Octubre 8, 2024

Espiritualidades

 Espiritualidades

André Malraux habría dicho en los años 70 : “El siglo XXI será espiritual o no será. Pero el novelista  negó este dicho y rectifico diciendo: “intuyo que el siglo XXI será laico o no será, al fin y al cabo el laicismo es la expresión política más perfecta de la cultura judeo-cristiana”.

El siglo pasado ha sido un siglo de secularización. El hombre se emancipó progresivamente de las religiones  y transfirió sus afanes para el crecimiento económico,  lo político y a las ciencias. Y esta “modernidad” se aceleró hasta fin del siglo. Con el principio del siglo XXI, las  perspectivas empezaron a cambiar tanto que se empezó a hablar  de una “extra modernidad”.

Después de 20 años de este nuevo siglo, la impresión de muchos es de vivir un tiempo de contradicciones, un tiempo de redefiniciones. El fenómeno religioso es sintomático al respecto. Vemos la mayoría de la juventud distanciarse de las religiones y  curiosamente  se mantiene un interés curioso del gran público por  el acontecer religioso. Lo revela el destape de los abusos en la Iglesia. Más llamativo  todavía en esta situación es la proliferación  de nuevas espiritualidades.

Lo que logró la secularización progresiva de la sociedad es de quitar a la Iglesia el monopolio de la espiritualidad. Entraron en occidente  los movimientos religiosos orientales (Budismo, hinduismo, Bahaï…) y por las migraciones las místicas islámicas,  se siguieron desarrollando  las religiosidades populares e indígenas pero  además surgió una cantidad impresionante de creencias y prácticas nuevas  que se reivindican como  nuevas “espiritualidades”. La individualización actual reforzó las búsquedas personales en torno a la salud, la estética  y el buen vivir (tipo “Reiky”). El esoterismo siguió con  pretensiones espirituales, empezaron  a existir vivencias sociales que toman características de espiritualidad porque apasionan y  magnifican los derechos humanos, la ecología, la protección del medio ambiente, la inclusión,  la paz… El apasionamiento  de las nuevas generaciones por las nuevas tecnologías y  las redes sociales es también un fenómeno que cautiva las mentes y transforma las mentalidades.

La mayor parte de estas “espiritualidades” no quieren ser consideradas “religiosas” porque, si implican la mente y el corazón,  no se refieren a ninguna autoridad o tradición especial, son propensiones subjetivas, son  búsquedas  de sentido, de harmonía y de valores y cuando  unas se refieren a dimensiones extra mundanas o sobrenaturales, otras no sacralizan nada. Estas últimas son espiritualidades “laicas” o “naturales”… que surgieron muchas veces en la crítica de las religiones que encuentran rígidas, prepotentes, atrasadas y obsoletas.

Referente a la espiritualidad, una autocrítica es necesaria para descubrir los vacíos o las fallas de las creencias de nuestras  iglesias cristianas.

Para empezar digamos que la tradición católica, si habla, a veces de “espiritualidades” en plural, entiende hablar de la diversidad de movimientos religiosos existentes en ella (espiritualidad mariana, benedictina, ignaciana, franciscana, Charles de Foucauld, Opus Dei, Schoenstatt o carismática…) pero en realidad, para la fe cristiana, existe “una sola” espiritualidad, la del Espíritu Santo que prometió Cristo y que  opera de manera diversas en todos. Hablar de “espiritualidad” es referirse  a la vida del alma, la relación (mística) del cristiano con Dios. Esta vida sobrenatural  implica las ideas de la trascendencia, de lo sagrado distinto del profano, del alma y del cuerpo,  de la materia y del  espíritu, de la historia y la eternidad. La espiritualidad  es también a manera sensible de beneficiarse con excelencia de  las fuerzas de la  gracia divina que auxilian y orientan  la existencia humana.

