‘La religión es el suspiro de los oprimidos’

Fernando Astudillo Becerra.-
Durante decenas de años se ha instaurado casi como una verdad el que Marx había señalado que la “religión es el opio del pueblo”, en la perspectiva que esta lo adormecía para facilitar su dominación, de este modo la religión era otra forma de alienación. Esta mirada se constituyó en una cierta verdad dentro del pensamiento “marxista” y fue recogida por las iglesias cristianas como la muestra de que no había diálogo posible con una doctrina que denostaba la importancia de la religión.
Sin embargo lo que Marx en su momento señaló fue:
“La angustia religiosa es al mismo tiempo la expresión del dolor real y la protesta contra él. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como lo es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo” (Marx, 1969a: 304).
Parece que la interpretación correcta se acerca más a que en Marx hay un reconocimiento y valoración positiva de la religión.
Marx señala que el proletariado no puede liberarse a sí mismo sin acabar con sus condiciones de vida. Y no puede acabar con sus propias condiciones sin acabar al mismo tiempo con todas las condiciones inhumanas de vida propias de nuestra sociedad, que se resumen en las suyas propias. (Marx, 1974. p. 38)
Así, al proletario le ha tocado la inhumanidad de las relaciones sociales, y es consciente (a veces no tanto) de que esta atraviesa toda la sociedad, porque todas las relaciones sociales en el capitalismo son solo una apariencia de humanidad y ello lleva o es origen de la rebelión frente a las cadenas de opresión.
Es acá donde comienzan a producirse, desde la perspectiva del autor los encuentros entre marxismo y religión. La Teología de la Liberación, en adelante TL, refleja las convergencias entre el marxismo y la religión, muy concretamente con el cristianismo.
Para la TL el oprimido, el proletario para Marx, es pobre y ello lo pone en una posición de debilidad, lo que hace necesaria la defensa de su valía personal y comunitaria, es la dignidad humana la que se establece como centro, en la medida en que el hombre-mujer sirve a los demás, a los más desamparados, expresa su compromiso cristiano y su fe, ya que el apostol Santiago nos dice en su carta “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2,17).
Surge el concepto del pecado social para expresar y denunciar, en cristiano, las injusticias estructurales que atentan contra una vida plena de personas y comunidades.
En esta línea, son muchos los pensadores marxistas que han expresado:
Rosa Luxemburgo (1971), hace una lectura al socialismo moderno considerándolo más leal a los valores iniciales del cristianismo, los principios de igualdad, fraternidad y libertad que son la impronta de la lucha social del amor al prójimo como así mismo, principio cristiano que denuncia la injusticia social y acerca fraternalmente el evangelio al pobre y trabajador con palabras de vida y libertad (Luxemburgo, 1971: 45-47, 67-75).
La idea de que existe un campo común entre el espíritu revolucionario y la religión ya fue propuesta por José Carlos Mariátegui, en el ensayo “El hombre y el mito” (1925), donde propuso una visión heterodoxa de los valores revolucionarios:
Los burgueses intelectuales ocupan su tiempo en una crítica racionalista del método, la teoría y la técnica revolucionaria. ¡Qué error más garrafal! La fuerza de los que creen en la revolución no descansa en su ciencia, sino en su creencia, su pasión, su deseo. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito […] La emoción revolucionaria es una emoción religiosa. Las motivaciones religiosas se han mudado del cielo a la tierra. No son más divinas sino humanas y sociales (Mariátegui, 1971a: 18-22).
Mariategui cita a Georges Sorel ( teórico del sindicalismo revolucionario), como el primer pensador marxista en entender el “carácter religioso, místico y metafísico del socialismo”, así escribe en su libro Defensa del marxismo (1930):
Gracias a Sorel, el marxismo pudo asimilar los elementos y adquisiciones substanciales de las corrientes filosóficas que vinieron después de Marx. Sustituyendo las bases positivistas y racionalistas del socialismo en su tiempo, Sorel encontró en Bergson y las pragmatistas ideas que fortalecieron el pensamiento marxista, restableciéndolo a su misión revolucionaria. La teoría de los mitos revolucionarios, aplicando al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos, estableció las bases para una filosofía de la revolución (Mariategui, 1971b: 21).
Mariátegui intentó restaurar la dimensión espiritual y ética de la lucha revolucionaria: la solidaridad, la indignación moral, el total compromiso, la disposición a arriesgar la propia vida. El socialismo para Mariátegui era inseparable de un intento de reencantar al mundo a través de la acción revolucionaria. Se transformó en una de las referencias marxistas más importantes para el fundador de la teología de la liberación, el peruano Gustavo Gutiérrez.
Por su parte Ernst Bloch frente a la religión distinguió dos corrientes opuestas:
- la religión teocrática de las iglesias oficiales, opio de los pueblos, un aparato mistificador al servicio de los poderosos;
- la religión secreta, subversiva y herética religión de los albigenses, los husitas, de Joaquín de Flores, Thomas Münzer, Franz von Baader, Wilhelm Weitling y León Tolstoi.
