Marzo 29, 2024

Mes de la Solidaridad ¿Solo un mes?

 Mes de la Solidaridad ¿Solo un mes?

Alonso Ignacio Salinas García.-

Mes de la Solidaridad ¿Solo un mes?: Escuchemos a los Padres de la Iglesia

El mes de la solidaridad nace desde el Congreso Nacional de Chile, en 1994, con motivo de la beatificación del Padre Hurtado SJ, hoy San Alberto Hurtado, quien murió el 18 de agosto de 1952. Su objetivo es promover acciones solidarias con los más vulnerables. Sin embargo, dicho comportamiento es una virtud humana que, de algún modo, es raíz de todas las virtudes sociales, siendo una tendencia natural y a la vez una necesidad profundamente enraizada en la naturaleza social de la persona [1]. Parece poco y mezquino que solamente un día sea para la promoción por la preocupación y acción por el prójimo.

El fundamento metafísico de la vida en comunidad tiene a la solidaridad como eje articulador, Jacques Maritain se pregunta y responde a sí mismo de la siguiente manera:

¿Por qué la persona exige de por sí vivir en sociedad? Lo exige, en primer lugar, precisamente como persona, o dicho de otro modo, en virtud de las propias perfecciones que forman parte de él, y de esta apertura a las comunicaciones del conocimiento y del amor de las cuales hemos hablado de que exigen el establecimiento de relaciones con otras personas. Tomada bajo el aspecto de su generosidad radical, la persona humana tiende a sobreabundar en las comunicaciones sociales, según la ley de la superabundancia que está inscrita en lo más profundo del ser, de la vida, de la inteligencia y del amor.

Y en segundo lugar, la persona humana exige esta misma vida en sociedad por razón de sus necesidades o, dicho de otra manera, dado el estado de indigencia que deriva de la individualidad material. Tomada bajo el aspecto de su indigencia, tiene que integrarse en un cuerpo de comunicaciones sociales sin el cual es imposible que alcance la plenitud de su vida y su realización. La sociedad se nos muestra entonces como lo que proporciona aquellas condiciones de existencia y de desarrollo para la persona de las cuales ésta tiene precisamente necesidad. No puede lograr su plenitud por sí sola; es partícipe de la sociedad de los bienes esenciales” [2].

Elocuente respuesta sobre el fundamento de la vida en común: satisfacción de las necesidades materiales e inmateriales de la persona y para la perfección plena de esta. Pero el cristianismo apunta sobrenaturalmente a una mística superior pues, a la luz de la fe, los individuos tienden a superarse a sí mismos: a revestir las dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, del perdón y de la reconciliación, como nos señala el Commentarium officiale de la Sede Apostólica de 1980 [3].

La espiritualidad franciscana, que especialmente san Buenaventura de Bagnorea rescató de san Agustín de Hipona, entendió a la perfección ese carácter sobrenatural: una íntima comunión del propio ser con el ser divino que engendra, igualmente, un sentido de comunión con todas las personas y seres vivos e, incluso, los entes inertes; una simpatía y fraternidad universal que penetra más allá de las apariencias mudas de las cosas e, incluso más allá de la irracionalidad de los animales. Una espiritualidad que toca fondo en toda la Creación para elevarla a su progenitor, palpitando en la vida misma, una plenitud, una felicidad perfecta que confunde la propia alma con la de las demás personas y toda la obra de nuestro Dios en una alabanza común a su Reino [4]. Me pregunto si no es esto alejado del Evangelio que nos dice: “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos sois uno solo en Cristo Jesús” [5].

Es más, como señala el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, la naturaleza caída y desgarrada de la persona por el Pecado Original, la cual produce ese mal moral dado por ese minus esse (esa individualidad finita y el propio don de la libertad humana) [6], ha sido enfrentada ante una nueva realidad ante el Nuevo Adán, cordero de Dios que no vino a injertar una realidad nueva a la naturaleza humana, sino a volverla a poner en su lugar ¿por qué la solidaridad es para un día? ¿por qué vivimos en pecado a diario y nos contentamos con rezar o dar las sobras? [7].

