Abril 18, 2024

La sinodalidad como dimensión constituyente y vinculante

 La sinodalidad como dimensión constituyente y vinculante

Con el Papa Francisco se inaugura una nueva fase en la recepción del Concilio Vaticano II caracterizada por un giro eclesiológico que ha generado un proceso de transición de una Iglesia occidental y mono-cultural, que ha estado centralizada en Roma y el primado, a otra mundial e intercultural que abre paso a la autoridad de las Iglesias locales1. Esto ha logrado desencadenar un proceso de reformas que afectan directamente a los estilos de vida, las prácticas de discernimiento y las estructuras de gobierno. 

La profundización del camino sinodal por Francisco nos debe llevar a avanzar en la reflexión sobre los modos de participación y el grado de incorporación de todos(as) en la gestión de las decisiones, así como en la dimensión ministerial de la Iglesia. Cabe de nuevo recordar el llamado que hace Aparecida cuando señala que todos(as) debemos participar en las distintas etapas que afectan a la misión de la Iglesia: el discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución (Aparecida 371). Al definir a una Iglesia sinodal, la Comisión Teológica Internacional aporta dos claves de lectura fundamentales en esta dirección:

(a) “en la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios”;

(b) “una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. En el ejercicio de la sinodalidad está llamada a articular la participación de todos, según la vocación de cada uno, con la autoridad conferida por Cristo al Colegio de los Obispos presididos por el Papa. La participación se funda sobre el hecho de que todos los fieles están habilitados y son llamados para que cada uno ponga al servicio de los demás los respectivos dones recibidos del Espíritu Santo”.

En el fondo, lo que está en juego es el propio modelo de Iglesia que podemos tener. El modelo eclesiológico es decisivo para concebir los sujetos y sus modalidades de participación, así como para determinar la vinculación de los ministros ordenados a los procesos de elaboración de decisiones. Si se entiende a la Iglesia desde su condición de discípula-misionera, entonces “la totalidad del Pueblo de Dios es sujeto” de todos los procesos que corresponda discernir con el fin de cumplir la misión de la Iglesia. Esto supone que, si “la sinodalidad es la forma por medio de la cual puede acontecer el reconocimiento de las múltiples subjetividades, todas necesarias, aunque en modos diversos, en función del cumplimiento de la misión de la Iglesia”33, entonces nadie puede estar excluido de la convocatoria a participar. Sin embargo, dicha participación pasa necesariamente por la recuperación de un modelo de Iglesia ministerial, capaz de “activar en sinergia sinodal los ministerios y carismas”34 presentes en la vida eclesial para discernir su misión hoy. Una Iglesia ministerial basa sus relaciones en los carismas y dones, antes que en el orden y la potestad. De ahí la horizontalidad y circularidad con los que deben pensarse los procesos de elaboración y toma de decisiones.

En virtud de esto, la sinodalidad no puede limitarse a la convocatoria de eventos o creación de estructuras sinodales, pues se trata, ante todo, de un modo de proceder eclesial y, por tanto, de un eje transversal, que parte de una base ambiental fraterna (affectus), para ir generando el vínculo que se traduzca en decisiones que luego han de formalizadas institucional y canónicamente (effectus). Por ello, la sinodalidad exige “la activación, a partir de la Iglesia particular y en todos los niveles, de la circularidad entre el ministerio de los Pastorales, la participación y corresponsabilidad de los laicos, y los impulsos provenientes de los dones carismáticos según la circularidad dinámica entre «uno», «algunos» y «todos»”. Es supone una articulación de la función específica del ministerio ordenado de obispos, presbíteros, diáconos, con la comunidad en la que viven y a la que sirven. Lo que hace posible esto es, según Gilles Routhier, el diálogo, como mecanismo que activa todo el proceso sinodal, mediante tres acciones o prácticas: expresar la opinión, escuchar y tomar consejos.

Podemos, entonces, hablar de un modo de proceder sinodal caracterizado por los siguientes pasos: (a) aconsejar en la Iglesia lo cual supone ver la realidad, recoger datos y escuchar opiniones; (b) juzgar y evaluar lo recogido en este proceso; (c) y aplicar lo asumido en orden a la misión de la Iglesia, es decir, actuar. Al proceder de este modo, el propio método nos obliga a implementar dinámicas que “deben favorecer la difusión más completa de la información, permitir la consulta y la expresión serena de los diversos puntos de vista, apoyar el estudio que lleva a la maduración de las ideas, enmarcar el intercambio y deliberación que conducen a la toma de decisiones, fomentar la retroalimentación para comprender las orientaciones tomadas, etc. Los procedimientos invitan a reuniones, intercambios y diálogos, estableciendo relaciones e interacciones típicas entre personas”.