Bloch se negó a ver a la religión únicamente como un “manto” de intereses de clase: criticó expresamente esta concepción, en sus pensamiento la religión es una de las formas más significativas de conciencia utópica, una de las expresiones más ricas de la esperanza. A través de su capacidad de anticipación creativa, la escatología judeo-cristiana –universo religioso favorito de Bloch– contribuye a dar forma al espacio imaginario de lo aún no existente (Bloch, 1959; 1968).
Las ideas de Bloch eran, en alguna medida compartidas por importantes miembros de la Escuela de Frankfurt:
Erich Fromm, en su libro El dogma de Cristo, usó al marxismo y al psicoanálisis para iluminar la esencia mesiánica, plebeya, igualitaria y anti-autoritaria de la cristiandad primitiva
Max Horkheimer consideró que “la religión es el registro de los deseos, nostalgias (sehnsuchte) y acusaciones de innumerables generaciones” (Horkheimer, 1972: 374).
Walter Benjamin trató de combinar, en una original síntesis, teología y marxismo, mesianismo judío y materialismo histórico, lucha de clases y redención.
Una de las principales teorías cristianas que recibe del marxismo y lo incorpora en su análisis es un triple ejercicio que hace la TL para interpretar la palabra de Dios en nuestro tiempo, a través del método de: VER- PENSAR -ACTUAR.
Cuáles son entonces los puntos de encuentro entre el marxismo y el cristianismo según la teología de la liberación.
En primer lugar el marxismo puede ser considerado como un grupo de preguntas, un método, para entender la sociedad. El marxismo no necesita ser una ideología dogmática que de o tenga respuestas para todas las preguntas. Puede servir heurísticamente para hacer más agudas esas preguntas.
En segundo lugar, y mucho más significativos son los intentos por construir el socialismo en América Latina, y luchar por el respeto a los derechos humanos que son los espacios donde muchos cristianos se hermanan con marxistas en estos propósitos comunes.
En tercer lugar, las convergencias entre cristianismo y marxismo tiene que ver con que ambos piensan en una sociedad justa, libre y creen que su construcción puede despertar las mejores energías humanas colectivas e individuales. Este esfuerzo por materializar la utopía revela otra convergencia ya que la utopía marxista de una sociedad sin clases y la convicción cristiana de un Dios trascendente apuntan ambas más allá de cualquier logro humano.
Los cristianos que están comprometidos con la transformación, lo que en un momento histórico conocimos como revolución[1], han optado por ella porque creen que es el vehículo que hará justicia a los pobres y oprimidos. Las diversas luchas por construir otro mundo no requiere de justificación teológica, ya que tiene una justificación moral y ética. Tampoco se puede mirar como la instauración del Reino de Dios en la tierra, sino como un paso hacia una sociedad más justa y más humana, una sociedad de solidaridad e igualdad.
Bibliografía:
Bloch, E. (1959). “El principio de Esperanza” (Frankfurt / Main: Suhrkamp Verlag) Vols. I, II y III.
Bloch, E. (1968). “El ateísmo en el cristianismo. Sobre la religión del Éxodo y el Imperio” (Frankfurt/Main: Suhrkamp Verlag).
Congreso Ideológico de la Izquierda Cristiana. 2024. págs 10-11.
Fromm, E. (1964) “El Dogma de Cristo”. Editorial Paidos.
Löwy, M. (2011). “Marxismo y religión. ¿Opio del pueblo?” (consulta: 9 de enero 2021). Disponible en World Wide Web: http: //marxismocritico.files.wordpress. com/2011/10/marxismo-y-religie3b3n-opio-del-pueblo.pdf
Lowy, M. (1998). Marx y Engels como sociólogos de la religión. Lua Nova: Revista de Cultura y Política, 43.
Luxemburgo, R. (1971). “Iglesia y socialismo” en Internacionalismo y lucha de clases. Neuwied: Luchterhand.
Mariátegui, J. (1971a). (1925) “El Hombre y el Mito” en El alma matinal. Lima: Amauta.
Mariátegui, J. (1971b). (1930) “Defensa del Marxismo”. Lima: Amauta.
Marx, K. (1974). “El Capital”, en Assmann y R. Mate (eds.).
Marx, K. (1969a). (1844) “Towards the Critique of Hegel’s Philosophy of Right” en Feuer, Lewis S. (ed.)
Nuevo Testamento, Carta de Santiago, Cap. 2 versículo 17.
[1] Documento del Congreso Ideológico de la Izquierda Cristiana. 2024, pás 10-11: “33.- La idea de revolución está vigente en el siglo XXI. Es un imperativo moral, una posición ética y una cuestión valórica cuyo centro está en la búsqueda de la verdad, la justicia, la libertad y la igualdad. 34.- Una nueva definición de revolución incluye esencialmente la idea de una gran transformación cultural, espiritual, moral, de las relaciones y vida comunitaria, de la economía, para convertir a esta en solidaria, a escala humana y fundada en compromisos ambientales ecológicos, orientados a la protección de “la casa común”.
Valparaiso, julio de 2025