‘Tiempos para pensar en grande’
Homilía Te Deum Ecuménico en la Catedral Metropolitana / 18 de septiembre de 2025
TIEMPOS PARA PENSAR EN GRANDE
Cardenal Fernando Chomali Garib
ESTIMADOS HERMANOS Y HERMANAS:
1. La educación como prioridad nacional
Hace poco tuve la oportunidad de dirigirme a cientos de estudiantes del Instituto Nacional
durante la misa que celebramos en la Catedral de Santiago, para conmemorar el aniversario
número doscientos doce desde su fundación en 1813. Qué alegría verlos con sus uniformes
impecables y llevando con orgullo el estandarte del colegio junto a sus educadores, padres y
apoderados. Al ver la Catedral rebosante de jóvenes sentí alegría por lo que ellos representan:
un Chile que cree, se renueva y está lleno de esperanza de cara al mañana.
Los animé diciéndoles: “Aquí están los futuros líderes del país. Ustedes representan a ese
hombre y esa mujer que desea servir a su Patria porque la ama entrañablemente”. Luego,
mirándolos fijamente a los ojos, les di tres consejos que debían grabar a fuego en sus mentes,
en sus corazones y en sus manos: “Primero, estudien; segundo, estudien; y tercero, estudien”.
La ignorancia es la causante de gran parte de los males que nos aquejan como sociedad como
la ausencia de diálogo, la violencia, el desprecio por la vida, la cultura de la cancelación, la
corrupción y la frivolidad. Sólo mediante el estudio pausado y sereno, que busca la verdad,
será posible superar la violencia en todas sus formas, particularmente la que se experimenta
no sólo en nuestro país, sino también en el mundo.
Estoy convencido de que los dramas que vive Chile son fruto del empobrecimiento en la
educación, más centrada en adquirir conocimientos profesionales orientados a producir,
consumir y competir, por sobre el discernimiento que emana de la filosofía, la ética y el saber
teológico centrados en la verdad del ser humano, su condición de ser social y su vocación
originaria de ser para los demás. Ese pragmatismo exacerbado, que además segrega y separa
según el origen social y económico, nos está haciendo olvidar que la verdadera educación
es formar personas capaces de vivir con un gran sentido de responsabilidad respecto de sí
mismos y los demás, y sacar los talentos, destrezas y habilidades que Dios nos ha regalado a
cada uno.
Cada vez que tengo la oportunidad de compartir con jóvenes, tanto del Instituto Nacional como
de otros lugares, veo que el futuro es promisorio. Estos jóvenes poseen la fortaleza necesaria
para no dejarse intimidar por quienes recurren a la violencia para lograr fines políticos. Esa
actitud refleja un Chile con sólidas raíces culturales, políticas, religiosas y sociales que no
serán destruidas, porque existe una conciencia arraigada sobre el valor de la patria, la bandera
y sus tradiciones; y también por el legado de nuestros mártires y héroes patrios, por nuestra
historia y el valor absoluto de la vida humana, siempre y bajo toda condición.
Sólo una educación que amplíe las mentes y los corazones, que oriente hacia la promoción
y defensa de la dignidad humana, podrá ayudarnos a priorizar la ética por sobre la técnica, a
la persona por sobre las cosas, y a los valores espirituales por sobre los materiales. Aquello es
promesa y garantía de una democracia más sólida, con estructuras sanas y libres de odiosas
discriminaciones y de toda forma de corrupción. Además, será fuente de cohesión social y de
auténtica paz. Se equivocan quienes creen que la seguridad es un asunto policial y judicial.
Tampoco es un tema político, sino más bien cultural, y así debe ser abordado.
He reconocido ante aquellos jóvenes que el mundo que les toca habitar está marcado por
guerras, inseguridades, injusticias, un exacerbado individualismo y abusos de todo tipo. Les
he pedido perdón con un corazón contrito por cada conflicto cegado por fanatismos de toda
índole, que desprecia y destruye la vida. ¿Cómo no pedir perdón por el drama que se vive
en el Medio Oriente, especialmente en Gaza, y en tantos otros lugares? Cada gota de sangre
derramada es un grito al cielo y que no puede dejarnos indiferentes. Al mismo tiempo, los he
animado a mirar el futuro con esperanza, porque en ellos está la fuerza para transformar esta
realidad. Con el apoyo, la experiencia y la sabiduría de las generaciones que hoy trabajan
constructivamente con las manos limpias y un corazón puro en diversos ámbitos de la
sociedad, sabrán reconstruir y reavivar el alma de Chile. Por eso, como comunidad creyente,
los invitamos a soñar. Confiamos en que se esforzarán por dejar a las futuras generaciones un
mundo mejor que el que han recibido.