La justicia es tal vez la virtud más perfecta, pues es relativa a otro y no a mí mismo: es una condición connatural a la persona por el mismo carácter ontológico de su sociabilidad y es un don regalado por Cristo que nos llama a imitarlo. Pero, como nos dice san Alberto Hurtado: “la justicia es una virtud difícil, muy difícil, cuya práctica exige una gran dosis de rectitud y de humildad. Hay mucha gente que está dispuesta a hacer obras de caridad, a fundar un colegio, un club para sus obreros, a darles limosna en sus apuros, pero que no puede resignarse a lo único que debe hacer, esto es, a pagar a sus obreros un salario bueno y suficiente para vivir como personas” [8].

A esto yo replico el cuestionamiento de un Padre de la Iglesia, san Juan de Crisóstomo: “¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo (…) ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez” [9]. La Iglesia puede tener dos mil años, pero parece recién nacida en su falta de conciencia; las personas hoy tienen al alcance de su mano todos los saberes habidos y por haber, pero son profundamente ignorantes hasta de su propia naturaleza; la historia de la especie humana, cimi raza, tiene más de 315.000 millones de años según algunos científicos, pero parece estar cada día más cerca de un final inevitable en sus propias manos ante la catástrofe climática, la pobreza, la miseria económica y moral, la explotación del hombre sobre el hombre ¿Por qué?.

No sabría responder, no soy maestro de la historia ni de la filosofía, menos un conocedor de los rincones de la naturaleza humana y la vida en sociedad; dejo eso a quienes, en su soberbia, creen tener una ciencia de la historia. Yo deseo clamar y recordar la más patente verdad: la solidaridad es una tendencia natural, es una necesidad personal, es un principio rector de la vida en común y una virtud a la que toda persona debe aspirar si desea ser plena. Por ello, si exploramos los orígenes de la fe que ha moldeado occidente y ha influido en el devenir del mundo, para bien o para mal, podemos respondernos qué necesitamos y, sin lugar a dudas, es que el día de la solidaridad no es solamente un mes festivo en honor a un sacerdote jesuita que en la Gracia descansa.

Ya la Doctrina de los 12 Apóstoles, la Didaché, escrita entre los años 70 y 90 después de Cristo, nos dice que: “No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar. Si adquieres algo por el trabajo de tus manos, da de ello como rescate de tus pecados. No vacilarás en dar ni murmurarás mientras das, pues ha de saber quién es el recompensador de tu limosna. No rechazarás al necesitado, sino que comunicarás en todo con tu hermano, y de nada dirás que es tuyo propio. Pues si os comunicáis en los bienes inmortales, cuanto más en los mortales” [10]. Incluso fue el mismo Hijo del Hombre, al hablar sobre el amor a los enemigos, que nos dijo:

“A quien te pida, dale, y a quien te quite algo tuyo, no se lo reclames. Pórtense con los demás como quieren que los demás se porten con ustedes. Porque si solamente aman a los que los aman, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos se comportan así! Y si solamente se portan bien con quienes se portan bien con ustedes, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡Eso también lo hacen los malos! Y si solamente prestan a aquellos de quienes esperan recibir algo a cambio, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos prestan a los malos con la esperanza de recibir de ellos otro tanto! Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos” [11].

Los bienes no existen para su acaparamiento desenfrenado y la vida en común no es para la competencia desarraigada; la vida no es para tener sino, por el contrario, los bienes existen para su destino universal: la vida en común es para la comunión y justicia, la vida es ser [12]. Así, los Padres de la Iglesia instruían que: “Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo, y no dirás (éreis) que las cosas tuyas propias, pues si lo imperecedero sois partícipes en común, ¿Cuánto más en lo perecedero? No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar” [13]. Recuerdo a los maestros de la Doctrina la profunda verdad que señala santo Tomás de Aquino: la propiedad privada solo puede existir por su mejor administración, su uso para lo necesario para vivir bien y su función social [14].

Una consecuencia lógica del carácter ontológico de la persona, su identidad dignísima, es que todas y todos tienen bajo su tutela, dirección y para su disfrute las cosas por igual; por ello, Génesis 1: 28-30 nos da a entender que Dios otorga a la humanidad el cuidado, el disfrute y buen uso de toda la creación. Igualmente, el sexagésimo cuarto Romano Pontífice, san Gregorio Magno, a mediados del siglo sexto d.C., señalaba que: “cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo” [15]; no hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario [16], es sentido común que la propiedad sirve entonces, en primer sentido a la satisfacción de las necesidades humanas y al justo derecho de recibir el fruto del trabajo de cada uno, pero nunca para su uso excesivo o acumulación, por el contrario, lo superfluo existe para distribuirse en la gran familia que es la humanidad [17]. Pero pareciera ser que la humanidad ha perdido la cordura.

