Abril 18, 2024

“La esperanza en un Chile que sufre”

 “La esperanza en un Chile que sufre”

Al cumplir 10 años de ministerio episcopal me he permitido escribir algunas reflexiones que cada vez y con mayor intensidad inundan mis pensamientos. Es un análisis de cómo veo Chile y las causas de un cierto pesimismo generalizado carente de esperanza que dificulta la convivencia nacional. Hay velas aún encendidas y árboles que crecen en silencio, es cierto, pero no se ven a simple vista o simplemente no se quieren ver. Este panorama sombrío tiene muchas y variadas causas. Yo me detendré en las que, en mi opinión, son las más relevantes y urgentes de abordar. Además, intento mostrar de qué manera y con quiénes podremos salir airosos de este panorama que oscurece y ofusca nuestra Patria.

1. La educación

La piedra angular que inspira y anima el modelo educativo en Chile es la competencia. De niño nos enseñan a competir y no a compartir. Se compite para entrar al jardín infantil que garantice en el futuro próximo el “mejor” colegio posible. A ello se suma que la calidad de la educación que se entrega en el colegio y las expectativas futuras del alumno dependen de los recursos económicos que disponen los padres. Chile es un país con mucha desigualdad social y económica que comienza desde lo educacional. Excepciones hay, pero son pocas. ¡Ahí radica la gran injusticia! A temprana edad el niño ya percibe la sensación de “triunfo” o de “fracaso”, de ser un “ganador” o un “perdedor”, marcándolos para toda la vida la sensación de no pertenecer al “perfil” de persona que el país valora y requiere. En Chile la pregunta “en qué colegio estudiaste” sigue presente y la respuesta encasilla para toda la vida. El barrio donde se vive también hace lo suyo. Luego la competencia sigue en el aula. Hay notas y, por lo tanto, hay “buenos” y “malos” alumnos dependiendo de si tienen buenas o malas notas. Hay aprobados y reprobados. Hay vencedores y vencidos. Se define el futuro del joven sólo a la luz de lo cognitivo, como si el alumno fuese sólo eso. El objetivo de la educación en Chile no es la búsqueda de la verdad ni la aventura de descubrir junto con los demás las destrezas, habilidades y competencias de cada uno para desarrollarse como persona y servir al prójimo. Aquello no forma parte del entramado cultural. Lo es la búsqueda de una nota, la mejor posible y obtener buen puntaje en las pruebas SIMCE y PSU. Los preuniversitarios conocen esta dinámica y la explotan, tergiversando más aún el sistema y lucrando a costa de los “sueños” de los jóvenes. Siguiendo esta lógica, a temprana edad ya se puede predecir “hasta dónde va a llegar” cada compatriota. Este paradigma educativo ha hecho que las evaluaciones y las notas (mero medio para ver los progresos del alumno), sean vistos como un fin en sí mismo. Ello ha llevado a que la copia, -modo fraudulento de obtener resultados-, sea más habitual de lo que uno podría pensar. Así, la competencia que hay al interior de la sala de clases es, además, desleal. Ello se replicará el día de mañana en facturas y boletas falsas, recetas y certificados médicos falsificados, licencias e informes adulterados. Las personas con otras habilidades e intereses, en este esquema, no tienen cabida. El argumento: “bajan el promedio”. Una mamá estaba muy triste porque a su hijo con dificultades de aprendizaje le dijeron que el día de la prueba SIMCE no fuera a clases porque bajaría el promedio del colegio. ¡En Chile para obtener un buen promedio y que el colegio “se luzca”, bien vale humillar a un alumno y a su familia! Este modelo se repite en la vida. ¡Cuánta humillación he visto en el ámbito laboral! Los colegios, de igual manera, entran en la lógica de la competencia. Se esfuerzan por aparecer en los mejores lugares de los rankings y jactarse de los puntajes de sus estudiantes. Ello será una estrategia de marketing para captar a los alumnos más dotados y así mantener el sistema que lo único que hace es segregar más a las personas al interior de la sociedad. Si el alumno aprendió o no, si es una persona que tiene como horizonte el bien común y el servicio a los demás, es menos relevante que mostrar buenas notas, buenos puntajes y un buen ranking. Duele constatar cómo se han empobrecido y minimizado las clases de religión, de filosofía, de arte y de educación cívica. Respecto de ello en la reforma educacional no hay una sola palabra de peso que las aliente e incentive con decisión. El pragmatismo que anima a la educación chilena la ha dejado sin alma, y una educación sin alma genera seres humanos empobrecidos en humanidad, y por lo tanto, una sociedad deshumanizada. De ella todos somos testigos, autores y víctimas a la vez. ¿Quién habla de amor, de ternura, de compasión y de misericordia en el sistema educacional que nos rige?