A Franco, Jeannette, Marcos, Johannes, José Antonio, Eduardo, Evelyn y Harold, nuestros
candidatos a la presidencia de la República, los llamo a realizar su mejor esfuerzo por fortalecer
la enseñanza en Chile, y de modo especial, la educación pública. Urge que prioricemos
la formación de las futuras generaciones, y que la educación sea la base de un proyecto
nacional común, más fraterno y humanizador. Reconociendo que los padres son los primeros
responsables de la educación de sus hijos, es vital que todos, familia, profesores y autoridades
nos unamos en esa tarea fundamental pensando en el futuro de Chile.
En esa línea, y como conviene hacerlo cada 18 de septiembre, los invito a mirar la realidad
tal cual es, pero con esperanza en el futuro y gran sentido de responsabilidad. Lo hacemos
elevando nuestra gratitud a Dios por la patria que nos ha regalado y para pedir su luz en
medio de los desafíos que enfrentamos como nación. El Tedeum es un momento sagrado en
el que el pueblo de Chile pone su vida y su futuro en las manos del Señor. Permítanme ahora
profundizar en la riqueza del alma de Chile, esa que nos une y nos da esperanza ante los
desafíos que hemos de enfrentar con urgencia.
2. El alma de Chile
Chile, América Latina y el mundo entero atraviesan tiempos de incertidumbre y violencia
a causa de la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado que debilitan nuestra
convivencia. La inseguridad se ha apoderado de la conciencia ciudadana. Es un fracaso de la
sociedad que los ciudadanos estén encerrados en sus casas por temor a los delincuentes, cada
vez más violentos y de menor edad.
Sin embargo, no debemos olvidar que nuestro país tiene cimientos sólidos que nos animan a
seguir construyendo un futuro mejor. Son patrimonio vivo que constituye nuestra salvaguarda
y nuestra mejor garantía frente a la adversidad. Esos pilares son la familia, la fe, la democracia
y la solidaridad. Sobre cada uno quisiera reflexionar, porque son motivo para dar gracias a
Dios y para reconocer aquí públicamente a quienes se esfuerzan por conservarlos.
a. La familia.
Qué admirable es el esfuerzo diario, silencioso, abnegado y ejemplar de la inmensa mayoría
de chilenos y extranjeros que cada mañana se despiden con un beso y un “que te vaya bien,
nos vemos en la tarde, cuídate” antes de partir a sus trabajos, y a su vuelta son recibidos con
un abrazo y una taza de té.
En la familia reunida en torno a la mesa, que dialoga y comparte, se aprende a decir gracias,
perdón y permiso. El peor servicio que se le puede hacer a Chile es desincentivar el matrimonio
y la natalidad, o conculcar a un niño el derecho que tiene a ser concebido, gestado y criado
por sus padres. Nunca olvidemos que la infancia cimenta la casa donde habitaremos toda
nuestra vida. Procurar una infancia libre de temores y con experiencias de amor sincero, es la
mejor política pública para estos tiempos. Lo repito: la infancia es la casa donde habitaremos
toda nuestra vida. Y en esa materia estamos muy en deuda. En 2024 hubo 135 mil nacimientos,
mientras que, ese mismo año, 156 mil menores ingresaron a los programas de protección
especializada en la niñez y adolescencia. La pobreza infantil hoy afecta a casi medio millón
de niñas y niños en Chile, y más de 200 mil de ellos tienen menos de 5 años. El año pasado
fallecieron 51 niños y adolescentes por uso de armas de fuego, y hasta agosto de este año, 21
han muerto producto de esto mismo.
Acompañemos y apoyemos la vida familiar también cuando atraviesa momentos difíciles y
complejos, porque así fortaleceremos el corazón de nuestra sociedad. Hoy, la baja natalidad
y el consecuente envejecimiento de la población no solo afectan la economía, sino también
la manera de hacer familia y la proyección de nuestro país hacia el futuro. Por eso, las leyes
que no cuidan y no fortalecen la familia, la natalidad y, por ende, a la mujer –especialmente
a la trabajadora– son leyes que no contribuyen al bien de Chile.
b. La fe.
