El pecado, este deconocido
“Pecado” es una palabra de las religiones judía, cristiana y musulmana.
En otras religiones se habla de “Karma (energía)” negativo o de carencia de iluminación de Dios. En la sociedad laica se habla de culpabilidad sicológica, de falta a la moral o de delito delante la ley. En la Iglesia católica, el tema del pecado dejó muchos interrogantes. El sacramento de la Penitencia está en desuso para muchos feligreses y los cuestionamientos se multiplicaron al destaparse los abusos escandalosos del clero. Además, es de recordar que el pecado y su gestión para el perdón de Dios están dividiendo a los cristianos por más de quinientos años.
Es necesario partir con la idea clara que el “pecado” es una noción especificadamente religiosa, no es una noción moral o ética. Se puede cometer un delito sin pecar y un pagano puede ser virtuoso. Lo contrario del pecado no es la virtud o el bien sino la fe.
La separación de la Iglesia y del Estado en las sociedades modernas ayudó a aclarar estas confusiones. La Salvación por la fe en Cristo tiene una perspectiva más amplia que una buena vida, el Bien común o el Progreso de la humanidad. Las ciencias humanas y la sicoanálisis en particular pueden hablar de culpabilidad seudo-religiosa, puede descubrir las malversaciones religiosas que llevan a los abusos de poder o a la pedofilia pero no pueden gestionar el pecado. La teoría de la evolución y la antropología pueden hablar de los humanoides y de las generaciones humanasen desarrollo pero no pueden hablar de pecado porque esto es hablar de Dios.
Tenemos que partir diciendo que hay que distinguir entre “el Pecado” y “los pecados”. “El Pecado” (del mundo como lo dice San Juan) se refiere a la condición humana en su debilidad y sus sufrimientos pero siempre en referencia a Dios mismo. Hablar de los pecados al plural es hablar de las actuaciones, que sean personales o colectivas que corroboran la estructura existencial defectuosa de la humanidad en general pero se inscriben en las relaciones personales con Dios.
Una reflexión sobre el “pecado del mundo” parte con la pregunta de su origen. La Biblia se abre con la explicación mitológica del “Pecado original”, una realidad bien misteriosa como lo llegará a reconocer el mismo catecismo católico de 1997. Esta creencia que existe en la Iglesia desde el siglo V se hizo dogma en el Concilio de Trento. Esta definición deja en claro que el mal que aqueja la humanidad no proviene de Dios (como lo cuenta otros mitologías), el pecado es humano. La Biblia parte diciendo que todo estaba “bien” hecho por Dios. Además, Adán y Eva no hicieron nada contra la moral, su pecado fue una falta de confianza en Dios, creyeron más a la serpiente. La prohibición de comer la fruta” y la posterior “desobediencia” es el marco simbólico para describir la desconfianza, la ruptura de relación del ser humano con Dios. Fueron San Pablo, después San Agustín, Santo Tomas… que interpretaron obsesivamente el pecado original como pecado sexual trasmitido cómo tal a todos sus descendientes. Otra lección importante de este cuento es que, a pesar de las consecuencias negativas del pecado, el pecado no es irremediable, la serpiente será aplastada.
Hablando de “los pecados”, no es recomendables considerarlos como “manchas” o “contaminaciones” que necesitan purificación, pensarlos cómo “ofensas” o “deudas” tampoco es conveniente porque se insinúa unas relaciones terapéuticas, serviles o comerciales con Dios lo que no corresponden a las enseñanzas de Jesús que nos invita a tener relaciones filiales con Dios “Padre”.
Subrayamos una vez más que evitar pecar no es evitar hacer el mal o corregir su comportamiento humano para vivir “bien”, evitar pecar es “creer” bien. Los pecados son antes de todo “ incredulidades”. No se inscriben en contra de algo mandado o prohibido, son desconfianza, ruptura, dejación de relación personal con Dios. El pecado es “autosuficiencia” personal o colectiva, es “creerse”. Es “codiciar” y apropiarse del poder de Dios (de su verdad y sus valores).
Con esta la idea más clara de lo que son los pecados, podemos entrar en el tema de la gestión de los pecados en las iglesias cristianas. El perdón de Dios o hablando más teológicamente la “Justificación” ha sido la gran discusión entre católicos y Protestantes
En la fe católica, Cristo por su Muerte y Resurrección anticipa para los hombres algo más que las posibilidades de una regeneración. El cristiano, por la gracia de Dios puede pasar de una situación de pecador a una condición de santo. El perdón de Dios justifica, libera y santifica. No son ni la fe ni las obras que nos consiguen la Salvación, Cristo la realizó, sólo cooperamos en “actualizarla” para nosotros mismos. Más adelante precisaremos esta postura católica con las prácticas históricas de la remisión de los pecados.
Del lado protestante y de manera muy general y simplificada (porque se habla desde un punto de vista católico), se hace una diferencia acerca de la situación humana. El ser humano es radicalmente pecador y no deja de serlo. Solo confesar la fe y la confianza en Dios puede asegurarle al hombre pecador su justificación, entendida ésta, como una “no imputación” de los pecados. El protestantismo se opuso a todo tipo de méritos de los hombres., El pecador que ofende a la gracia incomprensible de Dios , por la fe personal se humilla delante de Dios y Éste le otorga gratuitamente su salvación. Se trata de una relación individual directa y sin intermedio a diferencia de la Iglesia católica.