2. Una pista atlética con competidores desleales

El sistema educacional chileno, inspirado en la competencia, es lo que anima a toda la sociedad y funda su lógica de convivencia. En esta lógica el resultado es lo relevante, pero no como se obtiene. Este sistema ha convertido nuestro país en una verdadera pista atlética. Muchos corren dando codazos para avanzar lo más rápido posible y llegar primeros. No miran para el lado para socorrer o acompañar al más débil. Sólo les interesa llegar primero. ¡Son muchos los heridos en el camino! Viven en medio de una gran indiferencia y suelen ser socorridos por un grupo de personas a punta de bingos, rifas, “tallarinatas”, cenas benéficas, “completadas”, conciertos o algunas monedas dejadas en la caja del supermercado o de la farmacia. Así, niños enfermos, ancianos desvalidos, personas que viven en la calle, universitarios de escasos recursos y discapacitados no son ni aparecen como el centro primario y rector de atención de la sociedad ni de las políticas públicas. Quedan a merced de personas o grupos de personas que están dispuestos a colaborar con ellos. Hay personas de una generosidad notable. Muchas de ellas llegan al heroísmo en su desprendimiento. Son flores en el desierto. Sin embargo, hay que reconocer que en muchos casos esta colaboración es en la medida de alguna retribución. He llegado a la lamentable conclusión de que algunas empresas (no todas) han visto una “oportunidad” para sus propios negocios vincularse a alguna obra social. Para algunos, la responsabilidad social empresarial es una mera estrategia de marketing. El egoísmo ilustrado se ha apoderado de Chile y ha corroído parte importante de él.

Este desolador panorama ha generado en muchos compatriotas rabia. Y, al mismo tiempo una pobre e inexistente, cohesión social. Un joven me dijo que no le debía nada a Chile porque Chile no le había dado nada. La educación, en vez de abrirle puertas, se las cerró. Incubó una gran rabia que la trasmitirá cada vez que pueda. Y por medio de la violencia. ¡Qué triste no tener sentimiento de gratitud! Si un joven dice eso es que no hemos sido capaces de generar una comunidad de personas que se sientan parte a pleno título de la sociedad ni fraguado un proyecto de país integrador que humanice y nos una. Cuando un joven escribe en una pared “sin Dios ni ley” o “junta rabia” significa que hemos fracasado. La violencia es una consecuencia de lo que hemos construido entre todos. Nada más ni nada menos. Con el proyecto de ley que legaliza el aborto, la competencia va a comenzar desde el útero materno. El mensaje es claro: no hay espacio para enfermos ni hijos “no deseados”, en definitiva, para “malos competidores”. Sólo habrá espacio para los que, según el criterio de otros, sean aptos para la carrera y mantengan el sistema. La lógica del descarte, en todo su esplendor, se va a instalar en Chile. No lo podemos permitir.

3. Crisis moral y espiritual

Chile pasa por una profunda crisis moral y espiritual. Ver en los tribunales a quienes han regido la política, han liderado el deporte, han acreditado universidades o las han dirigido, así como a importantes miembros del ejército, genera un malestar difícil de cuantificar. Especialmente entre los jóvenes. También, miembros de la Iglesia abusando han hecho mucho daño a las víctimas, a la fe pública y han opacado la hermosa labor de tantos que en silencio y abnegación muestran el rostro misericordioso de Dios. Hay empresarios que hacen esfuerzos por sacar adelante sus proyectos honestamente para dar trabajo y prosperidad al país. Sin embargo, ha sido un golpe descubrir que muchos no han sido coherentes a la hora de actuar con los principios éticos que los debiesen animar. Duele ver a quienes han usado sus habilidades, destreza y contactos sociales para enriquecerse y estafar a los más débiles. ¡Ello es indignante! Los cimientos de la sociedad se fragilizan al saber que muchos de ellos estudiaron en los mejores colegios y en las mejores universidades del país. Con dolor lo digo: muchos de los cuestionados estudiaron en colegios y universidades católicas. La injusticia en sus variadas formas genera violencia. Es la respuesta de quienes perciben que, no sólo no participaron en la toma de decisiones, sino que, además, fueron estafados. En el mundo laboral si a un obrero no se le paga su trabajo, no pasa absolutamente nada. Lo he visto con mis propios ojos. La judicialización de estas situaciones es un arma muy recurrente para desentenderse del más pobre. ¡Es vergonzoso lo que pasa y hay miles de ejemplos! Qué bien harían todas estas personas si reconocieran su actuar fraudulento, pidieran perdón y restituyeran lo mal habido. ¡Qué bien harían! Lo mismo vale para quienes financiaron al margen de la ley sus campañas políticas. ¡Qué acto de nobleza sería renunciar! ¡Háganlo! Sería la mejor lección para los jóvenes que le dan más crédito a lo que ven que a lo que oyen.

