Marzo 19, 2024

Apología Contra la Economía Liberal

 Apología Contra la Economía Liberal

Alonso Ignacio Salinas Garcia.-

El mainstream liberal se ha generalizado y toma cada día más protagonismo como un dogma incuestionable.

En la economía, desde plataformas virtuales, se han levantado personalidades como el libertario Javier Milei mientras que, en la academia, son las mismas universidades que enseñan introducción a la economía, microeconomía o macroeconomía, las que reparten las sesgadas, falsas y fantasiosas doctrinas clásica, neoclásica y otras escuelas de falsos científicos de la supuesta “ciencia” de la economía. En todo el mundo, parace no existir espacio para más teorías que las ortodoxas, como si estas fuesen una verdad absoluta e incuestionable y no simples teorías.

Así mismo, no es ninguna novedad la constatación del desorden social actualmente prevalente en todos los países, como tampoco lo es la profunda pobreza y desigualdad en el mundo. Incluso habiendo más ricos, más riqueza y más dinero que nunca antes, no ha cambiado esencialmente la realidad de la mayoría del planeta, particularmente la de los países subdesarrollados del Tercer Mundo —las naciones dependientes que producen aun en la economía real primaria y secundaria siendo víctimas del injusto intercambio—. ¿Qué tiene que ver esto con el mainstream económico liberal? Todo.

Es en la epistemología y ontología mismas que subyacen a la falsa neutralidad y objetividad de la inexistente economía positiva de los liberaloides, que se encuentra la fuente de la irracionalidad del orden social actual. Sus máximas religiosas son justamente, con sus esquemas simplificados con pocas variables en escenarios atemporales e inexistentes, las que permiten la aplicación de políticas públicas, legislaciones y normativas que atentan a los fines propios de la justicia.

Por ello, es necesario cuestionar el orden económico vigente (por ahora), en sus fundamentos esenciales: i) las personas son esencialmente egoístas, y el homo œconomicus, en sus decisiones solo piensa en su propio beneficio utilitario; ii) por ese afán egoísta de consumidores y proveedores se llegaría a un equilibrio guiado por la mano invisible del mercado que beneficia a todos; y iii) que el beneficio neto de los excedentes aritméticamente calculados de beneficios/utilidades individuales es equivalente al bien común.

I CONTRA LA OPCIÓN ANTROPOLÓGICA DEL LIBERALISMO: la mentira del homo œconomicus

Como explica John Ruskin, hay que señalar que la economía ortodoxa se presenta como una supuesta ciencia que extrae de su análisis los “afectos” y “sentimientos” para estudiar de forma “objetiva” las relaciones sociales entre los hogares y fábricas, entre los trabajadores y empleadores, entre los consumidores y comerciantes. Pero, a la vez, no ignora, sino que sacraliza, como características esenciales del comportamiento humano, al egoísmo y la avaricia, ignorando la bondad y la empatía, viendo al ser humano solamente como una “maquina codiciosa”(1). ¿Acaso dicha concepción de la persona no está sesgada por los ‘afectos’ y ‘sentimientos’ de quienes la plantearon, no siendo más que reflejo de sus propias carencias humanas? ¿Qué tiene de objetivo, entonces, su supuesto análisis ‘científico’ de la realidad? Nada.

Todo aquello no es más que la exacerbación del denominado “homo œconomicus” y la falsa idea de que todo aspecto de la vida humana se rige por la utilidad, siendo lo más racional asumir y tomar decisiones egoístas que maximizan los beneficios individuales y reducen los costes derivados de dicha decisión.

Estos supuestos economistas, los chamanes del liberalismo, olvidan a sus propios autores. Ignoran que la “economía política no trata la totalidad de la naturaleza del hombre, modificada por el estado social, ni toda la conducta del hombre en sociedad. Se refiere a él sólo como un ser que desea poseer riqueza, y que es capaz de comparar la eficacia de los medios para la obtención de ese fin”, en palabras de John Stuart Mill (2).

Al respecto, el “homo œconomicus” es considerado ‘racional’ por los liberales en solo en tanto se asuma la premisa de que el sentido del bienestar, tal como se define en la función de utilidad, es optimizado según las oportunidades percibidas. Es decir, el individuo trata de alcanzar objetivos muy específicos y predeterminados en la mayor medida posible con el menor coste posible, pensando exclusivamente en montos de utilidad económica. Estos autores reniegan de que los objetivos reales de la persona puedan ser racionales en un sentido ético, social o humano más amplio y no solamente utilitario.