Son millones los que peregrinan a santuarios y participan de las fiestas religiosas de la Virgen
de Lo Vásquez, Nuestra Señora del Carmen, Santa Teresa de los Andes, o San Sebastián en
Yumbel, entre tantas otras. Qué riqueza más grande es ver a los abuelos rezando junto con
sus hijos y nietos, haciendo comunidad, viviendo la fraternidad que nos regala el hecho de
ser hijos de un mismo Padre. La piedad popular es también un espacio de cohesión social
extraordinario y de verdadera amistad cívica. Un buen cristiano siempre es un buen ciudadano.
Una sociedad que se fundamenta en la dignidad de la persona, creada por Dios, es garantía
de estabilidad y de respeto por los demás.
La fe nos vincula sin hacer distinción de personas ni de clases sociales, nos reúne en torno
a un bien sobrenatural, anima la esperanza y hace brotar la caridad. Qué sería de Chile sin
la fe y sin la comunidad de la Iglesia católica y las demás Iglesias que alegran y fortalecen la
vida de las familias, que atienden a los más necesitados y a los descartados, como los llamaba
el Papa Francisco. Qué sería de Chile sin las comunidades de fe que visitan las cárceles y
cuidan a los ancianos y enfermos. Chile estaría invadido por la desesperanza. Esperamos que
la libertad religiosa, la educación católica y el aporte extraordinario que realizan las Iglesias
sigan siendo valorados y respetados, así como los feriados religiosos.
Chile es un país laico, lo sabemos, pero ello no significa que los creyentes tengamos que
guardar silencio cuando vemos amenazados los fundamentos de la democracia y del Estado
de Derecho, sobre todo cuando se pretende aprobar leyes claramente injustas como el
aborto y la eutanasia, porque atentan contra quienes el Estado debiese cuidar y proteger
celosamente, los más débiles. Seguiremos aportando al debate desde la razón y la fe, desde
nuestras universidades y centros de estudios, desde nuestros hogares de ancianos y casas
de acogida para mujeres embarazadas. Lo dijimos ayer cuando se violaban los derechos
humanos en Chile, lo decimos hoy con la misma convicción: la vida humana siempre es un
bien intocable y nadie tiene el derecho a arrebatarla ni a disponer de ella.
c. Nuestra democracia.
Su fortaleza se constata en las elecciones, que siguen siendo una fiesta cívica preciosa.
Qué orgullo, qué ejemplo y qué tranquilidad nos brindan las elecciones en las que no se
cuestionan los resultados –que además son conocidos rápidamente– y donde los adversarios
políticos son capaces de reconocer tanto las victorias como las derrotas. Ello es producto de
una democracia sólida que está llamada a prevalecer frente a cualquier intento de dictadura.
El pueblo de Chile ama la democracia, reconoce su valor y sabe el costo que se paga cuando
se pierde. Ello exige agradecer, pero al mismo tiempo, estar atentos a las corrientes que
minimicen su valor. Tal vez es el momento de volver a recuperar la educación cívica en los
colegios y universidades, el valor del diálogo como método de resolución de conflictos y el
aprender a confiar.
d. La solidaridad.
Especialmente frente a las catástrofes, es muy esperanzador ver cómo todo un país se une
ante la desgracia. Recordamos los casos recientes de la desaparición de los siete pescadores
de la barca Bruma: José Luis, Juan Jorge, José Fernando, Julio Eduardo, Carlos Hugo, Jonathan
Daniel, José Luis; y de los seis mineros que fallecieron atrapados en El Teniente: Paulo,
Gonzalo, Alex, Carlos Andrés, Jean y Moisés. Son conmovedoras las muestras de cariño, las
cadenas de oración, el amor hacia las familias afectadas. El día que no lloremos con nuestros
compatriotas en desgracia, el día en que no hagamos propio su dolor, Chile será un país frío,
y eso nadie lo quiere. Que no nos roben el dolor y el llanto ante quienes sufren. El talante de
la sociedad se mide por la capacidad que tenemos para sufrir con los que sufren, de llorar con
los que lloran y de alegrarnos con los que se alegran.
En resumen, los cuatro pilares enunciados: el valor de la familia, la fe del pueblo, la solidaridad
y la democracia manifestada en las elecciones, son la antesala firme y gloriosa de la paz
social que nos llevará a la paz del corazón. La paz social no se decreta, se construye cuando
todos se sienten parte de una comunidad que los acoge, valora y cuida, especialmente si son
débiles o están enfermos.
3. Llegó la hora de pensar en grande
El Papa León XIV ha pedido insistentemente que pensemos en grande al abordar nuestra tarea
evangelizadora.
¿Qué significa ese “pensar en grande” para nosotros en el ahora de la historia? Les propongo
tres desafíos importantes: Un proyecto común, recuperar la ética como centro de la vida
personal y promover el valor de lo comunitario.
a. Un proyecto común.
