Armamentismo: ‘Escándalo intolerable y desgracia universal’

El P. Pedro Arrupe en el Congreso Eucarístico Internacional de Filadelfia (1976), pronunció su conferencia ‘Hambre de pan y de Evangelio’. En ella hizo la siguiente reflexión ética basada en fiables estadísticas internacionales de la época que han variado dramáticamente -hasta el Genocidio en Gaza- en la actualidad.
“La riqueza, en vez de servir para cubrir las necesidades primarias de la mayor parte de la población mundial, frecuentemente se utiliza mal y se despilfarra… Según estimaciones actualizadas el mundo ha alcanzado un total de gastos militares de casi mil millones de dólares diarios en armas y elementos de destrucción. Se ha calculado también:
–Que poco más del 1% de esta suma gigantesca proporcionaría un suplemento de proteínas a 200 millones de niños desnutridos, y se les aseguraría el pleno desarrollo cerebral.
–Que un 1% supondría un aumento en la inversión agrícola, que incrementaría de modo notable la producción de alimentos en las naciones más pobres que están al borde al hambre.
–Que la misma cantidad proporcionaría 100 millones de nuevos puestos escolares en la escuela primaria, para niños que ahora no van a la escuela.
¡Podría seguir! El hecho de que parezcamos incapaces, o no dispuestos a hacer estos gastos, y a continuar en cambio produciendo armas cada vez más caras y complicadas, es un escándalo intolerable, una desgracia universal, por la que las futuras generaciones podrán con razón ponernos en la picota. Es un signo claro de que algo marcha mal en nosotros y en el mundo que hemos construido. Ya se trate de individuos, comunidades o naciones, parece que somos esclavos de las costumbres, las instituciones y las estructuras que han crecido a nuestro alrededor…
No soy economista y, por consiguiente, no puedo defender el mérito de una u otra medida concreta. Pero no se necesita ser economista para ver que, detrás de los tecnicismos enrevesados, hay una desnuda realidad humana. Dos tercios de toda la humanidad en esta tierra, no tienen suficiente alimento, ni casa, ni educación, ni vestido, y tienen pocas posibilidades conseguir estos derechos básicos hasta que se construya un orden fundamentalmente nuevo, y sólo entonces.
Ni se necesita ser economista para comprender que este orden fundamentalmente nuevo no se aplica solo a las relaciones entre naciones, sino también a las condiciones, crónicamente injustas, dentro de las naciones. Cualquier comunidad, universal o nacional, que permita que un grupo pequeño de sus miembros disponga de la mayor proporción de su riqueza, mientras deja a la mayor parte de los demás en cruel necesidad, necesita una reforma radical.
No soy economista. Pero tratando con tanto jesuitas, creo poder reclamar algún conocimiento de la naturaleza humana. No se puede cambiar una situación injusta como la que nos encontramos hoy, cambiando simplemente las estructuras y las instituciones, sino se cambia también el pueblo que vive en ellas”.
Redacción / www.reflexionyliberacion.cl