La afirmación de que las personas deciden marginalmente según su máxima utilidad en razón de la búsqueda de su mayor placer —desde la premisa de que lo ‘racional’ se traduce necesariamente en decisiones egoístas fundadas en el bienestar del individuo atomizado—, ya ha sido desmentido por diversos estudios. Por ejemplo, un análisis de connotados científicos como Joseph Henrich, Robert Boyd, Samuel Bowles y otros sobre más de 15 sociedades con una gran variedad económica y cultural, demostró que el modelo homo economicus no se cumplía en ninguna de ellas (3).

Es más, en dicho estudio publicado en “The American Economic Review”, se demostró una alta correlación entre el grado de integración económica y los incentivos a cooperar, por un lado, y el nivel de cooperación en los juegos experimentales realizados por los investigadores, por otro.

Desconocen los profesores de economía y sus autores divulgadores pop mainstream —como Tim Harford —, que la genuina razón de la asociación de las personas, desde las pequeñas comunidades a la sociedad misma en su conjunto, — motivo que supera las meras comunidades de negocio explicadas por Aristóteles y John Finnis— es, de hecho, la solidaridad. Al respecto, hay que traer a colación la pregunta retórica de Jacques Maritain: ¿Por qué vivimos en sociedad?

¿Por qué la persona exige de por sí vivir en sociedad? Lo exige en primer lugar, precisamente como persona o, dicho de otro modo, en virtud de las propias perfecciones que forman parte de él, y de esta apertura a las comunicaciones del conocimiento y del amor (…) Tomada bajo el aspecto de su generosidad radical, la persona humana tiende a sobreabundar en las comunicaciones sociales, según la ley de la superabundancia que está inscrita en lo más profundo del ser, de la vida, de la inteligencia y del amor.

Y, en segundo lugar, la persona humana exige esta misma vida en sociedad por razón de sus necesidades o, dicho de otra manera, dado el estado de indigencia que deriva de la individualidad material. Tomado bajo el aspecto de su indigencia, tiene que integrarse en un cuerpo de comunicaciones sociales sin el cual es imposible que alcance la plenitud de su vida y su realización”(4).

Así, volviendo a los economistas, estos han simplificado los fenómenos sociales hasta el punto de solo contemplar un aspecto ínfimo de la persona: su egoísmo y codicia, Lo hacen de la misma manera en que los científicos ven fenómenos desde una sola perspectiva matemática, química o física; pero, a diferencia de estos, no reconocen que su análisis es incompleto. Los economistas ven al hombre como un esqueleto, pero no lo que lo hace persona: su alma, sus relaciones sociales, la ética, su cultura, sus necesidades, su vocación de ser(5).

II CONTRA LA OPCIÓN DEONTOLOGICA DEL BIEN COMÚN LIBERAL: la falacia de que el motor del bienestar social es el individualismo y egoísmo.

Desde su perspectiva individualista, los economistas clásicos han construido el andamio de un paradigma en que el egoísmo racional y la competencia desenfrenada conducen al bien común; esto no es más que una patente antinomia ¿Cómo es posible que buscar lograr objetivos egoístas y actuar de forma individualista promueva fines altruistas y tenga como consecuencia el bienestar general? Prueba de que ello es justamente una mentira, es la bochornosa situación de las relaciones capital-trabajo a lo largo de la historia: sin regulación e intervención, millones perecían en la extrema pobreza y unos pocos engordaban en la opulencia(6), y actualmente, en condiciones mucho mejores —todas conquistadas con sangre, sudor y llanto por el movimiento obrero, la Iglesia Católica, los movimientos de izquierda y otros—, en una profunda despersonalización y vacío, las masas se disgregan en la depresión, las luchas identitarias y la descomposición de la familia, las tradiciones y la seguridad pública.

