Noviembre 9, 2025

Izquierda Cristiana; raíz espiritual y de justicia social

 Izquierda Cristiana; raíz espiritual y de justicia social

Cristianismo y socialismo en Chile, Latinoamérica y el Caribe: la urgencia de un proyecto de Izquierda Cristiana con raíces espirituales y justicia social.

El día viernes recién pasado la Izquierda Cristiana de Chile presentó en el Servicio Electoral SERVEL la documentación para iniciar su proceso de legalización, días atrás esta organización cumplía 54 años en la vida política de Chile.

Estos dos hechos nos mueven a reflexionar y nos sugieren una invitación, ya que en la historia reciente de Chile, Latinoamérica y el Caribe, la relación entre cristianismo y socialismo ha sido compleja, profunda y, a menudo, incomprendida por importantes sectores del mundo cristiano y del mundo político. Sin embargo, la tradición cristiana y socialista, cuando se observan en su esencia, comparten un ideal de dignidad humana, solidaridad y una forma de entender y de buscar el bien común. No obstante ello, en el contexto político contemporáneo, la posibilidad de un partido explícitamente fundado en estos principios ha sido relegada a los márgenes o asociada a proyectos históricos que no lograron consolidarse en el tiempo.

En un momento en que Chile, Latinoamérica y el Caribe enfrentan desafíos estructurales como: crisis de confianza en las instituciones, agudización de la desigualdad, tensiones identitarias, fragmentación política, fortalecimiento del conservadurismo en parte de la iglesia católica y muy especialmente en las iglesias evangélicas pentecostales, consolidación de formas capitalistas y o neoliberalistas; retomar esta síntesis, este ideal común es una alternativa necesaria.

El cristianismo nace con una potencia ética basada en la dignidad de toda persona, la centralidad del amor al prójimo y el mandamiento ineludible de justicia. La figura de Jesús de Nazaret aparece no solo como maestro espiritual, sino como sujeto político que confronta estructuras de opresión. Como señala Leonardo Boff, “la fe cristiana se convierte en práctica histórica cuando opta por los pobres y se niega a legitimar cualquier sistema de exclusión” (Boff, 1986).

Por su parte, el socialismo, reivindica la igualdad material, la cooperación social, la propiedad cooperativa, colectiva y el rol social de los medios de producción y de la propiedad privada, la superación de las condiciones alienantes generadas por la acumulación privada ilimitada. Karl Marx, cuya crítica al capitalismo es esencialmente ética, afirmaba que el capitalismo deshumaniza al reducir al trabajador a mercancía (Marx, 1844). Perdiendo la dimensión de que el trabajo no solo es una forma de subsistencia, sino que también es una forma de autorrealización y de interacción y aporte a la sociedad.

Ambas tradiciones coinciden en una visión relacional del ser humano. El gran teólogo de la liberación chileno Pablo Richard, lo sintetiza afirmando que “no hay cristianismo sin comunidad, y no hay comunidad sin justicia” (Richard, 1990). En el plano antropológico, tanto el cristianismo como el socialismo rechazan el individualismo radical, sosteniendo una concepción del sujeto inserto en una red de relaciones solidarias.

En ese sentido, un proyecto político cristiano-socialista, se articula en la Izquierda Cristiana desde un humanismo integral, no meramente económico ni meramente espiritual, y por lo mismo, capaz de comprender la complejidad de la dignidad humana.

El cristianismo, especialmente en su vertiente social, ha puesto históricamente el acento en el amor al prójimo, la opción preferencia por los pobres y la dignidad inalienable de cada persona. La Doctrina Social de la Iglesia Católica, la teología de la liberación, el movimiento ecuménico latinoamericano y diversas expresiones protestantes progresistas han insistido en la necesidad de transformar estructuras injustas y promover una sociedad basada en la fraternidad y la equidad. Mientras tanto, el socialismo, ha buscado construir modelos socioeconómicos que cuestionen la concentración de poder y riqueza, asegurando derechos sociales y condiciones de vida dignas para todos/as.

Estas dos corrientes convergen en su crítica al individualismo extremo y al materialismo -tanto capitalista como neoliberalista- que reduce al ser humano a un engranaje económico.

