Abril 20, 2024

Obispos USA, por favor supriman el culto a San Juan Pablo II

 Obispos USA, por favor supriman el culto a San Juan Pablo II

En muchos, muchos aspectos, el Papa Juan Pablo II fue un hombre admirable.

Los últimos decenios del siglo XX se vieron enriquecidos enormemente por su hábil uso de la diplomacia papal para alzar la voz de los pueblos oprimidos de Europa oriental, por sus diversos esfuerzos en pro del diálogo interreligioso y por su testimonio personal de la dignidad del envejecimiento.

Pero ahora, con el Informe sin precedentes del Vaticano sobre la carrera del ex cardenal Theodore McCarrick, que revela detalles impactantes -de abusos-, la primera década del siglo XXI quedará por siempre empañada por la calamitosa e insensible toma de decisiones de Juan Pablo.

Ha llegado el momento de hacer un difícil ajuste de cuentas. Este hombre, proclamado santo católico por el Papa Francisco en 2014, puso voluntariamente en riesgo a niños y jóvenes en la Arquidiócesis de Washington, D.C., y en todo el mundo. Al hacerlo, también socavó el testimonio de la Iglesia mundial, hizo añicos su credibilidad como institución y dio un ejemplo deplorable a los obispos al ignorar los relatos de las víctimas de abusos.

Como todos los santos, Juan Pablo tiene un culto vibrante: personas de todo el mundo que celebran su memoria alentando la devoción hacia él, colocando su nombre en iglesias y escuelas, y organizando procesiones y desfiles en su fiesta litúrgica.

Dado lo que sabemos ahora sobre las repercusiones duraderas de la toma de decisiones de Juan Pablo II, los obispos estadounidenses, reunidos la semana que viene para su Conferencia anual, deberían considerar seriamente si los católicos estadounidenses pueden continuar con tales prácticas. También, deberían discutir la solicitud de que el Vaticano suprima formalmente el culto a Juan Pablo. Las víctimas de abuso no merecen menos.

Como muestra claramente el devastador Informe del Vaticano, la decisión del difunto Papa de nombrar a McCarrick como arzobispo de Washington en 2000, se produjo a pesar de las severas advertencias de sus asesores de más alto nivel en ambos lados del Atlántico.

Juan Pablo continuaría alabando al arzobispo McKarrick  públicamente durante el resto de su papado. Maciel no fue castigado públicamente hasta 2006, después de la muerte de Juan Pablo, cuando el Papa Benedicto XVI ordenó al sacerdote una vida de penitencia.

Ya no hay forma de escapar de la verdad. Juan Pablo, en muchos aspectos un hombre admirable, fue deliberadamente ciego al abuso de niños y jóvenes.

Reprimir el culto del difunto pontífice no significaría decirle a la gente que necesita deshacerse de sus reliquias o medallas; la gente aún podría practicar la devoción privada por él. Pero para las víctimas de abuso, sus defensores y muchos otros, la memoria de Juan Pablo ya no es una bendición. No debe celebrarse en público.

Editorial National Catholic Reporter (Nov 13, 2020) – USA

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