Los liberales han afirmado que describen la realidad como es y no como debe ser. Todo intento de intervención fundado en la ética, la moral, la tradición u otras ciencias, es “economía normativa”, no una realidad positiva. Afirman que la economía es como los mares y ríos que siguen su curso natural —afirmación exagerada por los minarquistas y la Escuela Económica Austriaca—. Ante tal convicción, John Ruskin (antes que Karl Marx), dijo acertadamente que —incluso obviando estas absurdas abstracciones— podemos concluir, como ocurre con las fuerzas de la naturaleza, que estas pueden encausarse y, de no hacerlo, están destinadas a destruirse, como ocurre con la erosión, los aluviones u otros fenómenos naturales. La falta de leyes de distribución o regulación solo llevaran a la destrucción de la vida, del mismo modo en que los nubarrones traen dentro suyo las tormentas(7).

Los liberales no tardan en replicar a estas afirmaciones de los modos más absurdos concebibles; entre sus respuestas más comunes y repetidas en las clases de economía de las universidades actuales tenemos la siguiente: “al tener que decidir entre una teoría errónea y una teoría correcta, cuando la primera da resultados útiles y la segunda no, se debe preferir la primera”. ‘Réplicas’ que contraargumenta fácilmente el socialista cristiano anteriormente citado.

Sin referirnos al problema lógico de esta afirmación, remitiéndonos al “Ensayo II: Las Venas de la Riqueza” de John Ruskin, en primer lugar, respecto al objeto de la ciencia de la economía liberal —la obtención de la máxima cantidad de riqueza—, hay que señalar que “los comerciantes rara vez saben lo que significa ser rico”. Esta es una palabra relativa “que implica el opuesto de pobre de igual manera que la palabra norte implica su opuesto, sur”. Para que una libra esterlina sea útil, dice Ruskin, se necesita que el vecino la desee: el poder económico se determina en gran medida por el deseo y la necesidad. “El arte de hacerse rico, de la manera que lo propone el economista mercantil común y corriente, es al mismo tiempo y necesariamente el arte de mantener tu vecino pobre” (8).

La elección de una teoría errada que da resultados útiles es la elección racional para quien no solo no busca la verdad, sino que se regodea en un deseo profundo y megalómano de querer justificar lo injustificable en razón de su beneficio individual; contra toda evidencia, contra toda lógica, contra todo sentido común y contra toda ética, los académicos sofistas afirman siempre que la elección incorrecta es la correcta.

Así, es una realidad la afirmación de Emmanuel Mounier, “el propietario parece poseer no por el deseo de entregarse a su bien, sino, desde el primer momento, de excluir a cualquier otro, de disfrutar de esta exclusión y de envidiar los bienes de los que está provisoriamente excluido, mucho más que de hacerse fructificar el suyo propio”(9). Esto sería valido, al menos lógicamente, si el objeto de la “ciencia de la economía” fuera enriquecer a los individuos directamente, y no se escondiera tras la retórica de una supuesta honestidad que afirma buscar el beneficio de toda la sociedad.

Estos pitonizos de la economía dicen calcular todo en pos de maximizar el beneficio social: el excedente de todos los actores del mercado según el punto de equilibrio de sus simples ecuaciones. En estos esfuerzos intelectuales de estos cuentos de terror del liberalismo, al calcular los “excedentes” en hipotéticos escenarios con dos variantes, el beneficio neto de una sociedad es la suma de beneficios individuales, donde si un sector —los productores o los consumidores— se beneficia más que el que pierde, todo estaría en mejores condiciones y por tanto la sociedad se vería mejor.

Estas ideas no son en estricto rigor de una verdadera ciencia, ni siquiera de una economía política, sino que, un ensayo tosco que justifica simplemente decisiones egoístas en un marco supuestamente objetivo. Al respecto, como hace John Ruskin, debemos inmediatamente diferenciar 2 economías distintas por su objeto material: la política y la mercantil(10).

La economía política es la economía de la sociedad, del Estado y sus ciudadanos, cuyo fin es comprender la producción y el consumo para satisfacer las necesidades básicas que la persona requiere para abocarse a lo propio de su ser. Es esencialmente preservación y distribución, y lo que busca es beneficiar a la sociedad en su conjunto, a todas y cada una de las personas; su fin es hacerlas participes del bien común. En cambio, la economía mercantil es la economía de las merces o pagos, sinónimo de acumulación o bienestar de los individuos.