Así, pues, en relación a las modalidades de participación y la creación de vínculos “es necesario distinguir entre el proceso para elaborar una decisión (decision-making) mediante un trabajo común de discernimiento, consulta y cooperación, y la decisión pastoral (decision-taking) que compete a la autoridad del Obispo, garante de la apostolicidad y catolicidad. La elaboración es una competencia sinodal, la decisión es una responsabilidad ministerial”. Lo importante es que estos dos momentos del proceso no se consideren separados, sino que sean mutuamente vinculantes. Es por ello que la Comisión Teológica Internacional habla de la circularidad que debe existir entre el sensus fidei, el discernimiento, y la autoridad en virtud de la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos. Si esta circularidad funciona, entonces el proceso de decision-taking no será tan distinto al que lo precede del decision-making.

“El Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal. La circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno describe la dinámica de la sinodalidad. Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios”.

El reto está, pues, en lograr que las modalidades participativas bajo las cuales se ejecuta esta circularidad sean capaces de incorporar sujetos —hasta ahora ausentes o considerados sólo auxiliares— y producir decisiones vinculantes, para lo cual es necesario reconocer el carácter normativo y recíproco de la vocación de cada sujeto eclesial en relación a su interacción con el resto. Nuevamente estamos ante un problema de modelo eclesiológico antes que meramente metodológico y funcional.

El Concilio nos recuerda que el depósito de la Palabra de Dios ha sido confiado a “todo el Pueblo de Dios, unido a sus pastores” (Dei Verbum 10) y, en razón de esta unión, que es normativa, han de “constituir un consenso singular” (fidelium conspiratio). Es por ello, que la Comisión Teológica Internacional sostiene que esta circularidad es vinculante a todos y su meta es llegar a un acuerdo en el discernimiento de la verdad y en el camino de la misión. Un acuerdo que se traduzca en decisión, más no al revés. Así lo expresa:

“en el nivel de la Iglesia universal, la sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, se expresa en la circularidad dinámica del consensus fidelium, de la colegialidad episcopal y del primado del Obispo de Roma. La Iglesia, afirmada sobre este fundamento, es interpelada en todo tiempo por circunstancias y desafíos concretos, y para responder a todo esto de una manera fiel al depositum fidei y con una apertura creativa a la voz del Espíritu, está llamada a activar la escucha de todos los sujetos que en su conjunto forman el Pueblo de Dios para llegar a un acuerdo en el discernimiento de la verdad y en el camino de la misión”.

Los mecanismos y procedimientos de consulta no pueden ser los únicos factores ni los más importantes para la elaboración de las decisiones en un proceso sinodal, como tampoco lo es la mera escucha a individuos aislados, sino, como hemos insistido, el diálogo y el discernimiento en conjunto con miras a elaborar decisiones. Lo vinculante se encuentra en este proceso de decision-making. Esto es lo que cualifica un auténtico proceso sinodal, ya que sin este elemento la toma de decisiones o decision-taking pudiera estar basado en un modelo eclesial piramidal que se quiere superar.

Un ejemplo concreto de esto lo podemos encontrar en la relación que se determine entre el voto consultivo y el deliberativo. El voto consultivo es parte constituyente del proceso a partir del cual surge el consensus fidelium, denotando una relación de reciprocidad entre laicos-presbíteros-obispos sin la que no sería posible la formulación del consenso. En este sentido, debe ser vinculante. Esto implica, por tanto, que el voto deliberativo de los obispos se debe de hacer al interior del pueblo de Dios, como testimonio decisivo y último del proceso que surge del voto consultivo de todos los fieles y en interacción con ellos. De este modo, el voto deliberativo debe expresar el sentire cum ecclesiae, más no el sentir de la jerarquía como si ésta pudiera subsistir fuera de la communio fidelium. Es así como el decision-taking de los muchos (colegialidad episcopal) y del uno (primado), no puede estar separado del decision-making de todos (los fieles, en los que los obispos y el Papa están incluidos como fieles también).

Ciertamente los procedimientos de consulta son indispensables para formarse un juicio más adecuado acerca de lo que se deba debatir, pero la participación de todos en la misión de la Iglesia va mucho más allá de eso, pues —como hemos explicado— el discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución de esta misión es responsabilidad, en conciencia, de todos, y no de unos pocos, y como tal debe encontrar modalidades y estructuras adecuadas. El reto hoy es claro: vincular la reforma de las mentalidades a la reforma de las estructuras, o aún más, trabajar el proceso actual de reformas a la par de una revisión orgánica del código de derecho canónico. Aún así, hemos de reconocer que esto conlleva siempre un problema de modelo eclesiológico.

Rafael Luciani – Teólogo

Editor