Iglesia: No desperdiciar el potencial femenino

Es una enorme pérdida para la Iglesia. Se está desperdiciando el enorme potencial que tenemos las mujeres. Hay mucha capacidad, mucho deseo de hacer cosas; y muchas veces se proyectan en otros ámbitos porque en la Iglesia es imposible de hacerlo. Des de mi punto de vista es trágico.
Los ministerios se han configurado históricamente. Cuando se dice que Jesús no eligió ninguna mujer para el apostolado, por ejemplo, tenemos mucho debate: María Magdalena fue apóstol, fue enviada por Jesús como apóstol de los apóstoles para anunciar la resurrección. Podemos decir que los apóstoles eran judíos, y que ninguno de ellos era pagano, y sin embargo no hemos limitado la ordenación sacerdotal masculina. El tema de fondo es: ¿Qué hay en las mujeres que nos hace tan diferentes como para no poder representar a Cristo en la Iglesia? ¿Es la masculinidad tan determinante?
Si nos acercamos a Jesús vemos que claramente llama a hombres y mujeres al discipulado. No establece unas diferencias sustanciales. El símbolo de entrada a la comunidad es el bautismo, el mismo para todos. No hay unas bienaventuranzas masculinas y unas bienaventuranzas femeninas. La vocación es la misma: a entrar en el reino. Luego, podemos ver en las cartas de Pablo que tienen que ver con conflictos en las primeras comunidades cristiana y, recomienda a los cristianos guiarse por los códigos éticos de la época, morales, históricos, donde se decía -entre otras cosas- que la mujer debe ser buena con el marido.
No creo que la única manera de promover la participación de las mujeres sea a través del sacerdocio. Yo, por ejemplo, no tengo vocación de sacerdote, pero me gustaría participar mucho más en la vida de la Iglesia como teóloga. Pero soy consciente que el hecho de ser una mujer, de ser laica, de no ser un sacerdote, limita enormemente las posibilidades de participación. Es una experiencia compartida por muchas mujeres. Y luego hay muchos cargos y muchas responsabilidades que tienen que ver con habilidades técnicas, con capacidades de gerencia, de gestión, de educación… de la propia teología, que no tienen por qué estar vinculados a un ministerio sacerdotal.
En concreto, me gustaría que la Iglesia católica, desde las instituciones, desde las diócesis, hicieran un real esfuerzo por incorporar a las mujeres. No puede ser que tengamos una Facultad de Teología que no tenga un porcentaje mínimo de profesoras de teología. Busquemos entre las personas que tengan una vocación, una capacidad, que se formen, que estudien, como cualquier programa de becas de cualquier institución.
Cuando hablamos de cambios estructurales en la Iglesia, estamos muy lejos. Hablamos de redistribución de oportunidades y de cargas, de reconocimiento, participación en los cargos de gobierno, en los lugares donde se toman las decisiones o donde se elabora el pensamiento y el discurso en la Iglesia. Y los pasos se tienen que dar des de las personas que tienen el poder de hacerlo. Ahora mismo, está en manos de los clérigos, de los obispos, del Papa. Hay que tomar decisiones valientes en este terreno.
En todos los lugares del mundo las mujeres ejercen tareas de diaconado: Predican, reparten la comunión, atienden a comunidades, acompañan en la fe. Lo que falta es un reconocimiento oficial de este tipo de tareas. Muchas mujeres desarrollan ministerios en la Iglesia. O, en la sociedad civil: en sus tareas al servicio de las necesidades del mundo, la política o en la universidad, sienten que están haciendo esto des de una vocación cristiana, pero no tienen un envío explícito. Entiendo que en la Iglesia católica los ministerios están muy clericalizados, todos están orientados hacia el sacerdocio ministerial, al que las mujeres no podemos acceder. Y eso dificulta enormemente una participación plena en todos esos ámbitos.
Hemos construido Iglesias dedicadas al Buen Pastor, pero no hemos hecho ninguna dedicada al ama de casa que encuentra el dracma perdido. Porqué nuestra cultura, que es una cultura patriarcal, ha elegido aquellas metáforas que encajaban más con lo que considerábamos que era superior y por lo tanto más propio de Dios, que eran las metáforas masculinas.
Tenemos que estar abiertos al espíritu. Hay cosas que damos por supuestas y definitivas: y el propio espíritu santo des de la perspectiva cristiana nos hace ir más allá. El texto es abierto y tiene que leerse en cada época, des de las preguntas de cada época. Y las preguntas de cada época, y las personas que se acerquen al texto desde diferentes circunstancias, abren nuevos significados que están en el texto. Por eso es tan importante que las mujeres leamos e interpretemos los textos.
El estudio y praxis de las teologías actuales persiguen un horizonte espiritual de justicia social y proponen una relectura crítica de la teología que incorpore en los hechos las perspectivas de las mujeres.
Lucía Ramón Carbonell / Teóloga