Noviembre 12, 2024

‘El genio femenino’ en la Iglesia

 ‘El genio femenino’ en la Iglesia

Seguir insistiendo en que cambie la realidad que viven en la Iglesia no es un discurso del pasado. No es de extrañar por tanto que en este siglo XXI, el Papa Francisco volviera a insistir en el tema como lo planteó en su primera Exhortación: “todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia porque el ‘genio femenino’ es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la iglesia como en las estructuras sociales” (Evangelii Gaudium 103).

La Mujer en los orígenes del cristianismo

No hay duda al afirmar que el movimiento de Jesús, sociológicamente se puede reconocer como un movimiento de renovación, cuestionador de las instituciones fundamentales del judaísmo, tales como el templo, la ley y las exclusiones en nombre de Dios. Constituyó un movimiento inclusivo donde los pobres, los enfermos, los niños, los pecadores y, por supuesto, las mujeres, tuvieron cabida y protagonismo.

Jesús valoró a la mujer y la incluyó en su grupo. Estableció una nueva manera de relación que el apóstol Pablo supo definir de manera sintética pero muy contracultural en su carta a los gálatas (3,28): “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús”.

Algunos de los pronunciamientos de Jesús son claramente en defensa de la mujer. Nos referimos al divorcio: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla” (Mc 10,11; Mt 5,32; 19,9; Lc 16,18) o la respuesta que les da a los saduceos sobre a quien pertenecerá la mujer después de la resurrección en el caso de la ley del levirato: “Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido” (Mc 12, 18-27). Estas lecturas hay que leerlas en el contexto del papel que jugaban las mujeres en el pueblo judío para entender su significado más profundo. Eran posesión del varón y por eso no contaban a la hora de hacer valer derechos. Jesús introduce una novedad al proponer unas relaciones personales y recíprocas entre varón y mujer, que nacen de que son iguales como personas y ante Dios.

Con la consciencia que hoy tenemos del sistema patriarcal vigente, podemos leer la praxis de Jesús como una liberación de ese sistema y una promoción de relaciones igualitarias. Todos en la comunidad de Jesús están llamados a vivir la hermandad donde los padres (patriarcas) no tienen cabida: “Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno, ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones, y en el mundo venidero, vida eterna” (Mc 10, 29-30). La hermandad es posible porque solo hay un padre que es Dios mismo y nadie más se puede arrogar este papel. Por eso es una crítica muy fuerte a la sociedad patriarcal donde el papel de padre, señor, emperador, amo, patrón, es ejercido, especialmente por los varones, suplantando el lugar que solo corresponde a Dios mismo.

Pero lo más decidor de la praxis de Jesús es haber incluido a mujeres en su grupo de seguidores. Los evangelios mencionan a mujeres, entre ellas, a María Magdalena, que bien sabemos fue la primera testiga de la resurrección del Señor (Jn 20, 11-18) y hoy declarada Apóstola de los Apóstoles: “Precisamente porque fue testigo ocular de Cristo resucitado fue también, por otra parte, la primera en dar testimonio delante de los apóstoles. (…) De este modo se convierte, como ya se ha señalado, en evangelista, es decir, en mensajera que anuncia la buena nueva de la resurrección del Señor; o como decían Rabano Mauro y Santo Tomás de Aquino, en “apóstola de los apóstoles”, porque anunció a los apóstoles aquello que, a su vez, ellos anunciarán a todo el mundo. (…) Por lo tanto (…) es justo que la celebración litúrgica de esta mujer tenga el mismo grado de festividad que se da a la celebración de los apóstoles en el calendario romano general y que se resalte la misión especial de una mujer, que es ejemplo y modelo para todas las mujeres de la Iglesia”.

Las mujeres del evangelio son verdaderas discípulas de Jesús porque al referirse a ellas se utilizan los verbos propios del discipulado: seguir y servir (akolouthein, diakonein). Ellas han seguido a Jesús desde el principio, desde Galilea: “Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15, 40-41). La fuente lucana lo confirma también: “Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la buena nueva del reino de Dios; le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susan y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3). Estas mujeres que siguen a Jesús, no lo abandonan cuando está en la cruz -como si lo hicieron los varones-, fueron testigas de su sepultura (Mc 15,47), son las primeras en descubrir el sepulcro vacío y en recibir el anuncio pascual (Mc 16, 1-8). No hay duda -aunque el lenguaje masculino no lo visibilice- que ellas también estuvieron reunidas con el resucitado cuando él les confía la misión y les entrega el Espíritu a los discípulos (Lc 24, 36ss; Hc 1, 14; 2, 1-21; Jn 20, 19-22).

Todos estos testimonios nos muestran el discipulado inclusivo de Jesús y la participación de las mujeres en los orígenes cristianos. Es verdad que muy pronto la mentalidad patriarcal de la sociedad influyó en la redacción de los mismos evangelios y en la primera comunidad cristiana. Pero la realidad de la inclusión inicial de las mujeres en la comunidad es tan evidente, que los testimonios referidos muestran ese comportamiento tan inusual, capaz de traspasar los cánones establecidos y quedar consignado en los primeros testimonios cristianos.

Hemos visto como a nivel bíblico y a nivel teológico hay grandes desarrollos en lo que respecta a la realidad de las mujeres. Por su parte el magisterio también tiene pronunciamientos a favor del protagonismo de las mujeres. Pero ¿qué falta para que todo esto se haga realidad en la iglesia? ¿qué sea posible en todas sus estructuras? ¿cómo acabar con el sexismo, patriarcalismo y clericalismo presente en tantos ámbitos eclesiales?

Olga Consuelo Vélez / Doctora en Teología – Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro

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