La Iglesia católica se entendió a sí misma desde el principio como mediadora para la gestión de la salvación. Es Dios que salva pero su Salvación, si se puede decir “ordinaria” la opera a través de la comunión eclesial y la práctica de los sacramentos. Jesús mandó a sus apóstoles a bautizar, les encargo de hacer memoria de él con el pan y el vino, les dio poder de atar y desatar (Mat. 16,19)…Dios puede salvar los hombres de buena voluntad que no lo conocen de “otra” manera pero a los que recibieron las enseñanzas de Jesús, es en la participación a la vida de la Iglesia que se encuentra el camino que Dios tiene para su salvación. Por el agua del bautismo, se cambia la condición desmejorada inicial del hombre y se recibe la condición de hijo de Dios, heredero de sus promesas. Por la eucaristía, por el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo se materializa su presencia divina por el compartir del pan y del vino.
Así, cada uno de los sacramentos tiene su propia historia de esta intermediación de la Iglesia. La historia de la práctica del perdón de los pecados puede llamarnos la atención especialmente en nuestra época que cuestiona seriamente el rito de la confesión. Durante los primeros siglos del pueblo cristiano, fue el obispo el encargado de preservar la santidad de la comunidad cristiana excomulgando a los pecadores públicos y prescribiéndoles penitencia severa para su reintegración. Después, a la época de los monasterios, especialmente en Irlanda, fueron los abades que instituyeron en sus comunidades una auto-denunciación de los pecados. Los monjes confesaban sus pecados para progresar en la santidad. Esta “confesión” de los pecados paso poco apoco a ser una práctica promovida en toda la feligresía. Pero la confesión se hizo en el secreto del confesionario de manera privada al sacerdote. Empezaron a existir catálogos de pecados para ayudar a los penitentes a confesar todos sus pecados y unos tarifados para infligirles las penitencias correspondientes. La confesión se hizo obligatoria y por lo menos anual para comulgar. Se llegó a distinguir pecados “mortales” que impedían la salvación y pecados “veniales” que requerían mortificaciones para evitar las penas del purgatorio. Esta mediación de la reconciliación se envició por la hegemonía clerical que abusó del Poder de Dios. Hubieron abusos de poder sobre las consciencias Hubieron abusos de absoluciones más políticas que religiosas, Hubieron negocios de penitencias financieras…
Argumentando que sólo Dios puede perdonar los pecados y que la relación del pecador con Dios es una relación estrictamente personal como lo es la fe, Lutero y la Reforma protestante rechazaron de lleno esta práctica de la confesión y absolución del sacerdote. En contra, los católicos realzaron la vida consagrada por los votos y la santificación de los fieles por una predicación de una moral casuística, la complementaron con una dirección de las consciencias y las confesiones frecuentes y obligatorias para comulgar en caso de pecados mortales, por las canonizaciones, desarrollaron el culto a los santos…
Fue el despertar de lo(a)s laica(o)s y la significativa revolución sexual de la contracepción que revolucionó el moralismo excesivo de los jerarcas de la Iglesia. El sacramento cayó en desuso porque había perdido su sentido de relación con Dios, había caído en una reglamentación institucional desacertada.
Después del Concilio II, aparecieron algunas tentativas para recuperar este sacramento caído en menos. La búsqueda de una salvación y santificación exclusivamente individual reduce Dios a ser un simple salvavida. La solidaridad en “el pecado” global o general de la humanidad, el compartir la responsabilidades de las violencias, las marginaciones, las injusticias, las corrupciones, los derroches, las destrucciones del medioambiente… esta consciencia de que somos todos pecadores en eso, esta confesión es la que reconoce a Dios todo lo que es para uno y para el mundo. Cristo es el Salvador del mundo. Nuestros pecados personales deben inscribirse en esta redención de la creación entera. La idea es de San Pablo y no faltó en la historia de la Iglesia. La pintura de Cristo de Leonardo da Vinci: “Salvator mundi” que tiene más de 500 años y es de las más caras pinturas existentes, no ha inspirado lo suficiente las consciencias de los cristianos.
En algunas celebraciones religiosas antiguas, a veces, se plasmó delante de Dios esta conciencia de las responsabilidades sociales y mundiales. Las rogaciones, las letanías de los santos, los “vías crucis”…Y no hacen tantos años, se realizaron celebraciones litúrgicas penitenciales para concientizar a los cristianos en estos temas de culpabilidades globales tanto como personales, para confesar pecados y pedir perdón. En ocasiones unos sacerdotes dieron absoluciones generales y / o privadas de los pecados así confesados comunitariamente. Pero, luego, estas iniciativas fueron reprimidas por la jerarquía como lo hace la última encíclica sobre el sacramento de la reconciliación del Papa Juan Pablo segundo “Redentor hominis” (del hombre) de 1979 que no logra abrirse a una consciencia comunitaria y colectiva del pecado.
Cuando los cristianos, hoy día, reaccionan frente a los abusos eclesiásticos e interpelan a la Iglesia con su demanda de mayor democracia, por un rol activo de los laicos en la institución eclesial, cuando acusan de encubrimiento de delitos graves el sistema de las absoluciones cómodas de los sacerdotes con su sigilo, tienen toda la razón. Pero se necesita ir más adelante hacia una crítica de una Iglesia que se recluye entre devotos que buscan su propia salvación y santificación cuando es el mundo que arde y se destruye por nuestra dejación. Necesitamos iniciativas para celebrar a Cristo que murió por la remisión del Pecado y de nuestros pecados.
. “La creación está en la espera de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom 8,18ss).
Paul Buchet
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”