El ‘reinado’ de la Usura
Desde el origen de la vida humana las relaciones de poder han engendrado conflictos en torno a distintos intereses en los diferentes ámbitos de la vida social.
Estos conflictos, que han variado según su grado de contradicción y antagonismo, han sido resueltos a través de la búsqueda del consenso y el ejercicio de la coerción. En este devenir entre coerción y consenso, las guerras, las revoluciones, los tumultos, el aniquilamiento de pueblos, de naciones y de imperios se han sucedido a lo largo del tiempo. Su importancia es crucial: apuntan hacia un punto de ruptura en la dinámica de las relaciones de poder que no tiene un desenlace unívoco. Por el contrario, esta dinámica puede derivar tanto en la conformación de nuevas relaciones de poder como en el caos y la desintegración social. A esto último se llega cuando la violencia de la coerción anula toda posibilidad de conciliación entre intereses diferentes, contradictorios y antagónicos.
La historia nos enseña, sin embargo, que ningún núcleo de vida social puede permanecer en el tiempo imponiendo por la fuerza los intereses de un sector sobre los del conjunto. También nos enseña que no puede haber cambio social sin conciliación de intereses y elaboración de consensos en torno a intereses básicos para el conjunto social. Así, en todos los tiempos la dinámica del poder ha confrontado a la humanidad con una alternativa de hierro: cambio social o desintegración social.
2.600 años antes de Cristo esta situación se encarnó en la usura: una relación de poder en la que un polo de la misma termina aniquilando al otro. Por ese entonces, el descubrimiento en la Mesopotamia del interés compuesto y su aplicación a la contabilidad oficial y a las relaciones comerciales fue seguido por el descubrimiento de su brutal impacto sobre los individuos y sobre el conjunto social.
Al ritmo derivado de las leyes de las matemáticas, el interés compuesto dio lugar a un crecimiento exponencial de las deudas. La capacidad de pago de los individuos dependía, sin embargo, de fenómenos naturales (cosechas, desastres naturales, epidemias, etc.) y sociales (guerras, impuestos, etc.) independientes de la voluntad y de la acción individual. Así la esencia de la usura salió a la luz del día: un polo de la relación –el prestamista– terminaba apropiándose de todos los bienes del otro polo de la relación –el deudor– y lo sumergía en la destitución, el hambre y la muerte, afectando finalmente a la recaudación impositiva del Estado y a su capacidad para reclutar mano de obra necesaria para conformar los ejércitos que permitirían defender a la población ante el ataque de enemigos externos.
La evidencia de la esencia de la usura llevo a que, poco a poco y en distintas regiones y civilizaciones, los Estados empezaran a ponerle diversos límites: desde la estipulación de condiciones para contraer deudas y límites a la tasa de interés aplicables, hasta la prohibición. Con el correr del tiempo el desarrollo del capitalismo naturalizo al interés compuesto y al endeudamiento ilimitado. Hoy son ejes sagrados en un mundo financiero dominado por el dólar como moneda internacional de reserva.
La usura, entendida como una relación de dominación donde un polo de la misma fagocita al otro, no se limita a las relaciones económicas. También aparece en otras áreas de la vida social, incluida la geopolítica y la guerra. En la China Antigua, la guerra se constituyó en un campo de importancia crucial para el análisis filosófico y el debate sobre la táctica y la estrategia militar, la definición de los Estados y de sus enemigos, la caracterización de las fuerzas propias y la definición de las relaciones entre Estados. Parte de esta discusión ha llegado hasta nuestros días bajo la forma de axiomas. Uno de ellos advierte sobre aquel “enemigo vil que incinerara a su nación para reinar sobre sus cenizas”. En esencia, esto apunta al desarrollo de una estrategia de guerra que, buscando la aniquilación total del enemigo, conduce a la autodestrucción. Esta forma de dominación brutal, que lleva a un callejón sin salida, parece caracterizar los tiempos que vivimos, en que el capitalismo global monopólico busca reproducirse escalando los conflictos militares al punto de colocar a toda la humanidad ante el riesgo de una confrontación nuclear.
Los acontecimientos recientes ocurridos en la coyuntura financiera internacional mostraron los límites de un endeudamiento ilimitado que empieza a implosionar y amenaza con sumergir al mundo en una crisis de magnitud inédita en la historia de la humanidad. En paralelo, la escalada militar de Estados Unidos contra Rusia y China se agudiza y pareciera que la Tercera Guerra Mundial está a la vuelta de la esquina. Implosión financiera y escalada militar son dos caras de una misma moneda: una estructura de poder global que tambalea al influjo de los conflictos que ha engendrado con una forma de dominación social que, maximizando poder y riqueza, conduce al canibalismo social y a la destrucción de la vida en el planeta.
Esto nos obliga a conectar nuestro pequeño presente con lo que ocurre en el mundo y a preguntarnos cómo llegamos a esta situación; qué intereses expresan las políticas de Estado, las instituciones, las organizaciones sociales, los partidos políticos, sindicatos, etc. Esta reflexión no es solo teórica: implica abrir un debate colectivo, desde abajo hacia arriba, para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos y para buscar lo que nos une por encima de lo que nos separa, potenciando así la posibilidad de un cambio social en el país. Implica empezar a poner límites a la fragmentación social, política y cultural que destruye la solidaridad y la cooperación, y nos hunde en el individualismo y en luchas estériles y parciales que solo sirven para reproducir el reinado de la usura en todas las arterias por las que transcurre la vida social.
Mónica Peralta R. / Socióloga