puede por ejemplo opinar de las influencias excesivas de los San Agustín y santo Tomás en la teología sin embargo es difícil hacerse la idea de la evangelización de Europa por los monjes irlandés en la edad Media, valorar las medidas impulsadas por el Concilio de Trento que nos dejó las estructuras parroquiales, los libros de bautismos, de matrimonios, el celibato para los clérigos, las grandes líneas de la liturgia …No se puede considerar este modelo de Iglesia como el mejor ni tampoco sacar puras cuentas negativas de esta Iglesia que fue “civilización cristiana” hasta la época de nuestros bisabuelos. Una sola cuenta positiva se puede sacar de la Historia de la Iglesia es que nos custodió el conocimiento de Jesucristo y de su evangelio hasta nuestra generación.
Una evaluación histórica que está nuestro alcance es la del último Concilio. Los mayores de nuestros contemporáneos han conocido el pre-concilio, los tres años que duró y después el impacto que pudo tener. Empezó en la época crítica a la salida de la segunda guerra mundial, el asedio del ateísmo comunista y el modernismo emancipado. El Papa de la época Juan XXIII decidió realizar el Concilio Vaticano II para que la Iglesia pueda redefinirse ella misma y definirse en referencia al mundo. El trabajo de los obispos del mundo entregó a la cristiandad una serie de documentos magistrales para guiar el quehacer eclesial en el futuro.
Para algunos fue un entusiasmo para cuantos cambios se podían realizar pero para otros fue también una sorda resistencia para minimizar el impacto de las ideas nuevas que les parecían peligrosas. Después de más de 50 años, se habría podido esperar de parte de los teólogos una síntesis de evaluaciones de las décadas post conciliares. Unas evaluaciones de este Concilio celebraron las ideas novedosas como la de Iglesia “Pueblo de Dios”, las realidades temporales reconocidas como camino para el Reino de Dios, la dignidad de la persona humana y la relevancia de la consciencia que lleva a la tolerancia, el Bien común y la paz mundial. Pero otras evaluaciones lamentaron el estatus quo de las estructuras jerárquicas y clasistas, también, el excesivo tradicionalismo en la moral sexual y familiar. Sobró conservatismo doctrinal y faltaron orientaciones pastorales.
Sin embargo, desde el punto de vista Latinoamericano, es de mencionar el camino que recorrieron los obispos del continente en sus sucesivas conferencias desde la de Rio de Janeiro hasta la reciente de Aparecida. Reactivar la colegialidad de los obispos ha sido uno de los logros de Vaticano II. Los documentos de Rio de Janeiro hablaron con audacia sorprendente de las injusticias sociales, Medellín de los movimientos de liberación. La conferencia de Puebla prefirió quedarse hablando de la opción para los pobres, Santo Domingo, reaccionando a los llamados del Papa por una nueva evangelización subrayaron el respeto a los Pueblos originarios y la importancia de la religiosidad popular. La última conferencia de los Obispos en Parecida se limitó, ella, a incentivar una espiritualidad de un discipulado misionero.
Evaluar el Concilio o las conferencias episcopales restringe mucho lo que puede ser una evaluación de la Iglesia. Del Vaticano y del episcopado al pueblo cristiano mismo hay mucho trecho. Y una evaluación como la que se pretende implica las parroquias, los movimientos y colegios católicos. Las estadísticas que las diócesis envían a Roma periódicamente (con poco divulgación) y los censos de población que se realizan en los países acerca de la religiosidad pueden dar algunas cifras para confirmar un descrecimiento, una des-catolicización… pero no son suficiente para una evaluación de la Iglesia.
Toda evaluación debe partir de un diagnóstico elaborado participativamente por la(o)s católica(o)s activa(o)s y no solamente por las cúpulas. Es cierto que los agentes pastorales son campeones en sus planificaciones para elaborar un panorama de la sociedad que cuenta las dificultades que encuentra su pastoral pero lo importante es partir tomando en cuenta los resultados de las orientaciones pastorales anteriores.
El ámbito de la educación es un buen ejemplo de la problemática. La Iglesia se ha rehusado siempre de realizar una encuesta de resultados a pesar que la educación ha sido su esfuerzo más importante en la inversión en personal, infraestructuras y recursos financieros desde las salas cunas hasta las Universidades sin olvidar las catequesis, los cursos de religión, los seminarios, las formaciones espirituales… Siempre se definieron prioridades y se tomaron opciones pero solamente a nivel cupular y sin evaluación real. En las últimas décadas, los papas y obispos han promovido el regreso a una religiosidad doctrinal después de una educación que buscaba ser más conscientizadora y esto amerita una evaluación especial.
Dar vueltas en una evaluación del rol del Vaticano, de los Obispos o del clero no satisface quien tiene una visión más amplia de la Iglesia. La Iglesia católica toda, la feligresía activa y pasiva debe jugar un rol determinante a la hora de medir los progresos o los retrocesos de la institución eclesial. A demás Para esta apreciación se requiere ampliar los parámetros de evaluación que son” los signos de los tiempos” que las instancias de poder eclesiástico difícilmente toman en cuenta.
El primer indicador de medición es la valoración de las actividades temporales. La actividad humana de por sí es camino hacia el Reino de Dios. La cristiandad pecó de ego centrismo al encerrar a los feligreses en los templos y en devociones cuando se trataba de enviarlos a ser luz en el mundo. La estúpida contradicción que muchos mantienen todavía con las ciencias en general es contraproducente…
Otro indicador es la democracia. La sociedad civil es modelo. La Iglesia no aplica la estricta igualdad entre cristianos. Su antigüedad no la disculpa de mantener autoridades impuestas un clasismo clerical, una marginación de las mujeres, …
Otro indicador importante es la reconciliación y la tolerancia efectiva. Cuando existen esfuerzos de la humanidad para cohesionarse a nivel global, cuando la tecnología facilita todas las relaciones, los católicos siguen sectarios y desunidos y se predica una moral intransigente y fácilmente condenatoria.
Otro indicador negativo es el individualismo de la sociedad consumista y competitiva. Vale preguntar ¿Qué responsabilidad tiene el catolicismo con su religión tan poco comunitaria?
Que los especialistas sociólogos y teólogos trabajen el tema de la evaluación de la Iglesia. Sin este trabajo y su exposición, el gran público puede quedarse con una percepción limitada de lo que pasa en la Iglesia cuando se escandalizan por los pederastas y sus encubridores en el corazón de la Institución.
La atención que le dan los medios de comunicaciones sociales es un doloroso signo de los tiempos. Es un llamado a la conversión invertido: la sociedad denuncia a la Iglesia y le exige cambios serios.
El Papa Francisco tuvo malas expresiones para demonizar las críticas hechas a la Iglesia. Otra cosa es la maledicencia y el pelambre gratuito y otro es la tarea de evaluar lucidamente lo que pasa en la Iglesia. Una cosa puede ser diabólica y la otra muy espiritual.
Rezar “Venga a nosotros tu Reino” es comprometerse en hacer la Iglesia de mañana.
Paul Buchet – Chile