Paternalismo y Poder
Una actitud que parece prevalecer especialmente en el ámbito eclesiástico es el paternalismo. Se caracteriza por una concesión de autoridad basada en la benevolencia, más que en la atribución de derechos legítimos. Esta dinámica se manifiesta a través de una especie de asimetría, negándose a un diálogo igualitario.
En realidad, el paternalismo representa una distorsión desastrosa de la figura paterna. Inevitablemente, genera rebeldes, aquellos que rechazan protecciones onerosas, o individuos sumisos y informes durante toda su vida, carentes de vigor intelectual y madurez de carácter, constantemente pusilánimes y torpes en sus movimientos.
Estos fenómenos explican, sobre todo a nivel pastoral, algunos acontecimientos que a veces se observan, como la formación de “feudos cerrados”, el miedo a la inteligencia y a la virilidad en el seno de las comunidades cristianas, y la agregación en torno a pastores con personalidades carentes de profundidad, siempre inclinados decir “sí”.
Incluso en este tiempo sinodal inaugurado en la Iglesia, el riesgo es que, a pesar de un amplio debate y muchas oportunidades de discusión, falten instrumentos jurídicos adecuados para dar forma y sustancia a una auténtica colaboración sinodal. Se subraya la posibilidad de un enfoque paternalista y clerical que podría obstaculizar la posibilidad de considerar cambios en los roles, funciones y prácticas, partiendo de la base de la comunidad parroquial. Tales cambios tendrían inevitablemente el efecto de redefinir, al menos en parte, la estructura de la Iglesia, la distribución de responsabilidades y, en consecuencia, el ejercicio del poder dentro de la institución eclesiástica. Existe el peligro de introducir algo nuevo en contextos establecidos, como poner vino nuevo en odres viejos.
Frente a los desafíos prácticos que presentan las comunidades, el ministro ordenado debe resaltar la riqueza de sus visiones teológicas subyacentes. Debe concebir su papel sobre todo como estímulo al crecimiento, a la maduración y a la dinamización de las conciencias.
El ministro debe adoptar un estilo de total desprecio por su posición, su dignidad personal y su poder sobre los demás. La verdadera paternidad encuentra su fuente y justificación en el amor. La actitud que requiere el ministerio ordenado es la de adulta, es decir, orientada al don y la creatividad. La palabra “padre” evoca a una persona madura que da vida y cuidados, comprometiéndose para que los demás puedan vivir plenamente.
En su función, el presbítero debe practicar la paternidad espiritual con una refinada madurez humana y espiritual que lo oriente a ser auténticamente paternal, sin caer en el paternalismo. El posible peligro de un paternalismo opresivo, que roza el clericalismo y el abuso de autoridad, puede verse acentuado por la percepción e interpretación de las figuras paternas en contextos culturales específicos.
Es fundamental recordar que el uso de la metáfora de la paternidad espiritual es analógico y no debe ser forzado, siguiendo el principio de “similitudo in major dissimilitudo”. La “paternidad espiritual” sólo es análoga a la paternidad en la carne, lo que recuerda la cuestión del celibato. Este último representa una paradoja, al encontrarse entre dos extremos equivocados: la renuncia y la excesiva espiritualización del amor sexual humano. El celibato, humanamente hablando, entraña deficiencias, pero la luz y la gracia de la revelación cristiana proporcionan la perspectiva necesaria para comprender su significado.
Me gusta concluir con las palabras de un sacerdote obrero, don Luisito Bianchi, famoso escritor y hombre de letras: “El problema es si todavía podemos conformarnos con estar cerca del pueblo y no ser parte del pueblo . La cercanía no hace más que acentuar la separación: es una forma de paternalismo ilustrado, más peligrosa que cualquier distancia clara y no disimulada”.
Domenico Marrone / Profesor de Teología Moral Social – Bari