Marzo 29, 2024

El Señor no soporta a los hipócritas, los comediantes de la fe…

 El Señor no soporta a los hipócritas, los comediantes de la fe…

Este viernes el Papa Francisco y la Curia Romana concluirán los Ejercicios Espirituales en Preparación a la Pascua que están realizando desde la tarde del IV Domingo de Cuaresma en la Casa del Divino Maestro de la localidad de Ariccia, bajo la guía de las meditaciones, este año, del P. Ermes Ronchi de la Orden de los Siervos de María, quien ha propuesto el tema general de “las preguntas desnudas del Evangelio”.

El predicador ofrecerá el viernes su conclusión sobre la pregunta propuesta en el Evangelio de San Lucas, a saber: “María dijo al ángel: ¿Cómo sucederá esto?” (Lc, 1, 34). Mientras las meditaciones de este jueves se basan en el Evangelio de San Juan, de donde se han extrapolado las preguntas: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” (Jn 20, 15), y “Simón, hijo de Juan, ‘¿me amas?”, (Jn 21, 16).

En cambio en su séptima predicación el tema propuesto fue: “Entonces Jesús se levantó y dijo: mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?” (Jn 8, 10), según se lee en el Evangelio de Juan, de donde se deduce que el perdón de Dios es un “amor auténtico” que invita al hombre a llegar a ser lo mejor de sí mismo. Con el pasaje de la adúltera a quien Jesús perdona, el Padre Ronchi destacó el fundamento de la misericordia divina y explicó que acusadores e hipócritas niegan a Dios, es decir, su misericordia.

Además, el predicador subrayó que a quien le gusta acusar, embriagándose con los defectos de los demás, cree que salva la verdad lapidando a quienes se equivocan. Pero de este modo – dijo – nacen las guerras. Se generan conflictos “entre las naciones, pero también en las instituciones eclesiales, en los conventos y en las oficinas”, donde las reglas, las constituciones y los decretos se convierten en piedras con las que “lapidar a alguien”.

El pasaje evangélico de la adúltera durante siglos ha sido ignorado por las comunidades cristianas porque “la misericordia de Dios escandalizaba”. El nombre de la mujer adúltera no es revelado – añadió el predicador – porque “representa a todos”, es aplastada por el poder de muerte que expresan la opresión de los hombres sobre las mujeres.

Los fariseos de todas las épocas colocan el pecado “en el centro de la relación con Dios”, pero “la Biblia no es un ídolo o un tótem”: exige “inteligencia y corazón”. Los poderes que no dudan en usar a una vida humana y a la religión “ponen a Dios contra el hombre”. Y ésta es “la tragedia del integrismo religioso”:

“El Señor no soporta a los hipócritas, los que llevan máscaras, los que tienen un corazón doble, los comediantes de la fe y no soporta a los acusadores y a los jueces”.

El genio del cristianismo está, en cambio, en el abrazo entre Dios y el hombre. “Ya no se oponen”, “materia y espíritu se abrazan”. La enfermedad que Jesús más teme y combate es “el corazón de piedra” de los hipócritas: “violar a un cuerpo, culpable o inocente, con las piedras o con el poder, es la negación de Dios que vive en esa persona”.

El juicio contra la adúltera se convirtió en “un bumerang contra la hipocresía de los jueces”. “Nadie puede tirar la piedra, iría contra sí mismo”. Donde hay misericordia – escribía San Ambrosio – allí está Dios; donde hay rigor y severidad quizá estén los ministros de Dios, pero Dios no está ahí”.

Jesús se levanta ante la adúltera, “como se levanta ante una persona esperada e importante”. Se levanta para estarle cerca y le habla. Nadie le había hablado antes. “Su historia, su íntimo tormento no interesaban”. En cambio Jesús toma lo íntimo de su alma. “La fragilidad es maestra de humanidad”:

“Es la atención por los frágiles, es la atención por los últimos, por los que están enfermos y la atención a las piedras descartadas lo que indica el grado de civilización de un pueblo y no las proezas de los fuertes y de los poderosos”.

A Jesús no le interesa el remordimiento, sino la sinceridad del corazón. Su perdón es “sin condiciones, sin cláusulas, sin contrapartidas”. Jesús se pone a sí mismo en el lugar de todos los condenados, de todos los pecadores. Rompe la “cadena maléfica” ligada a la idea de “un Dios que condena y al que le gusta la venganza, justificando la violencia”.

El núcleo del relato no es el pecado que hay que condenar o perdonar. En el centro no esté el mal, sino “un Dios más grande que nuestro corazón” que no vuelve banal la culpa, sino que hace que el hombre vuelva a partir desde donde se ha detenido. Abre senderos, vuelve a ponerlo sobre el camino justo, lo ayuda a dar un paso hacia adelante, “le abre las puertas de par en par hacia el futuro”.

Jesús realiza “una revolución radical” sobrecogiendo el orden tradicional y el eje vertical que tiene por encima de todo a “un Dios juez y punitivo”. “Un Dios desnudo, en la cruz, que perdona, será el gesto impresionante y necesario para apagar la mecha de las infinitas bombas sobre las cuales está sentada la humanidad”.

“No el Dios Omnipotente, sino el Padre amante de todo. Ya no el dedo apuntado, sino aquel que escribe sobre la piedra del corazón: yo te amo”.

“Vete y de ahora en adelante no peques más”. Son las palabras que bastan para cambiar una vida. Lo que está detrás ya no importa. Es el futuro lo que cuenta ahora. “El posible bien del mañana cuenta más que el mal de ayer”. Dios perdona “no como un desmemoriado, sino como un liberador”. El perdón no es buena fe, “sino volver a poner en camino a una vida”.

Tantas personas viven “como en una cadena perpetua interior”, aplastadas por los sentimientos de culpa a causa de los errores del pasado. Pero “Jesús abre las puertas de nuestras prisiones, desmonta los patíbulos sobre los cuales con frecuencias nos arrastramos nosotros mismos y arrastramos a los demás”. “Jesús sabe que el hombre no equivale a su pecado”. Al Señor no le interesa el pasado. “Es el Dios del futuro”.

Las palabras de Jesús y sus gestos rompen el esquema buenos-malos, culpables-inocentes. Jesús, con la misericordia “nos conduce más allá de las empalizadas de la ética”. Al ojo que ve el pecado – concluyó diciendo el padre Ermes Ronchi – “se le pide que vea el sol: “la luz es más importante que la oscuridad”, “el trigo vale más que la cizaña”, “el bien pesa más que el mal”.

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