Diciembre 14, 2024

Una espiritualidad florida

 Una espiritualidad florida

El pasado 04 de Octubre celebrábamos a San Francisco y recibíamos la tercera encíclica del hermano Obispo de Roma, Francisco, sobre la fraternidad, la amistad y la convivencia social y política.

Con San Francisco reconocemos un modelo humano de coexistencia armónica con la creación, elemento que ha sido puesto como ejemplar por Francisco en su querida encíclica Laudato Si’. Con la creación dada por Dios, que es esencialmente buena y bella, y desde su lógica de armonía, quisiera pensar qué colores, formas y aromas podría tener una espiritualidad florida. Quisiera, por tanto, pensar cuál es el mensaje que esas pequeñas y frágiles creaturas, las flores, nos pueden regalar para pensar la espiritualidad como espacio de encuentro con la creación; como forma de ser entre nosotros; y como modo de reconocer al Dios creador que las ha puesto para dar color, vida y alegría a nuestros días.

Para rastrear nuestra propuesta, volveremos a las fuentes bíblicas, a las reflexiones teológicas y a la mirada poética tratando de reconocer aquella sensibilidad de contemplar las flores y discernir cómo ellas nos susurran al Dios creador, amoroso, tierno y sustentador que nos anima a vivir en espíritu de armonía con el cosmos.

Las flores ocupan varias páginas de la Biblia y son puestas en textos profundamente poéticos y místicos, también en relatos de esperanza y en palabras que invitan a renovar nuestros modos de ser. Veamos algunos ejemplos:

La espiritualidad bíblica

a. En el Cantar de los Cantares, aquella composición que sublima el amor erótico-místico y que fue compuesto por Salomón, se nos cuenta que el amante define a su amada en los siguientes términos: Yo soy la Rosa del Saron y el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas (Cantar 2,1-2).

La palabra saron o sharon, es una voz hebrea que significa llano o llanura y que indica una llanura costera de Israel cercana al Monte Carmelo. Son llanuras de dunas áridas. Por lo tanto, hemos de hablar de la flor de la llanura. Lo propio de las flores indicadas en el Cantar de los Cantares es que incluso cuando son cortadas, aún permanecen con vida porque se aferran a otro tronco. La rosa del saron puede vivir incluso en las condiciones más áridas. Quizás, el modelo de esta flor, es que en medio de situaciones críticas, el desierto vuelve a florecer siempre en belleza y esperanza. Se nos invita a encontrar a la más bella de las flores en el lugar más inhóspito.

b. Por ello Isaías expresa que, en los tiempos de la paz, “se alegrará el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa” (Isaías 35,1). Flores y amor, flores y esperanza, flores y el mundo nuevo. Creemos que siempre florecerán nuevas flores de paz, justicia y compasión.

c. Jesús, haciéndose eco de la mística de su pueblo, y en el Evangelio de Mateo, pone como metáfora y modelo de vida a los lirios del campo que no tejen, ni cosechan, pero que Dios en su providencia las viste de hermosos colores (Mt 6,24-33). Para el filósofo danés Soren Kierkegaard, los lirios del campo y las aves del cielo representan maestros para vivir la alegría religiosa, de vivir la simpleza que, a su juicio, son espacios para el encuentro con lo divino. Incluso Kierkegaard invita a vivir la no-aflicción. Pero hoy vivimos en un tiempo de profunda aflicción, dolor, incertidumbre. Y es ahí donde Kierkegaard nos anima a volver donde reina una “incesante persuasión” en cuanto miramos a los lirios y aprendemos de ellos.

Una mirada desde el budismo zen

 Similares intuiciones podemos reconocer en la mística del budismo zen en cuanto contemplación de lo sutil. Daisetsu Teirato Suzuki, o simplemente Suzuki, es una de las mayores autoridades mundiales del budismo zen. Él, en una obra escrita junto al psicoanalista Erich Fromm, indica que los poetas orientales – como Basho – son amantes de la naturaleza y que, por ese amor, son capaces de latir en unió con lo natural.

Dice Suzuki: “el poeta puede leer en cada pétalo el más profundo misterio de la vida o del ser”. Y más adelante señala: “pero cuando la propia mente se abre poética, mística o religiosamente, se siente, como Basho, que en cualquier tallo de hierba silvestre hay algo que trasciende y que nos eleva a un nivel semejante en esplendor al de la tierra pura”.

Las flores y su forma de estar en el mundo. Las flores como signo de la presencia de algo mayor. Las flores, sus colores y sencillez en la lógica de la espiritualidad que se abre a la esperanza de un tiempo nuevo para todos.

Juan Pablo Espinosa Arce

Teólogo y educador

Editor