Octubre 25, 2025

Ajetreos electorales / P. Buchet

 Ajetreos electorales / P. Buchet

En este tiempo de elecciones, les podrá sorprender a muchos cristianos que se les invite a leer unas páginas de la Biblia Antigua para inspirarlos y evitar este sentimiento común de pensar que la política es una historia de este(bajo) mundo muy distinta de la vida religiosa.

Curiosamente, hoy día, el pietismo está recrudeciéndose entre evangélicos y católicos hasta en las sociedades más secularizadas. Este fenómeno se manifiesta como un refortalecimiento de las devociones y de las espiritualidades individuales que promueven la superación religiosa y un distanciamiento del ajetreo de la vida pública. Algunos llegan a vivir su medioambiente como un espacio adverso más que benéfico. Se puede pensar que el discreto regreso a las iglesias no se debe mayormente a un rejuvenecimiento religioso sino al temor de perder la visión valórica tradicional que les acomodó su vida. Su religión son la libertad personal, la familia, la propiedad… contra los abortos, la eutanasia, los derechos humanos. Dios y las religiones les sirven de argumento para su ideología.

La actitud de Jesucristo en el Nuevo testamento aclara este malentendido. Su encarnación no ha sido una pasadita corta por nuestra humanidad sino un hito fundador del destino de los hombres. Cuando San Pablo describe el futuro del mundo, la historia como “la espera de la revelación de los hijos de Dios”. Toda la Biblia antigua configuró este propósito inmutable de Dios para la Salvación humana.

Existe un (pequeño) profeta ‘Miqueas’ en el Antiguo Testamento, que nos dejó unos escritos que nos puede ayudar para el periodo electoral que vivimos. Vivió en la época de la decadencia del reino de David. Fue un tiempo de desastres, opresiones, corrupciones, deportaciones… Cumplió su rol de profeta con sus presagios de desastres, denuncias de las perversiones, injusticias, violencias y mentiras…A todos sus compatriotas, les echa en cara de haber tenido un rey (que les concedió Yahvé) y de haber tenido siempre quien les aconsejara. Les acusa haciéndoles responsables de sus divisiones, de las corrupciones de sus mismos jefes, de la opresión de sus invasores de sus profetas mercenarios… Les detalla la ruina de Sion… La verdad que todo esto suena como eco de nuestras propias problemáticas actuales.

Sin embargo, Miqueas supo alternar sus acusaciones con las promesas de una restauración nacional, de un descendiente de David que salvará el pueblo. Dios cumple sus promesas. De este escrito se acordó el evangelista San Mateo cuando ubica el nacimiento de Jesús en Belén (Miqueas 5- Mateo 2,6).

Lo relevante de estas profecías es sobre todo su interpretación de los clamores, gritos y suplicas de sus contemporáneos) a Yahvé su Dios. Les lanza primero una reprensión: ¿Por qué clamas? ¿Es que no hay rey en ti?” ¿Ha desaparecido tu consejero, que un espasmo te atenaza cual mujer en parto?” (Miqueas. 4, 9). Es un reproche general por la mala gobernanza del pueblo. Sus quejas y lamentos son colusión de un abandono de Yahvé.

Meditar estos dichos de Miqueas nos abre un entendimiento nuevo por todas las críticas, discusiones, y acusaciones reciprocas que se escuchan en muchos discursos políticos de hoy. En las publicidades partidarias no se escucha el asumir ‘solidariamente‘ los errores y maldades del pasado, no se comparte sinceramente los problemas del presente. En realidad, lo malo del pasado no tiene más relevancia que ser la oportunidad de encontrar juntos un mejor camino, mejor inspiración para el futuro. El Espíritu del evangelio es importantísimo porque si Jesús ‘pagó’ por los pecados del mundo, es el mismo que guiará este mundo nuestro hacia un mundo mejor.

Los candidatos a presidente, senadores o los diputados que se buscan elegir no son siempre los que se dan la etiqueta de ‘cristianos’ sino los que conocen el evangelio de manera efectiva y lo practican. Son, además, los hombres o mujeres de buena voluntad que asumen responsabilidad por el pasado, promueven una solidaridad inclusiva para construir el futuro del país y del planeta y sobre todo quienes tienen una habilidad para el diálogo. Los electores, ellos, deben estar dispuestos a aceptar el funcionamiento de las instituciones democráticas y la preservación del Bien común.

El cristiano no tiene opción electoral que la de pedir a Dios que su voluntad “se haga en la tierra como en el cielo”, tiene la confianza en que el Reino de Dios sale adelante “de toda manera” porque su Espíritu es guía| de los hombres en todos los altos y bajos de su progreso y hasta en sus extravíos humanos.

Paul Buchet – Chile

Editor