Abril 26, 2024

Pandemia; la humanidad no será la misma

 Pandemia; la humanidad no será la misma

Ingresamos al siglo XXI con una serie de desafíos que están marcando un cambio de época.

Vivimos un nuevo período de la humanidad señado por el flagelo de la inequidad, ese fenómeno que emerge como el gran signo de nuestros tiempos y que atraviesa todos los ámbitos de la sociedad global. La inequidad afecta las condiciones de vida de todos y todas desde lo económico, pasando por el favorecimiento de relaciones de exclusión -sea por género, raza o cultura-  y generando nuevas formas de violencia social que brotan del malestar de las poblaciones ante la impotencia de no lograr una vida digna.

A esta realidad podemos sumar el estado de vulnerabilidad e indefensión en el que se encuentran millones de personas en nuestro planeta. La vulnerabilidad es también otro de los signos de nuestro tiempo globalizado. Muchas personas y familias enteras se ven forzadas a migrar por guerras o situaciones precarias de vida. Otros padecen la amenaza de grupos de poder, sean del narcotráfico o de ideologías de control político de las poblaciones. Esto sin contar a quienes son cooptados a la fuerza para el tráfico de órganos y de personas.

En todos estos hechos se encuentran profundos síntomas de un mundo deshumanizado y vaciado de solidaridad global. A veces son los medios de comunicación quienes callan, pero también son muchas las miradas indiferentes de personas cuya cotidianidad se ha convertido en una pequeña burbuja autorreferencial que no permite ver más allá de los propios problemas. En este cambio de época, se pone en juego, una vez más, nuestra capacidad de repensar y discernir lo verdaderamente humano, aquello que nos da razón de ser y existir en este mundo, más allá de lo inmediato y coyuntural de nuestros quehaceres.

La actual pandemia no puede ser discernida sino al interno de esta realidad global quebrada. Pareciera que ha venido a hacernos olvidar de estos síntomas que ya padecía nuestro mundo quebrado y enfermo, y nos ha hecho mirar, aún más, hacia el propio yo, aislado y dominado por el temor de perder la propia vida. Ella ha puesto al descubierto muchas de las implicaciones y consecuencias de vivir en mundo globalizado e interdependiente. Es la primera pandemia global que se ha vivido en la historia de la humanidad, afectando no solamente a una región del planeta, sino a todos los países de nuestro mundo.

Es la primera vez que nuestro mundo globalizado se paraliza y se topa con la propia vulnerabilidad ante la inmediatez de una muerte masiva. Un morir antes de tiempo e independientemente del lugar donde vivamos, la condición moral, la creencia religiosa o la posición socio-económica. Todos y todas somos afectados por igual, al punto que los poderes que podían sostenernos, a costa de la vida de los demás, se derrumbaron, como falsos ídolos.

La vulnerabilidad ha logrado superar todo aquello que nos dividía y hacía desiguales. Sin embargo, esta misma vulnerabilidad nos puede reconectar con lo más real de nuestra humanidad. Con aquello que realmente nos define como humanos, si dejamos que emerja en cada uno/a la compasión solidaria de la fraternidad humana. Se trata de aprender a vivir en relaciones horizontales que inicien nuevas sendas de humanización, comprendiendo que no tenemos relaciones, sino que somos relación. Somos y nos hacemos en las relaciones en las que vivimos cotidianamente. Es ahí donde se confronta y debate nuestra propia humanidad.

La pandemia derrumba la falsa idea de una mayoría de la humanidad que vivía bien, o bastante bien. Se han caído las pequeñas burbujas y nos hemos encontrado con otro mundo que no era el que esperábamos. Ahora nos damos cuenta que la mayoría del mundo sigue siendo pobre, carente de bienes básicos, sin oportunidad de tener posibilidades para una vida digna. Es la hora de recuperar la dolencia humana, la compasión que brota de una auténtica fraternidad que no se basa en la simpatía o empatía con unos o algunos y algunas, sino que apuesta por la humanización de todos y todas por igual, incluso desgastando la propia vida en ello.

Nos hemos dado cuenta que mientras había personas que jugaban, reían y cantaban, nos fuimos ahogando en pequeñas burbujas y no quisimos mirar a esa gran mayoría que, en nuestro mundo globalizado, llora ante la impotencia de no lograr una vida digna para sus familiares. Esa inmensa masa de personas que padece los estragos del hambre y se ve obligada a emigrar para sobrevivir. Luego de esta pandemia, la humanidad no será la misma. Es un tiempo de definiciones.

Quizás, parte de estas actitudes, se deban al apoderamiento en nosotros del miedo y el individualismo exacerbado. Ellos devoran la paz interior y la esperanza en el porvenir común. Aún más, cuando hoy nos enfrentamos a un enemigo invisible, un virus que con sólo respirarlo puede matarnos en cualquier lugar y en pocos días sin siquiera despedirnos de nuestros seres queridos, ni saborear sus dulces miradas en esos momentos finales de nuestras vidas.

Rafael Luciani  –  Teólogo 

Miembro Experto del Consejo Episcopal Latinoamericano

Miembro del Equipo Teológico Asesor de la Presidencia de la CLAR

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