Sujetar las reglas del mercado a esta última es reducir las relaciones al poder económico, a la asimetría de información, a las necesidades superfluas y la especulación o, en términos simples, a la misma pobreza y deuda, para fomentar el poder adquisitivo y la riqueza de algunos sobre otros: que existan pobres para que hayan ricos(11).

El hecho de que la economía clásica sea una de tipo meramente mercantil y, en consecuencia, solo fomente la riqueza de los individuos pero no el bienestar de toda la sociedad y cada una de sus partes, desenmascara el falso progreso liberal y la mentira de la malinterpretada mano invisible.

Los individualistas que fingen ser científicos de la economía olvidan la razón detrás de la propiedad, las riquezas y bienes en general ¿Por qué existe la propiedad privada? El fundamento de la propiedad no está en sus títulos, sea ocupación vacante o por el trabajo, sino en una función humana; “el fundamento de la propiedad es inseparable de la consideración de su uso, es decir, de su finalidad”(12). Su razón de ser, como un derecho natural de segunda categoría(13) o como un derivado del derecho natural pero no parte de este(14); es la de servir a la persona para su Desarrollo Humano Integral: tanto el del individuo como el de los otros: el uso de las cosas de modo justo. Al respecto, Tomás de Aquino señaló que “La propiedad privada solo puede existir por su mejor administración, su uso para lo necesario para vivir bien y su función social”(15).

Emanuel Mounier acertadamente señaló que “la propiedad (…) supone un orden de finalidades subordinadas y, señaladamente, de personas soberanas. Existe un derecho general del hombre sobre la naturaleza (…) (que lo) autoriza a usar de sus bienes con vistas a su fin. Dominio que no es primero, sino recibido por participación en el dominio eminente de Dios y como instrumento a su regreso a Dios. (Es decir) El hombre no tiene, pues, un derecho sobre el ser o la naturaleza de las cosas, sino sobre su uso, siempre que ese uso sea conforme al derecho procedente de Dios (…) (en su) uso inteligente y voluntario de una riqueza subordinada”(16).

Así, en su maldad o ignorancia, los burdos economistas liberaloides son solamente adalides de lo que John Ruskin denominó como “economía mercantil”, la cual, a la luz de lo señalado, claramente “no involucra un aumento de la propiedad actual o del bienestar de la nación. No obstante, dado que esta riqueza comercial o poder sobre el trabajo de otros, casi siempre se puede convertir en propiedad material inmediatamente, mientras que la propiedad material no siempre se puede convertir en poder sobre el trabajo de otros, la concepción de riqueza que tienen las personas activas en los países civilizados usualmente se requiere a la riqueza comercial; y al calcular sus posesiones, prefieren calcular el precio de sus vehículos y sus tierras por el número de pesos que calen, que el valor de sus pesos por el número de vehículos y campos que podrían comprar con ellos”(17).

Ahondando en la contraargumentación de John Ruskin a los economistas liberales, es importante señalar estas ideas solo fomentan la acumulación de riquezas y, en su afán egoísta, impiden incluso que aumenten las mismas riquezas de los propietarios quienes, irónicamente, serían mucho más ricos en sus mismas premisas si estos invirtieran con mayor ahínco su capital en vez de acumularlo. Si los empobrecidos trabajadores fueran más educados, tuviesen mayores salarios y mayor capacidad de consumir, habría mayor retribución al esfuerzo económico de la empresa. Es una verdadera antinomia la del capitalismo, y John Ruskin nos deja claro que no puede haber riqueza en el sentido de la economía mercantil sin pobreza, pero justamente esa pobreza como condición de la riqueza impide que se hagan aún más ricos los opulentos(18).

La teoría de la firma que los economistas neoclásicos tanto afirman es justamente muestra de dicha contradicción. Si fuera exclusivamente el único fin de la empresa maximizar sus ganancias —dándole vida propia a la empresa, ignorando los fines particulares de sus propios titulares— ¿no sería más cuerdo aumentar la retribución que estas pueden recibir a través de la distribución de la riqueza?

III CONTRA LA OPCIÓN EPISTÉMICA LIBERAL DE LA CONCEPCIÓN DEL BIEN COMÚN: la incongruencia del concepto de beneficio neto, excedentes y utilidades como claves del progreso social

Igualmente, en otro punto, no es equivalente el supuesto beneficio neto del excedente calculado en hipotéticos escenarios de dos variantes con fórmulas matemáticas de áreas geométricas —como creen los economistas liberales al rayar sus pizarras— al bienestar del conjunto de la sociedad, pues el bien común no es la suma de bienes individuales, ni mucho menos la suma de placer o utilidad individual.