La palabra que se hizo hombre en Jesucristo, en la misma revelación del ministerio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el propio hombre y su naturaleza, reproduce y reconcilia con su propia alma a todas las personas habidas y por haber, Dios mediante su hijo predestinó a la humanidad a reproducir la imagen de su Hijo, quien fue ejemplo y ley, primogénito entre muchos hermanos [18]. ¿Cómo es que quienes tienen fe no puedan salir de si mismos y en todo amar y servir? ¿Cómo podemos explicar que tantos cristianos que se congregan en las grandes iglesias de Vitacura y Las Condes vivan adorando a becerros de oro?

Tal vez sea necesario recordar la advertencia de los peligros de la riqueza en la Carta a Santiago en el Nuevo Testamento: “Ustedes, los ricos, lloren y giman a la visa de las calamidades que se les van a echar encima. Su riqueza está podrida; sus vestidos están apolillados. Hasta su oro y su plata están siendo presa de la herrumbre, que testimoniará contra ustedes y devorará sus cuerpos como fuego. ¿Para qué amontonan riquezas ahora que el tiempo se acaba? Miren, el salario defraudado a los jornaleros que cosecharon los campos que les pertenecen a ustedes está clamando, y sus clamores han llegado a los oídos del Señor del universo. Ustedes han vivido con lujo en la tierra, entregados al placer; con ello se han engordado para el día de la matanza. Han condenado y asesinado al inocente que ya no le supone resistencia” [19].

A los ricos y opulentos, a los intelectuales ensimismados en los libros, a los cobardes que guardan silencio y a los indiferentes que no miran ante ustedes a Cristo que se manifiesta en los trabajadores, campesinos, hermanos sin hogar, pobladores, niños y ancianos de la humanidad; a ustedes en todos los rincones bien haría escuchar al Padre de la Iglesia Hernas: “Ahora, pues escuchadme. Vivid en paz unos con otros, cuidad los unos de los otros, socorreos mutuamente, no queráis ser solos en participar con exceso y profusión de las criaturas de Dios, si no repartid también a los necesitados” [20].

Pues quienes viven del tener y no son; quienes viven del decir y no hacer; quienes viven del predicar, pero no practicar, no viven, enfermos están, y de una enfermedad que ha dañado su propia naturaleza, su modo de ser, pues tienden más a salvaguardar bienes finitos sin valor, pero ignoran la dignidad inconmensurable de sus abuelos, sus hermanos, hijos y vecinos. Al respecto, el Pastor de Hernas, en su tratado Visión, nos previene:

“Los unos, en efecto, por sus excesos en el comer, acarrean enfermedades a su cuerpo y arruinan su salud; otros, por el contrario, no tienen qué comer y, por falta de alimentación suficiente, arruinan también su cuerpo y no gozan de salud. Así, pues esta intemperancia os es dañosa a vosotros, que tenéis y no dais parte de ello a los necesitados. Mirad el juicio que está por venir. Los que abundáis, pues buscad a los hambrientos, mientras no se termina todavía la torre, pues, una vez terminada, buscaréis hacer bien y no tendréis lugar para ello. ¡Alerta, pues, vosotros que os jactáis en vuestra riqueza! Mirad no giman los necesitados y sus gemidos suban hasta el Señor y seáis excluidos, junto con vuestros bienes, de la apertura de la torre” [21].

Especialmente quienes se proclaman cristianos y han sido bautizados, ingresando al Pueblo de Dios mediante aquel signo visible de lo invisible [22], deberían ser el mayor ejemplo de rectitud y virtud en la vida; deberían predicar con el ejemplo y despojarse de sí mismos para entregarse a las llamas del espíritu y ser hombre y mujer nueva, dar todo de sí para el prójimo. “Dar hasta que duela”, decía san Alberto Hurtado. Pues quien se dice seguir del nazareno, quien desea estar junto al Hijo del Hombre y quiere salvación, debe negarse y cargar la cruz [23]; ¿qué cruz cargan cuando ignoran a quien pide limosna? ¿Qué clavos hieren sus manos si no son capaces de hacer los mínimos de la justicia, como dar el Justo Salario al trabajador? ¿Qué herida tienen en su costado si no se preguntan cómo está el vecino?