En la decadencia  de la cristiandad, algunos movimientos tomaron la delantera y re-acentuaron la espiritualidad en las iglesias cristianas: los pentecostales, los carismáticos y otros. Pero no es fácil pasar de una fe creída y recibida a una fe creyente, viva  y activa. La Iglesia Latinoamericana  al final del siglo pasado, después de denunciar las injusticias sociales, después de hacer por una opción por los pobres, valorar la religiosidad popular y de pensar  en una nueva evangelización, en su última conferencia del Celam en Aparecida, en 2007 llegó  a pensar en la necesidad de una revitalización de la espiritualidad. Los obispos y entre ellos el cardenal J.M Bergoglio (Papa en 2013), promovieron la espiritualidad del “discípulo”. Es una expresión evangélica que recuerda  los primeros  seguidores de Jesús. Desde entonces todas las predicas y eventos católicos promueven el “discipulado” para incentivar una movilización misionera de los cristianos. Con  gran refuerzo de las espiritualidades mariana e ignaciana  durante 12 años, las cúpulas de la Iglesia buscaron despertar una feligresía bastante pasiva.

Desgraciadamente en estos últimos años la crisis de los abusos escandalosos del clero en la Iglesia católica está provocando una crisis, un cuestionamiento profundo de la fe de los fieles. Muchos reclaman al Papa y a los obispos no solamente unos correctivos disciplinarios, unos cambios en las estructuras pero también  piden un “aggiornamento”, una puesta al día, de las expresiones  y sensibilidades y de las orientaciones de la fe. Esta última demanda es prudente porque sabe el poder del tradicionalismo y conservatismo. La mayoría de los obispos, teólogos y de la feligresía practicante es de la tercera edad y prefieren la tranquilidad de su fe sin cuestionamientos profundos.

Sin embargo  el fenómeno de las nuevas espiritualidades  golpea seriamente  la espiritualidad cristiana. Por esto es necesario abrir nuevas perspectivas en el tema.

La idea de la “trascendencia” es sin duda la principal dificultad para muchos. Nosotros los católicos damos la impresión de tener una fe condicionada por esta manera perspectiva.  Confesamos a Dios “en el cielo” pero no es tanto su distanciamiento y su grandeza misteriosa  sino  su cercanía y su benevolencia  que pueden  importarle al hombre emancipado de hoy. Tanto las ciencias naturales como humanas  han acostumbrado a los hombres a descubrir el origen de las cosas y  entre otras de las creencias, es mucho pedir a los hombres de hoy hacer el salto en el misterio y creer en un extra-mundo sobre todo cuando las realidades temporales han adquirido tanta urgencia. Muchas imágenes religiosas tradicionales son muy parecidas a las de la ciencia ficción con la que juegan y se entretienen las nuevas generaciones. La trascendencia como  se presenta comúnmente en la Iglesia resulta ser un muy mal punto de partida para la evangelización.

En nuestro mundo tan masificador, la personalización es ineludible y en la religión católica, en particular, las doctrinas  y las instituciones  son demasiado preponderantes y hasta despersonalizante.  Las religiones que acentúan las relaciones personales (más comunitarias) parecen lograr un mejor posicionamiento en nuestro mundo contemporáneo.

Otra cosa que pueden enseñarnos  las espiritualidades no religiosas es la libertad o el  florecimiento personal sin dogmas y sin normas preestablecidos y acatados. A una espiritualidad, como a la fe misma no se adhiere total y definitivamente porque se construye poco a poco. Llamaron los primeros cristianos “los del Camino” según las pretensiones de Jesús de proclamarse “el camino”.

En muchas pasiones o entusiasmos humanistas a favor de la justicia social, los derechos humanos, la protección del medioambiente, el desarme, la paz…se puede descubrir una espiritualidad existencial activa y eficiente. La gran diferencia entre un cristiano y un pagano en estos compromisos es que el cristiano vive estas aplicaciones o compromisos de su fe en Dios cuando el no-creyente, él, compromete toda su persona en sus compromisos. ¿No pueden ser reconocidos como íntimamente en relación con Dios  estos activistas de los grandes ideales humanos? ¿No sería la mejor evangelización comprometer la mejor elite de los cristianos vivir a la par con estos activistas? Porque Amar a Dios y al prójimo en un mismo impulso es lo más evangelizador que puede haber.

Reformar la Iglesia por una espiritualidad “secularizada”, esta es la idea. Yo querría escuchar los médicos hablarme cómo encuentran a Dios en los enfermos que sanan, querría escuchar los profesores contarme qué tiene de divino enseñar castellano y matemática a los colegiales. Querría que los políticos cristianos me digan qué Dios  encuentran en sus asambleas. Querría que las mujeres que manifiestan contra  los feminicidios me digan dónde está Dios en esto… Porque yo me aburrí de las predicas en las misas.

Paul Buchet

 

 

 

 

Editor