Diciembre 12, 2024

Las mujeres en la Iglesia

 Las mujeres en la Iglesia

Es importante citar a este último Sínodo en que se han expuesto muchos trabajos y expectativas. Y no se ha silenciado a la mujer. La Hna. Maria Ignazia Angelini del Monasterio de Vivoldone, expresó que “Las mujeres no son extras, sino elementos dinámicos de la misión de la Iglesia”.

Jesús se rodeó de discípulas, el Evangelio lo muestra con sencillez. Unas citas: Jesús compara el Reino con una mujer que hace fermentar, con un poco de levadura, toda la masa. Y nos cuenta que, una vez resucitado, se apareció a María Magdalena y a otras mujeres, encomendándoles que comunicaran la buena nueva. En los comienzos del cristianismo muchas mujeres no sólo dieron testimonio de Jesús e incluso la vida, también trabajaron como guías en aquel nuevo camino que se abría en la sociedad, predicando y bautizando. Incluso he sabido que hay un fresco en una de las catacumbas romanas, donde una mujer preside la celebración. Ese protagonismo apenas se ha querido recordar y, mucho menos, reconocer.

Lamentablemente llegó el proceso de institucionalización cristiana y, con él, el arrinconamiento de las mujeres y la defensa de su subordinación a los varones. Los planteamientos filosóficos de Platón y Aristóteles refrendaron esta posición, y llegó incluso la triste frase de “Las mujeres han de callar en las asambleas” (1Cor. 14,34); se les prohíbe leer la Biblia, tienen que ser tuteladas por los hombres (2).

A pesar de este “frenazo” la Edad Media tuvo mujeres significativas, que hoy se estudian con interés, porque removieron formas y modos dentro de la Iglesia, señales de libertad entre místicas y no místicas. Ejemplos como Juliana de Norwich, que hablaba de Dios como madre (1.342-1420), Hildegarda de Binger (1098-1236), Catalina de Siena (1347-1380), Brígida de Suecia, etc.  Todas ellas resultan muy interesantes, sólo con que se las estudie un poquito.

Pero en el inicio de la modernidad llega el Concilio de Trento y se repite lo mismo: las mujeres son explícitamente relegadas, la libertad que se abría paso, se interrumpe en la Iglesia, especialmente para ellas, se les impide el desarrollo intelectual, a las monjas se les prohíbe la vida activa y se les ordena permanecer en los conventos, desposeídas de libros. A pesar de todo esto, podría decirse que “milagrosamente”, surgen figuras como Teresa de Jesús (1515-1582), Sor Juana Inés de la Cruz (México 1648-1695), Ángela de Merici (1474-1540), Luisa de Marillac (1591-1660) y más. Contra viento y marea la defensa de la libertad intelectual y la salida del convento para servir a los desposeídos se fueron abriendo paso.

Pasó el tiempo y, en honor a la verdad -sobre todo mujeres protestantes del s. XVIII- continuaron trabajando, enfrentándose a las restricciones políticas. He descubierto un documento fundamental que redactó Elízabeth Stanton, respaldado por un nutrido grupo de mujeres y también de hombres. Sucedía esto en 1848 y el documento se titula “Declaración de principios”. Está considerado el punto de partida de las luchas de las mujeres por la igualdad con los varones y en la Iglesia Católica dio pie a numerosos estudios y trabajos en los siglos XIX y XX. Autoras como Isabel Gómez, consideran que en los años 70 del siglo XX, se pudo hablar de una consistente “teología feminista”, cuyos contenidos pueden parecer – a día de hoy – superados, pero, ni mucho menos, lo eran en esos años.

Conclusiones Comunitarias

 La Iglesia a lo largo de los siglos nos ha asignado el rezo, los cuidados y la sumisión. Nos ha arrinconado. Los terrenos intelectuales, de gestión y decisiones, eran y son todavía campos masculinos. Excepciones a esas dinámicas, rebeldías, siempre han existido pero han sido escasas.

+ La Iglesia se tiene que democratizar de verdad: sólo así mujeres y hombres estaremos en el mismo plano de solidaridad y fraternidad. Hoy es una estructura cuestionada en las sociedades que tienen asentados los principios democráticos y que saben que nadie es más que nadie. Debe abrir sus estructuras a la presencia y responsabilidad femeninas en igualdad con los varones. No podrá avanzar sin tenernos en cuenta como iguales en Derechos y Obligaciones. Será un camino fecundo, beneficiará a mujeres y a hombres, y si no lo hace, estará cada vez más condenada a la irrelevancia.

+ Durante el último tercio del siglo XX y lo que llevamos de éste, gran parte de las sociedades han equiparado la formación de las mujeres a la de los varones. Los sistemas educativos en la mayoría de los países son para todos iguales. Y las mujeres de la Iglesia han entrado a las facultades de Teología (y por supuesto a todas las facultades), no podía ser de otro modo. Poco a poco se van abriendo paso en la Teología Católica: debates, publicaciones, foros, mayor presencia institucional aunque todavía escasísima…

+  El envejecimiento general de las personas creyentes es un hecho constatado. Los desafíos que quedan por delante NO reposan en mujeres jóvenes porque hay pocas. Tampoco los hombres jóvenes son numerosos en esta Iglesia del s.XXI.

+ Reconsiderar los cuidados, traerlos al debate eclesial y hacer de ellos unos valores esenciales de los seres humanos en cualquier sociedad y en la Iglesia, nos hará avanzar en igualdad, en justicia, e irá disolviendo las asimetrías. Recuperaremos Evangelio, construiremos la sociedad de iguales planteada por Jesús.

+ ¿Qué repercusión tendrá en el tema de la mujer la hostilidad hacia el Papa, de amplios sectores de la Curia Romana, de numerosos obispos y fieles? ¿Cómo y cuánto van a influir los sectores, especialmente femeninos, que siguen aferrados a que Jesús fue varón y los cometidos no pueden ser los mismos?

¿Podemos avanzar, mujeres y hombres, en una Iglesia comprometida con la Justicia, la Paz y el Cuidado de las Personas y de la Creación… desde una Iglesia desigual?

Adriana Sarriés / Promotora de Derechos Humanos

Editor