Como señala Jacques Maritain en su libro “La Persona y el Bien Común”, este bien no comprende la suma de intereses individuales, servicios, bienes de utilidad pública o bienes materiales de cada sujeto aritméticamente sumados en alguna ecuación o fórmula matemática, sino que mucho más. El bien común es el bien de todas las partes de la comunidad política como individuos, pero, sobre todo, como personas: es el acceso real y efectivo a los bienes materiales e inmateriales que conforme a cada uno impliquen su realización humana, su desarrollo integral(19).

Así, la cantidad de riqueza acumulada por ciertos ciudadanos de una Nación no significa bajo ningún motivo un bienestar para esta, pues no es la cantidad o cualidades de dicha suma lo que da su carácter de beneficioso o dañino, sino que su uso. El cálculo de excedentes desde el punto de equilibrio a la curva de la oferta y de la curva de la demanda al punto de equilibrio solo reflejaría el placer individual de los actores que pagan menos de lo que quieren o reciben más de lo que no estarían dispuestos a tranzar; pero jamás podría reflejar el bienestar de todo el conjunto de un mercado —que en el mismo lenguaje del liberaloide es, contradictoriamente, toda la sociedad—.

Al respecto, John Ruskin señala que: “entonces, nuestro punto principal no solo en relación con la ventaja, sino que también en relación con la cantidad de riqueza nacional, finalmente se torna un asunto de justicia abstracta. Con respecto a cualquier masa de riqueza adquirida, es imposible concluir, por el mero hecho de estar ahí, si es buena o mala para la nación en la que se manifiesta. Su valor real depende del símbolo moral que se le asocie, del mismo modo que las cifras matemáticas dependen del símbolo algebraico que se le coloque a su lado”(20).

Así, en nuestros tiempos podríamos decir que no es el PIB o el PIB per cápita el que define el desarrollo de una nación, sino que, es su uso ¿de qué sirven naciones extremadamente ricas si gran parte de su población es pobre o vive endeudada?

Hay que volver a recordar que el fundamento de la propiedad no está en sus títulos, sea ocupación vacante o por el trabajo, sino en una función humana. De este modo, aun siendo legitimo el hecho de que algunos tengan más que otros, el uso mismo de las cosas (sean muchas o pocas) es común, es en un sentido de beneficio de todas y cada una de las partes de la sociedad(21). Algo que deben aprender los fantasiosos economistas liberales —como también los marxistas—.

Puesto que el hombre tiene derecho general de apropiación con respecto a todos los bienes materiales apropiables, sigue como consecuencia, que dicha apropiación es en su propia vocación el servir al uso verdaderamente humano, como explica Jacques Maritain(22).

Por lo que todo lo superfluo debe ser repartido por el dueño, por la comunidad o por el Estado. Como señala Emmanuel Mounier “el uso de los bienes (usus) nos es de derecho natural, y la exclusión de otro, necesaria en su administración, se vuelve ilegitima en este uso. Esta ley es tan primordial que santo Tomás la refiere directamente a la ley divina”(23).

Así, hay que señalar que “es necesario para un individuo aquello sin lo cual no podría vivir. Pero hay modos y modos de vivir (…) El hombre no está hecho para mantenerse, como una bestia, sólo en el nivel de la vida física. Cada uno de nosotros es una persona y tiene la misión de desarrollarse como una persona: llamaremos necesario personal (necessarium personae) el mínimo necesario para la organización de una vida humana: mínimo de ocio, de deportes, de cultura, de vida pública, de vida de familia, de vida interior”(24).

Los bienes están destinados al debido sustento de las personas y al provecho de los demás, por lo que la riqueza debe estar orientada al Desarrollo Integral de la Persona y, por ello, tener una función social. La propiedad privada entonces tiene una doble funcionalidad “la personal y comunitaria”(25). Esta forma correcta de entenderla no se condice con la actualidad pues, como acertadamente dijo Emmanuel Mounier: “una de las desviaciones maestras del capitalismo es haber sometido la vida espiritual al consumo, el consumo a la producción y la producción al lucro (…) el problema de la propiedad no es solamente un problema técnico de apropiación, sino que es inseparable del problema de la riqueza”(26).

