Sobre la obediencia
Estoy leyendo el último libro de la Hna. Joan Chittister (en la foto) titulado “Espíritu radicalen”.
El que trata sobre la libertad interior que busca una vida más auténtica, y cuyo hilo conductor es la humildad que ella va desgranando en lo que denomina doce grados. Por lo que voy leyendo me parece un libro muy recomendable. Pero en esta ocasión, quiero detenerme en una frase del libro que me martillea desde que la leí: “En el tipo de obediencia que niega la responsabilidad humana hay algo equivocado”. Esta reflexión, por lo que atañe al mundo religioso y cristiano, me ha dado que reflexionar.
Parto de la idea que la obediencia ha sido entendida en demasiadas ocasiones como una sumisión a la autoridad de otra persona -la sumisión no es virtud cristiana-, algo que lleva implícito el segundo efecto negativo de ser una manera sutil de evitarse responsabilidades: “me lo ha dicho el cura”, “es lo que dice el obispo”… cercenando, de hecho, la crítica constructiva y la elaboración de una conciencia sana. Estrictamente hablando, la obediencia es una virtud cuando se ejercita porque se reconoce la autoridad de quien manda. Y en demasiadas ocasiones esta obediencia infantil ha sido alentada por no pocas autoridades fomentando cristianos inmaduros en la fe.
Por matizar un poco más, la obediencia sólo tiene sentido respecto a los valores que aceptamos en la vida. Una obediencia mal entendida, supone que nadie puede ponerse manos a la obra para desmontar una estructura autoritaria que perpetúa la injusticia; el principio de autoridad, si da igual como se ejercite, sería suficiente para que cualquier persona investida de ella pueda desbarrar en sus mandatos al estar protegida por el manto de su poder frente a quienes deben obedecer. Un ejemplo directo de esto lo tenemos en los evangelios viendo la actitud del Sumo Sacerdote y de aquellos escribas y fariseos.
La actitud de Jesús fue de obediencia hasta las últimas consecuencias, pero tuvo que rezar mucho escuchando al Padre para discernir su voluntad y desobedecer las actitudes y mandatos que contravenían el amor de Dios para con todas sus criaturas. No fue el único: sus discípulos pronto siguieron sus pasos y fueron perseguidos, encarcelados y asesinados por desobedientes.
La verdadera obediencia es fuente de la sana libertad como una cura de estar apegados a nuestra propia voluntad. Sabemos que, por naturaleza, la voluntad tiende hacia el bien, pero la inteligencia no siempre discierne adecuadamente lo que realmente es bueno. Y si algo está clarísimo es que debemos querer la voluntad de Dios por encima de la nuestra.
La obediencia, sin duda, está muy ligada al discernimiento y al ejemplo. Es necesario hacer lo que es bueno aunque no nos guste, y a veces eso no se ve a la primera; el ejemplo suele ser la mejor arma para motivar en la dirección correcta, que consiste en aceptar, haciendo propias las decisiones de quien posee y ejerce la autoridad, siempre que no vayan en contra de la justicia evangélica. Discernimiento y ejemplo ante quien ejerce la autoridad, porque hay demasiadas personas investidas con ella (auctoritas) que la han convertido en un mero instrumento de poder (potestas) perdiendo toda credibilidad y, lo que es peor, vaciando el mensaje al que habría que obedecer. Es muy diferente influir desde la autoridad, basada sobre todo en el ejemplo, que en el poder, sustentado básicamente en la amenaza. Jesús murió de la forma que lo hizo porque renunció a su poder como Hijo de Dios. Pero nos regaló tales dosis de credibilidad, autoridad y servicio –que no servilismo- que su ejemplo a seguir obedientemente ha supuesto la mayor revolución de la historia.
Creo que la obediencia es una virtud maravillosa porque ejercita la humildad, pero la obediencia ciega, o peor aún, la obediencia ciega que delega responsabilidades morales, es mucho más peligrosa que la desobediencia. En conclusión, cada situación requiere de la reflexión necesaria y no de ceguera servil que puede llevarnos, muchas veces, a hacer nuestra voluntad sin abrirnos a la confianza radical en apertura a un Dios que sabe trabajarnos en las situaciones difíciles para que lleguemos a ser aquello para lo que fuimos creados. Que la libertad se aprende obedeciendo… es verdad. Pero es algo que precisa del ejercicio de la madurez en oración, a la escucha del Espíritu.
Gabriel Otarola – Bilbao (Viscaya)
Eclesalia – Reflexión y Liberación