Volver a la Iglesia sencilla de Jesús

Nuestra tarea no es ser fieles a una figura de Iglesia y un estilo de cristianismo desarrollados en otros tiempos y para otra cultura. Lo que nos ha de preocupar es hacer posible hoy el nacimiento humilde de una Iglesia, capaz de actualizar en la sociedad moderna el espíritu y el proyecto de Jesús.
El evangelio de Jesús es prácticamente desconocido por la mayoría de la gente. En la conciencia de muchos lo que queda es un mundo confuso de ideas religiosas captadas infantilmente durante la niñez, vividas luego de manera poco consciente y sin fuerza para tomar una decisión sobre la orientación de la propia vida. Incluso bastantes cristianos no sospechan la fuerza sanadora, el estímulo y el potencial de esperanza que se encierra en Jesús para enfrentarse a la aventura de la vida y al misterio de la muerte.
Ser cristiano es básicamente seguir a Jesucristo, identificándonos con su proyecto de vida más digna y justa para todos, y descubriendo en él a Dios acompañándonos hacia la salvación definitiva. Lo que sucede es que, muchas veces, se vive la religión cristiana de una manera distorsionada que hace olvidar la experiencia del seguimiento a Jesús. Con frecuencia, se inicia a los sacramentos, pero se descuida la iniciación al Evangelio; se alimenta la dimensión doctrinal de la fe, pero se olvida la adhesión vital a Jesús; se inculca la moral sistemática, pero no se enseña a vivir según el estilo de vida de Jesús.
Centrar el cristianismo con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús, su mensaje y su proyecto de vida. Volver a Jesucristo como el único que justifica la presencia de la Iglesia en el mundo, la única verdad de la que nos está permitido vivir a los cristianos. Esto significa dejarle al Dios, encarnado en Jesús, ser el único Dios de la Iglesia, el Abbá, el Dios amigo de la vida y del ser humano, el Dios de la compasión, que busca la salvación de cada persona por caminos que nosotros ignoramos. Dentro de una Iglesia centrada en Jesús es más posible seguir sus pasos.
La Iglesia se enfrenta a retos inéditos y percibe que ya no es suficiente acudir a la tradición del pasado. La gente se aleja de la fe y en la Iglesia no acertamos a traducir el mensaje cristiano a las categorías conceptuales y a la sensibilidad del hombre y la mujer de nuestros días. La Iglesia va perdiendo poder social e influjo cultural y, desde hace muchos siglos, no sabe lo que es vivir en minoría. En este contexto brotan más fácilmente reacciones generadas por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús: búsqueda de seguridad a todo trance, conservación firme de la tradición, cumplimiento estricto de la normativa, control de la doctrina, autodefensa ante la sociedad moderna percibida como el ‘gran adversario de la fe’.
La conversión de la Iglesia no es tarea de un teólogo o un obispo, sino un esfuerzo sostenido por las generaciones cristianas a lo largo de décadas. A mi juicio, a los cristianos de hoy se nos pide reaccionar e iniciar la autocorrección, para transmitir a las generaciones venideras la actitud de conversión a Jesús como talante. Naturalmente, poco puedo yo cambiar las cosas, pero quiero contribuir en algunas tareas que considero necesarias y urgentes. Por ejemplo: revisar qué hay de verdad y de mentira en nuestra manera de vivir la fe cristiana, para caminar hacia mayores niveles de autenticidad; recuperar y cuidar mejor nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús, viviendo una relación más vital y de mayor calidad con él; centrar a las comunidades cristianas en torno al relato evangélico de Jesús.
Temo que, en algunos sectores, la fe cristiana se pueda diluir en formas religiosas cada vez más decadentes y sectarias, y cada vez más alejadas de lo que es el movimiento inspirado y querido por Jesús.
José Antonio Pagola / Gipuzkoa