Abril 25, 2024

El Ayuno que a él agrada

 El Ayuno que a él agrada

Empiezo a escribir con intenciones.

Con la intención de redescubrir mi propio corazón, ese que quedó  en el templo de aquel viernes santo, desolador y  huérfano de hermanos, ese que esperaba a que muchos llegaran y ocuparan las bancas vacías. Esas bancas que se ubicaban frente a mi cruz tan amada. Esa cruz que me conmueve hasta los huesos, y que se esconde en ese espacio mío, donde nada lo urge y que mantengo intacto de tanta tormenta.

Y olvido.

Olvido ese espacio común donde todos somos uno, donde nada valía mi egoísmo y pérdida de memoria, ese que  daña, donde dejamos lastimados a la mitad del camino.

Falta de memoria que hiere, mata y mantiene con vida esas heridas, que por no ver somos capaces de olvidar.

¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo.

Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano”. (Isaías 58, 6-7).

Desde mi silencio frágil  percibo el eco de  estas palabras que con tremenda claridad me enceguecen, porque su luz no da espacios a la búsqueda de otras interpretaciones.

Por mi cobardía y mi silencio que no deja de ser participe, protagonista del sufrimiento con  olvido, que inmoviliza la propia vida, que grita y no se escucha.

Porque busco interpretaciones del ayuno que no conmuevan, y no emocionen. Porque   mantengo la jaula cerrada sin explicaciones, o con ella completa de fundamentos.

No rompo la cadena injusta, no soy capaz de  desatar amarras, porque ni siquiera soy capaz de encontrar esta realidad, tal vez porque sigo caminando presurosa, con situaciones  que valido para no parar mi caminata urgente.

Porque el pan que está en mi mesa, rezo y lo ofrezco a mis hijos. Con ello mi alma se siente cumplidora para con ese espíritu del que me jacto tantas veces.

Porque vuelvo la espalda sin meditaciones.

Entro a iglesias vacías porque nada quiero tener que ver con ellos, esos culpables de tanto dolor realizado, ellos cuyos delitos  los disfrazan de errores, y sin hacer más, tranquilizo esa conciencia que me calma por las noches y me permite dormir tranquila.

No acompaño en vigilia a estos hermanos míos que esperaban por mí.

Quiero con urgencia caminar en soledad por las calles, mojarme con la lluvia y llegar hasta ellos con la nostalgia del perdón tantas veces recibido, que hoy escapa de mí, porque no recobra vida hoy, porque nada vale con este pecado silencioso, que me digo a mi misma no escuchar.

Porque el perdón lo recibí en otra hora.

Así,  tranquila respiro y vuelvo a ese camino ya aprendido, sin mirar siquiera a esa esquina que quiere mostrarme la arboleda. Esa que  presurosa a contenerme, tras la repetición de una senda  que dejó la huella de un leño que se arrastra en su caminata  por donde el me dejó un surco.

No hay amaneceres sin abandonarlo todo.

No hay amaneceres con una fe compañera que no apremia, esa que permite mi rezo del padrenuestro que ahora y siempre repito, como una costumbre que puede incluso saltarse las palabras.

No hay amaneceres ni atardeceres hermosos, si son completos de apariencia. Con cautela nadie camina en la luz.

Porque la verdad no flota en el mar, es el tejido que entrelazo con mi propia vida, donde me abandono a mí misma con este amor que me toma sin quitarme la libertad que quiero respirar.

Y así parto sin despedidas, porque lo suficiente tendré en este camino. Porque las calles me mostrarán muchas alternativas, y escogeré aquellas libres de luz, pero que salen a mi encuentro.

He sido cobarde, silenciosa y muda, y pediré perdón por ello.

Porque el invierno desde hace mucho me entumece y paraliza, mientras frente a mis ojos miro y escucho esos pasos débiles que con serenidad caminan con la cruz en un hombro.

Porque hay tristeza y hoy se las comparto.

Raquel Sepúlveda Silva

 

 

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