IV LAS DEFORMACIONES DEL LIBERALISMO: la ideología que pervierte el orden mundial

Es así, como consecuencia del principio metafísico del (no)optimismo liberal, que existen actualmente tres falsedades metafísicas que imbuyen todo el derecho positivo moderno y que encuentran su sustrato en la agencia económica del liberalismo y sus falsos profetas: i) primacía de la producción, ii) primacía del dinero y iii) primacía del beneficio.

Actualmente no es la economía la que está al servicio de la persona, sino que es la persona la que está al servicio de la economía. Como explica Emmanuel Mounier, “en otros términos: no se regula la propiedad sobre el consumo y esta de acuerdo con una ética de las necesidades de la vida humana, sino el consumo, y a través de él la ética de las necesidades de la vida, sobre una producción desenfrenada”. Así, la economía como sistema cerrado, somete a los hombres a los modos y principios que propone, ya no como un análisis objetivo, sino que, como una agenda ideológica(27).

Asimismo, no es el dinero el que está al servicio de la economía y del trabajo, sino que, actualmente, la economía y el trabajo son quienes están al servicio del dinero. Como explica dicho autor católico: “El primer aspecto de esta soberanía es la primacía del capital sobre el trabajo, en la remuneración y en la repartición del poderío económico, siendo el dinero en este sistema la clave de los supuestos de mando (…) El segundo aspecto es el reino de la especulación o juego sobre el dinero, mal todavía más nefasto que el productivismo. Aquella transforma la economía en un inmenso juego de azar indiferente a las consecuencias de sus contragolpes económicos y humanos”(28).

Igualmente, existe hoy una primacía del beneficio, la utilidad como móvil de la vida económica. “No es la retribución normal de los servicios prestados, sino un provecho doblemente desarraigado. En primer lugar, tiende siempre al provecho obtenido sin trabajo, asegurado por los diversos mecanismos de fecundidad del dinero. Por otra parte, no se ajusta a las necesidades, sino en un principio indefinido. Finalmente, cuando está regulado, se mide de acuerdo con los valores burgueses y capitalistas: confort, consideración social, representación, indiferentes al bien propio de la empresa o de la economía”(29).

Por ello John Ruskin, de forma categórica, afirmó que: “Lo que usualmente se esconde tras el deseo de riquezas es esencialmente un deseo de poder sobre otras personas; en el sentido más simple, queremos que el sirviente, el comerciante y el artista trabajen para nuestro propio beneficio; en un sentido más amplio, queremos la autoridad para dirigir grandes grupos de personas para lograr distintos propósitos (…). Por tanto, este poder que la riqueza confiere será mayor o menor en proporción directa a la pobreza de las personas por sobre quienes se aplica el poder y en proporción inversa al número de personas que son tan ricas como nosotros, y que están dispuestas a ofrecer el mismo precio por un artículo de suministro limitado”(30).

V CONCLUSIÓN: una única solución

Por ello, ante tanta mentira y demencia del orden capitalista, contra los adalides del liberalismo, se debe afirmar la verdad. Verdad consustancial a todo hecho visible y asequible por la lógica empírica y metafísica, que habita en la misma naturaleza del hombre; la realidad actual y todo su decadente devenir es contraria a la esencia de la persona, al fin de la sociedad, al deber del Estado y el rol de la academia.

La “ciencia” económica de la ortodoxia mercantil no es ni objetiva ni útil para el bienestar social. Por el contrario, es irracional y fundada en una antropología nihilista y un resentimiento emocional profundo, siendo la cadena que impide a la sociedad moderna hasta nuestros días salir de la dependencia, la decadencia, la marginación y degradación de los países, de los pueblos, de los ciudadanos, de las empresas y los trabajadores.

Solución ineludible es cambiar todo, recobrar la autentica escala de los valores humanos y subordinar lo superfluo, la riqueza y la propiedad a su función social: a su debido uso. Que los economistas sean auténticos estudiosos de la economía política, que las economías sean reflejo de la incesante búsqueda del bien común y los agentes de los mercados sean reflejo real de los fines de su deber como productores y consumidores.