Muchos ayunan en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, pero ¿qué clase de ayuno hacen? Al respecto, el profeta Isaías reclama: “ayunan, sí, pero entre pleitos y disputas, repartiendo puñetazos sin piedad. No ayunan como hacen ahora, si quieren que se oiga en el cielo su voz. ¿Creen que es este el ayuno que se desea cuando uno decide mortificarse? ¿Que mueva su cabeza como un junco, que se acueste sobre saco y ceniza? ¿A esto llaman ayuno, día agradable al Señor? Este es el ayuno que deseo: abrid las prisiones injustas, romped las correas del cepo, dejad libres a los oprimidos, destrozad todos los cepos; compartir tu alimento con el hambriento, acoger en tu casa a los vagabundos, vestir al que veas desnudo, y no cerrarte a tus semejantes” [24]. Ahora, más importante aún, si un buen cristiano hace esto en aquel tiempo litúrgico e incluso en meses como agosto en honor a san Alberto Hurtado ¿por qué no ayudan así todos los días de su vida?

El Padre de la Iglesia Justino, nacido entre los años 100 a 110 d.C., en su Apología, explica justamente el punto central del ayuno continuo del cristiano, el paso más allá que debemos hacer: “los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora abrazamos sólo la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado a Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y los acrecentamientos de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos, lo ponemos en común y de ello damos parte a todo el que está necesitado” [25]. En la misma línea, siguiendo a Clemente de Alejandría, otro gran Padre de la Iglesia, comprendemos que Dios ha creado el género humano para la comunión o comunicación de unos con otros, del Logos común a los bienes finitos, de la asistencia mínima a la alegría, de la sonrisa al amor más fraterno; la cristiana o el cristiano no se goza con dar sobras de lo suyo ni se jacta de dar buenos deseos, al contrario, sufre por no poder dar más al necesitado y se realiza en comunión espiritual, material e intelectual con los otros, en especial los más pobres, excluidos y silenciados [26].

Radicales eran los primeros cristianos. El mismo Clemente nos dice la medida en que se debe poseer: “ahora bien, la medida, como el pie para el zapato, de lo que se ha de poseer es el cuerpo de cada uno. Todo lo que de ahí sale, como los que llaman adornos y muebles los ricos, es carga y no ornato del cuerpo” [27]. Y en esa radicalidad, extrema y absurda para muchos que están desviados y no pueden pensar vivir sin teléfonos de última generación, autos de lujo o grandes mansiones, es que subyace una gran verdad: no tenemos nada en la Creación que sea propio más que el propio cuerpo y su destino. En cambio, debemos todo a nuestro Creador que, a todos por igual, nos ha dado sin esperar nada a cambio el mundo, no para destruirlo, no para secarlo, no para arrasar con él sino, por el contrario, nos dio el mundo para compartirlo, para promoverlo y hacer con él su obra.

Las riquezas, como las son nuestro conocimiento o incluso el tiempo, respecto al otro, son solo una herramienta o instrumento para su plenitud; se usan justamente cuando están al servicio de la justicia, por naturaleza están para servir y no mandar, como también, somos nosotros quienes hacemos malo o bueno su posesión, pues las cosas no son malas en sí mismas [28], es el hombre o la mujer que es malo al acaparar y no repartir, al quitar y no regalar, al tomar y no dar [29].

Pues, “así ha dicho Jehová: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar” [30]. La solidaridad no es para un mes; el ayuno descrito por el profeta Isaías no es para un tiempo litúrgico; la justicia no es para predicarla o estudiarla sin hacerla patente en cada decisión y acto: el cristiano no es de mínimos y mucho menos es ajeno al mundo en que transita.