En primer lugar, que todos –sin excepción– trabajemos por un proyecto común. Una nación no
se construye sumando proyectos individuales, sino aunando fuerzas en torno a un propósito
que nos cohesione, que nos oriente al bien común y que ayude decididamente a humanizar
la sociedad. Juntos podemos abordar con claridad y sin ambigüedades un programa país para
superar la pobreza, que es fuente de marginación y exclusión, un verdadero cáncer social que
estigmatiza y paraliza. Sólo superando la pobreza, tanto material como intelectual y espiritual,
Chile tendrá alas firmes para volar alto. Ello implica no sólo buscar el “desarrollo económico”
para el país sino, sobre todo, el “desarrollo integral”. Me conmueve profundamente recordar
las palabras de una señora en un hogar de ancianos de la Iglesia, que dijo: “Comencé a
trabajar joven y entusiasta, ahora estoy vieja, pobre, abandonada y enferma”. Esta realidad
se repite por doquier y es inaceptable. El impacto en la vida familiar, el bienestar y el sentido
de pertenencia no pueden verse disminuidos por un progreso que no integra todo el arco
de la existencia de la persona. En ese sentido, la sociedad está llamada a priorizar el trabajo
por sobre el capital, la mujer y la familia por sobre el trabajo, de tal manera de lograr que la
rentabilidad económica vaya de la mano con la rentabilidad social.
Ya lo dijo Juan Pablo II en su visita a Chile en 1987: “los pobres no pueden esperar”. Por eso,
los 350 mil jóvenes que hoy en nuestro país no estudian ni trabajan tampoco pueden esperar.
Asimismo, claman al cielo los chilenos y migrantes sumidos en la pobreza, incluso en la
miseria, especialmente cuando el contraste con la opulencia de ciertos sectores es manifiesto e
hiriente. Es menester reconocer que muchos empresarios han abordado el tema de la pobreza
y la desigualdad. Gracias por ello, pero no sean tímidos en estas materias, porque sin justicia
social no hay estabilidad para invertir y sin inversión no hay trabajos decentes y menos paz
social. Los animo a que con creatividad y convicción contribuyan con más fuerza que nunca
a superar las brechas existentes. Ya comenzaron, pero los desafío a que apuren el paso, lo
mismo vale para el Estado a la hora de promover las políticas públicas. Es bueno recordar que
el trabajo y la familia son y serán las claves de la cuestión social.
b. Recuperar la dimensión ética de la vida personal.
Segundo desafío, recuperar la dimensión ética de la vida, porque su olvido le ha hecho un
daño enorme al país. La ausencia de la pregunta por lo que es bueno, justo y correcto ha
dañado la fe pública y el aparato estatal, minando la confianza de las personas honestas que,
día a día y con dificultad, sacan adelante a sus familias.
Duele ver las largas listas de espera en los hospitales y servicios públicos, mientras quienes
están llamados a servir a los conciudadanos usan licencias fraudulentas para viajar fuera del
país. Además, enlodan injustamente a la inmensa mayoría de los funcionarios públicos que
hacen con dedicación su trabajo por amor a Chile.
Duele saber que se accede con datos falsos a beneficios sociales destinados a los más pobres.
Hay tantas acciones que parecen pequeñas pero que dañan la confianza y perjudican a
quienes más necesitan: por ejemplo, la evasión en el transporte público o la falsificación
de datos en el Registro Social de Hogares. Todo eso requiere no solo sanciones ejemplares,
sino también una reflexión seria y pausada sobre qué tipo de educación y ejemplo estamos
entregando a las nuevas generaciones y qué grandes sueños les deberíamos estar inculcando.
El fraude social es grave e intolerable, ya que no permite avanzar como país. ¡Chile no se
merece aquello y no lo vamos a permitir!
c. Promover el valor de lo comunitario.
El tercer gran desafío nos lleva a cuidar lo público. Debemos reconocernos como un pueblo
con anhelos comunes y que sabe el valor de procurar el bien común. Entendemos que los
bienes que usamos a diario –como el transporte, la salud, la educación y los espacios públicos–
nos sirven a todos y, por lo tanto, debemos cuidarlos. Fortalecer lo comunitario es prioritario
para salir de esta cultura individualista extrema que nos tiene atrapados y que fomenta el
miedo y la desconfianza.
Si juntos logramos promover un proyecto común, una ética personal sana y el reconocimiento
del valor de lo comunitario, podremos lograr un mayor sentido de pertenencia al país que
amamos y doblarle la mano a la desafección.