¡Basta de la economía del hambre! ¡Basta de falsas ideologías! Es hora de la verdad; una verdad que con su autenticidad se haga carne en el orden social derribando los altares de la religiosidad liberal, sustituyendo la primacía de la producción, del dinero y del beneficio por la subordinación de la propiedad y riqueza a la plena realización humana.

Es deber de toda autentica persona invertir la desviación maestra del capitalismo para ordenar el mundo a la sincera obra del Nuevo Adán. Que el lucro se someta a la producción, la producción al consumo y el consumo a la vida espiritual. ¡La esperanza cristiana es socialista!

 Alonso Ignacio Salinas Garcia

Primer Secretario General de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.

Directivo de la Asociación Chilena de Amistad con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).

Columnista de “Reflexión y Liberación” y el “Diario Constitucional”.

Estudiante de Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile.

Ex-Asesor del Convencional Constituyente Roberto Celedón, Distrito 17.

 Citas

(1) Ruskin, John (2016): El Bienestar de Todos (Trad. Pablo Saavedra, Santiago de Chile, Ediciones UC), pp. 28-29.

(2) Mill, John Stuart (1836): “On the Definition of Political Economy, and on the Method of Investigation Proper to It” en London and Westminster Review, October, recopilado en “Essays on Some Unsettled Questions of Political Economy” (2da edición, Londres, Editorial Longmans, Green, Reader & Dyer), ensayo 5, parágrafos 38 and 48.

(3) Joseph Henrich, Joseph Et Al (2001): “In Search of Homo Economicus: Behavioral Experiments in 15 Small-Scale Societies” en The American Economic Review, Vol. 91, No. 2, pp. 73-78.

(4) Maritain, Jacques (1947): La Persona y el Bien Común (Bilbao, Desclèe de Brouwer), pp. 41-42.

(5) Ruskin, John (2016): Ibid.

(6) Idem.

(7) Ruskin, John (2016): “Ensayo III: Qui judicatis terram” en El Bienestar de todos (Trad. Pablo Saavedra, Santiago de Chile, Ediciones UC), p. 52.

(8) Ruskin, John (2016): “Ensayo II: Las Venas de la Riqueza” en El Bienestar de todos (Trad. Pablo Saavedra, Santiago de Chile, Ediciones UC), p. 52.

(9) Mounier, Emmanuel (1984): De la Propiedad Capitalista a la Propiedad Humana (Buenos Aires, Carlos Lohlé), p. 42.

(10) Ruskin, John (2016): Ibid.

(11) Vid. Ruskin, John (2016): op. Cit., pp. 52-53.

(12) Mounier, Emanuel (1984): op. Cit., p. 43.

(13) Vallet de Goytisolo, Juan (1974): La Propiedad en Santo Tomás de Aquino, en Revista de Estudios Políticos, N° 195-196, pp. 49-100.

(14) Tomás Aquino: Suma Teológica 2.2., q. 57, a. 3; q. 66, a. 2, ad 1 m.

(15) Tomás Aquino: Suma Teológica 2.2., q. 66, a. 7.

(16) Mounier, Emanuel (1984): Op. Cit., pp. 39-40.

(17) Ruskin, John (2016): op. Cit., p. 53.

(18) Cfr. Ruskin, John (2016): op. Cit., pp. 54-55.

(19) Maritain, Jacques (1947): Op. Cit., pp. 45-46.

(20) Ruskin, John (2016): op. Cit., p. 60.

(21) Maritain, Jacques (1935): Arte y Escolastica (3ra edición, ciudad, Arte Catòlico), p. 61.

(22) Maritain, Jacques (1933): Del Régimen Temporal y de la Libertad (Bilbao, Desclèe de Brouwer), pp. 230.

(23) Mounier, Emanuel (1984): Op. Cit., p. 53.

(24) Mounier, Emanuel (1984): Op. Cit., p 57.

(25) Mounier, Emanuel (1984): Op. Cit., p. 44.

(26) Mounier, Emanuel (1984): Op. Cit., p. 57.

(27) Mounier, Emmanuel (1975): op. Cit., p. 170.

(28) Mounier, Emmanuel (1975): op. Cit., p. 170-171.

(29) Mounier, Emmanuel (1975): op. Cit., p. 171.

(30) Ruskin, John (2016): op. Cit., p.

 

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