No hagamos de este mes una celebración inocua; no convirtamos el testimonio de san Alberto Hurtado en letra muerta en las redes sociales; no seamos apostatas de nuestra fe sino, por el contrario, escuchemos la verdad misma inscrita en nuestra propia naturaleza y aceptemos los dones y deberes que regala la Gracia para todos los hombres y mujeres que aman a Cristo [31] y construyamos el Reino. Estamos invitados constantemente a imitar el modo de ser de Jesús y Él siempre se muestra ante nosotros, ¿o acaso hemos olvidado su palabra?:

“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” [32].

Que este mes simplemente renueve nuestro compromiso cristiano, que no es otro que el amor eficaz para construir aquí y ahora con espíritu evangélico la antesala del Reino. No imploró imposibles, pues nadie esta obligado más allá de lo racionalmente exigible; desde nuestras pequeñas acciones a nuestros grandes compromisos sociales, ayunemos como dijo Isaías y abramos las jaulas, rompamos las cadenas y liberemos a los oprimidos en la bienaventuranza de nuestra fugaz e insignificante vida para dejar en cada acción un testimonio de nuestro amor por Cristo y el prójimo en quien se manifiesta diariamente.

Recordemos que “el amor es comprensivo y servicial; el amor nada sabe de envidias, de jactancias, ni de orgullos. No es grosero, no es egoísta, no pierde los estribos, no es rencoroso. Lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites” [33]. ¿Por qué esperar? Es hora de tener los ojos fijos en Jesús y ser solidarios todos los días.

Alonso Ignacio Salinas García

Candidato CORE Circunscripción Santiago II: Recoleta, Independencia, Santiago Centro, Cerro Navia, Quinta Normal y Lo Prado

Estudiante de Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile

Integrante del Equipo de Investigación Convencional Constituyente Roberto Celedón

Representante de la Izquierda Cristiana de Chile en el Comité Electoral Campaña Presidencial Gabriel Boric.

 

[1] Cfr. Juan Pablo II (1987): Sollicitudo rei socialis, 39-40.

[2] Maritain, Jacques (1947): La Persona y el Bien Común (Bilbao, Declée de Brouwer), pp. 41-42.

[3] Acta Apostolicae Sedis 80, 1980, 566-569.

[4] Vid. Francisco de Asís: Laudes Creaturarum.

Vid. Buenaventura de Bagnorea: In Hexaemeron VIII, 3 y ss.

[5] Gálatas 3:28.

[6] Vid. Agustín de Hipona: De vera religione, 11-15; 19-22; 41.

[7] Cfr. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, 2004, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 120 y ss.

[8] Hurtado, Alberto (2004): Humanismo Social (Santiago, Fundación Alberto Hurtado), p. 86.

[9] Juan de Crisóstomo: Homiliae in matthaeum, 50, 3.

[10] La Didaché, cap. 4, n. 5-8.

[11] Lucas 6: 30-35.

[12] Cfr. Mounier, Emanuel (1984): De la Propiedad Capitalista a la Propiedad Humana (Buenos Aires, Edición Carlos Lohlé), pp. 39-43.

[13] Carta de Bernabé, cap. 19, n. 8-9.

[14] Tomás Aquino: Summa Theologiae 2.2., q. 66, a. 7.

[15] Gregorio Magno: Regula pastoralis, cap. 3, n. 21.

[16] Vid. Pablo VI, 1967, Populorum progressio, 23.

[17] Vid. Pío XI, 1931, Quadragesimo anno, 45.

[18] Vid. Romanos 8:29.

Vid. Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, 2004, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 121.

[19] Santiago 5:1-6.

[20] Pastor de Hernas: Visión III, cap. IX, n. 2.

[21] Pastor de Hernas: Visión III, cap. IX, n. 3-6.

[22] Vid. Código de Derecho Canónico, Canon 849 y ss.

[23] Vid. Mateo 8:34.

Vid. Mate 16:24.

[24] Isaías 58:4-7.

[25] Justino: Apología I, cap. XIV, n. 2.

[26] Vid. Clemente de Alejandría: El Pedagogo II, 12.

[27] Clemente de Alejandría: El Pedagogo III, 7.

[28] Vid. Agustín de Hipona: De Civitas Dei, XI, 18, 22; XII, 1-8.

[29] Vid. Clemente de Alejandría: El Pedagogo III, 14.

[30] Jeremías 22:3.

[31] “Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”, Gálatas 5:22.

[32] Mateo 25:36-41.

[33] 1 Corintios 13: 4-7.

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