Petro, una victoria histórica

Con poco más del 98 por ciento de las mesas escrutadas se confirmó el triunfo de Gustavo Petro, candidato del Pacto Histórico, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia.
Petro reunía el 50.51 de los votos contra 47.22 de su rival.Se trata de una victoria extraordinaria, de proyecciones no sólo nacionales sino continentales. Lo primero, porque se produce en un país sometido durante largas décadas al arbitrio de una de las derechas más brutales y sanguinarias de América Latina. El crepúsculo de su predominio se vislumbró en la primera vuelta electoral cuando el uribismo, como personificación de aquellas nefastas fuerzas políticas, no pudo siquiera garantizar que uno de sus varios candidatos pudiera llegar al balotaje. Por eso debieron recurrir a un personaje de opereta como Rodolfo Hernández, en quien volcaron todo su apoyo y trataron de presentarlo como si fuera un estadista cuando en realidad era un bufón, y fracasaron en su empeño. Los candidatos del Pacto Histórico debieron luchar contra un establishment que controla todos los resortes del poder en Colombia, y lograr derrotarlo. Un mérito que, sin duda, debe ser saludado por todas las fuerzas democráticas de Latinoamérica y el Caribe.
Obviamente la trágica historia colombiana nos obliga a ser cautos. Se supone que Petro debería asumir la presidencia el 7 de agosto, cuando se conmemora un nuevo aniversario de la batalla de Boyacá. Hay por lo tanto que remontar una cuesta de casi dos meses antes de que el candidato del Pacto Histórico se aposente en el Palacio de Nariño. La historia latinoamericana es pródiga en ejemplos de elecciones robadas, magnicidios y toda clase de estratagemas destinadas a burlar la voluntad mayoritaria de la población. No podemos olvidar lo ocurrido en Chile, cuando tras el triunfo de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970 la derecha se lanzó con todas sus fuerzas –con el enfático apoyo de Nixon desde la Casa Blanca- para impedir que el Congreso Pleno ratificara la victoria del candidato de la Unidad Popular. Y en ese afán no dudaron en asesinar a René Schneider Chereau, militar constitucionalista y comandante en jefe del Ejército, que había manifestado la vocación legalista del arma.
En un país como Colombia, lastrado por una sucesión de “narcogobiernos” que forjaron una sólida alianza entre el paramilitarismo, el narco y los aparatos de seguridad del Estado no sería de extrañar la existencia de sectores ultraderechistas dispuestas a cualquier cosa con tal de impedir la asunción de Gustavo Petro y Francia Márquez y, de no ser eso posible, maniatarlo una vez en el cargo para que no pueda gobernar. No nos olvidemos que en términos sociopolíticos en los últimos años Colombia se convirtió en un protectorado norteamericano, con al menos siete bases militares de ese país instaladas en su territorio y sería ingenuo pensar que esta noche los oficiales estadounidenses estarán brindando por el triunfo de Petro. Por lo tanto, el Pacto Histórico tiene que redoblar su actitud de permanente vigilancia para evitar que su victoria sea birlada por la poderosa derecha colombiana –que controla la riqueza, el Poder Judicial y los grandes medios de comunicación – y sus patrocinadores establecidos en Washington. Y para ello será fundamental contar con “el otro poder” alternativo al del establishment: el pueblo consciente, organizado y movilizado. Lo peor que podría pasarle a la buena y noble gente nucleada en el Pacto sería pensar que la tarea ha concluido y que es hora de regresar a sus casas.
Por eso es alentador saber que hace pocas horas Petro escribió en un tuit que “hoy es el día de las calles y las plazas”. Agregaría, no obstante, que de ahora en más todos los días deberán ser de calles y plazas porque es la única, exclusiva, garantía que tiene un gobierno popular. No es un consejo de este modesto analista sino la tesis central de Nicolás Maquiavelo al indagar sobre los fundamentos de la estabilidad política de los gobiernos populares. Ojalá que Petro, Francia y toda su gente tomen muy en cuenta lo que escribiera el padre de la ciencia política moderna.
Atilio Borón – Buenos Aires / Santiago.
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