Estamos llamados a hacer de Chile un país sin odiosas exclusiones y donde cada cual tenga
techo, trabajo y tierra. Superar la lógica individualista es la tarea que nos apremia.
4. El llamado final
En una visita pastoral a la cárcel de Colina II, saludé a un interno y a su señora que estaban
abrazados tiernamente junto a su hijo de un año y cuatro meses. Esa imagen nos debe interpelar
profundamente como Iglesia y como sociedad: no podemos permitir que ese niño al llegar
a los 18 años tenga como horizonte la cárcel. ¿Qué estamos haciendo hoy para que ello no
ocurra y su horizonte sea la educación superior y la libertad? Ese es el desafío común, el gran
proyecto país que debe movilizar a todos, articulando esfuerzos desde el ámbito educativo,
social, económico, cultural y político.
La gran pregunta que nos debemos hacer es una sola: ¿qué sociedad vamos a dejarle a las
futuras generaciones? Esa pregunta es para cada uno de nosotros. Es personal, intransferible,
indelegable. Nos obliga a entrar en nosotros mismos y responder con sinceridad y, sobre todo,
a estar dispuestos a cambiar el rumbo si estamos cautivos de la pereza, la indiferencia o el
individualismo. Es tiempo de definiciones personales que resuenen positivamente en la esfera
pública. Todo acto, por muy personal que sea, repercute positiva o negativamente en los
demás. Todo acto, toda palabra, todo gesto contribuirá a que ese niño abrazado a sus padres
no llegue a la cárcel más adelante, sino que crezca y se transforme en un adulto que aporte
a la sociedad. Benditos los que trabajan por la justicia y la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios y serán los herederos del Reino de Dios.
Son desafíos urgentes que debemos atender ya. Hoy, en medio de la contienda electoral,
Chile se asemeja a una barca en medio de la tormenta. Algunos reman hacia la izquierda,
otros hacia la derecha. Algunos reman por más impuestos, otros por menos; algunos reman
por más Estado, otros por menos. Esa es parte de la belleza del diálogo y de la democracia.
Lo que no podemos hacer es usar los remos para golpearnos, porque así la barca zozobra y
nos hundimos todos. Este no es tiempo de divisiones estériles, de polarizaciones, de cálculos
mezquinos, sino de unidad en lo esencial: la defensa de la dignidad de cada persona, la
búsqueda del bien común, la recuperación de la confianza y de la esperanza. Es tiempo de
políticas públicas de largo plazo.
5. El ejemplo de las autoridades
Hermanos y hermanas, Chile necesita líderes probos y consecuentes. La política –decía el
Papa Francisco– es una de las formas más altas de caridad; y como declaró el Papa León XIV,
debemos aprender a “pensar en grande”. La ciudadanía reclama gestos concretos de quienes
ejercen responsabilidades públicas: gestos de justicia, de respeto, de amor a la verdad y al
bien común.
Por eso, en vísperas de estas elecciones, la Iglesia exhorta a todos quienes ejercen algún cargo
de representación o aspiran a tenerlo, a hacer de su actuación una clase magistral de civilidad
y respeto. No se trata solo de ganar votos, sino de recuperar la confianza de los chilenos y
demostrar que la política es una actividad noble, necesaria y fundamental, cuyo fin último es
el bien común, el más alto bien al que podemos aspirar.
No están los tiempos para trincheras, para slogans, o para hacer de la política un mero ejercicio
de propaganda y marketing. Son los tiempos para pensar en grande respecto de las futuras
generaciones, para que no tengan miedo de existir desde el vientre materno hasta el lecho de
enfermo y puedan dar lo mejor de sí para el servicio de todos. Chile es un país hermoso con
pueblos originarios maravillosos y migrantes abnegados, que tiene una mesa espléndida con
un plato de comida para todos y cada uno.
No están los tiempos para otra cosa que no sea el amor, la cooperación y la generosidad.
Llegó la hora de pensar en grande y todos tenemos la responsabilidad de no evadir esta gran
pregunta: ¿Cuál es el futuro que deseamos legar a las futuras generaciones? Pidámosle al
Señor que nos envíe un buen director de orquesta, que sepa reconocer los inmensos dones y
carismas que hay en cada uno de los habitantes de nuestro país. Que reconozca la belleza del
jardín que Dios ha plantado y que lo sepa regar abundante y justamente.
¡Que la Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile, nos ayude en esta hermosa tarea!
Catedral Metropolitana de Santiago de Chile.