Una propuesta política, como la que levanta la Izquierda Cristiana, fundada en ambas visiones ofrece una alternativa ética y transformadora, donde el desarrollo económico esté subordinado al bienestar humano integral y donde la espiritualidad y la solidaridad se integren en la vida pública, sin caer en proselitismos excluyentes ni imposiciones dogmáticas.

La síntesis entre fe y justicia social posee raíces sólidas en Latinoamérica. La Doctrina Social de la Iglesia, especialmente desde Rerum Novarum (1891), abrió la discusión sobre justicia social y derechos de los trabajadores. Populorum Progressio (1967) insistió en que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” (Pablo VI, 1967), anticipando debates sobre justicia global.

Sin embargo, es la teología de la liberación la que consolida una tradición política cristiana orientada a la transformación estructural. Gustavo Gutiérrez sostiene que la fe es inseparable de la lucha contra las causas de la opresión: “Es imposible vivir el Evangelio sin buscar la liberación integral del ser humano” (Gutiérrez, 1971).

Con el Papa Francisco y su encíclica Laudato Si y Fratelli Tutti donde hace la crítica más feroz al capitalismo y llama a construir un nuevo orden mundial y ahora León XIV con su exhortación apostólica Dilexi te quien nos habla de:

“Al compromiso concreto por los pobres también es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural. En efecto, la ilusión de una felicidad que deriva de una vida acomodada mueve a muchas personas a tener una visión de la existencia basada en la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás y beneficiándose de ideales sociales y sistemas políticos y económicos injustos, que favorecen a los más fuertes. De ese modo, en un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común. Eso significa que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del ser humano” Nº 11.

Por todo ello es que creemos que un proyecto de Izquierda Cristiana, entre otras cosas, ofrece a la política:

Una base ética, la principal fuerza radica en su fundamentación moral. En un tiempo en que la política parece dominada por el pragmatismo vacío, el marketing y la manipulación mediática, la presencia de un proyecto que recupere valores como la honestidad, la empatía, el respeto, el servicio y la coherencia puede contribuir a reconstruir la confianza ciudadana. No se trata de imponer una moral religiosa, sino de recuperar el sentido de propósito y responsabilidad común.

La defensa de los vulnerables y marginados, este enfoque político tiene una afinidad natural con la lucha contra la pobreza, las desigualdades y la exclusión. La opción preferencial por los pobres, propia del cristianismo social, y el compromiso socialista con la justicia distributiva convergen en la defensa de políticas públicas orientadas a garantizar educación, salud, vivienda y seguridad social universales, así como incentivos para la economía solidaria, el cooperativismo y el desarrollo sustentable.

Espiritualidad pública sin clericalismo, una propuesta así permite visibilizar la dimensión espiritual de lo humano en la esfera pública sin caer en fundamentalismos. Para muchos latinoamericanos, la fe sigue siendo un componente central de su identidad. Un partido de estas características podría ofrecer un espacio político donde lo espiritual sea reconocido como fuente de motivación ética y compromiso social, sin pretender monopolizar la verdad religiosa ni excluir a quienes no profesan creencia alguna.

Un partido político inspirado en el cristianismo y el socialismo en Chile, América Latina y el Caribe, como la Izquierda Cristiana, no sería una anomalía, sino el rescate de una raíz profunda de la identidad latinoamericana: la unión entre diversos humanismos y la fe, la justicia y la idea de comunidad. Frente al vacío moral del tecnocratismo, la banalización del debate público, el desencanto de la política y de la democracia, el abandono de la solidaridad, esta propuesta puede ofrecer un horizonte basado en la dignidad humana, la fraternidad social y el compromiso con los más vulnerables y oprimidos.

La tarea por supuesto no es simple: requiere claridad ideológica, ética inquebrantable y capacidad de diálogo. La historia enseña que los movimientos que combinan convicción espiritual y compromiso social son capaces de movilizar energías transformadoras.

Tal vez ha llegado el momento de la Izquierda Cristiana, recuperar esa tradición, actualizarla y proyectarla hacia el futuro, para volverá creer y construir una sociedad chilena realmente más justa, humana y esperanzada.

Fernando Astudillo Becerra / Abogado – Valparaíso, CHILE

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