4. Urgen héroes y santos

Un mes antes de la rendición de la PSU aparecen en la prensa sesudos estudios de las expectativas económicas de las diferentes carreras, al primer, al quinto y al décimo año de egresados. ¡Qué hiriente! Las carreras con las mejores expectativas salariales son las que tienen mayor demanda. Muchos estudian obligados a postergar su propia vocación porque se endeudan por años. Cursar carreras “poco rentables” es un lujo que no se pueden dar. Esto es un insulto a la juventud. Pienso que a los jóvenes les hemos quitado la capacidad de soñar, de arriesgarse y de hacerse preguntas que los cuestionen en lo más profundo de su ser y sigan su verdadera vocación. Quienes tenemos responsabilidades no hemos comprendido en toda su dimensión este fenómeno. Nadie enseña que sobre el conocimiento grava una hipoteca social y que el sentido de la educación radica en convertir la propia vocación y el talento en un don para los demás y no en un botín para quien les presta el dinero para que puedan estudiar.
Son pocos los que resisten a esta forma de vinculación social porque la fórmula propuesta es, aunque engañosa, seductora. El número de jóvenes que estudian arte, filosofía, teología, ciencias puras, que ingresan al Seminario, dedicando lo mejor de sí a una buena causa, o se integran al servicio público, es exiguo. El pragmatismo y la competencia son dos cabezas de un monstruo devorador que no da paz social, justicia, alegría y menos fraternidad. Sin embargo, estos jóvenes existen. Aún, y muy contra corriente, quedan jóvenes que más que preguntarse de qué vivir, se preguntan para qué vivir. El riesgo que significa la belleza de ser coherente con la propia vocación y responsabilizarse de los otros ha sido su norte. Son el gran patrimonio de Chile, y con cuánta dificultad llevan adelante sus sueños. Les pido que le doblen la mano a la perversa fórmula de la indiferencia, el individualismo y el poder. Les pido que resistan al cáncer del egoísmo que nos está matando. Cuidarlos como lo más preciado que tiene Chile es un deber y una responsabilidad. Sin cultura, sin belleza, sin arte, sin emprendedores que se atreven, sin servidores públicos comprometidos, sin sueños imposibles, sin quienes creen en la dimensión trascendente de la vida, no perdura una sociedad a escala humana. ¿Qué sería de Chile sin el padre Hurtado y Gabriela Mistral, entre otros? ¿Qué sería de Chile?

5. La respuesta

Muchas personas, frente a este escenario, han optado sencillamente por recluirse en sus propias casas protegidos por visibles cercos eléctricos, guardias privados, puertas de acero, alarmas cada vez más sofisticadas y seguros de todo tipo. Se mueven por carreteras privadas y limitan al máximo el contacto con los otros que se han convertido, salvo que demuestren lo contrario, en posibles agresores. En ese escenario se instalan a ver las noticias, a quejarse de lo mal que está el país y hacer de ello tema de conversación. Pero son incapaces de preguntarse respecto de su responsabilidad frente a este panorama y cómo colaborar para revertirlo desde lo que tengo y lo que soy. La indiferencia se ha instalado en muchos como una forma de vida. El egoísmo también. El Papa Francisco habla de la “globalización de la indiferencia” ¿Qué se puede esperar de un país donde la desconfianza se ha apoderado del alma de las personas y la respuesta es aislarse, recluirse y criticar a los demás?

No nos espera un buen futuro si seguimos así. La enseñanza que gira en torno a la competencia orientada a generar productores y consumidores no es un buen camino. No genera amistad cívica, ni pone en el sitial que corresponde la ética. Más temprano que tarde deja de lado el valor de la persona como tal y elementos tan fundamentales para convivir como el valor de la dignidad del ser humano, de la palabra empeñada y del trabajo bien hecho. La ética personal orientada a rescatar la dignidad de lo propiamente humano no puede quedar relegada a un tercer y cuarto plano de la vida y del interés público.

6. Ver los fenómenos para ir al fundamento

El camino que hemos seguido no da garantías de paz social. La lectura unilateral de los fenómenos de violencia como meros hechos delictuales y el poco interés por mirar el fundamento de por qué acontecen nos hará una sociedad cada vez más segregada y represiva. Un diagnóstico errado conduce a tratamientos errados. El silencio frente a los 700 mil jóvenes de nuestro país que no trabajan y no estudian duele. Según la Unicef, en Chile 3 de cada 4 niños sufre algún tipo de abuso y 1 de cada 4 vive en la pobreza. Según la OCDE, Chile es el país miembro con el mayor porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio. Ello genera inestabilidad emocional no siempre fácil de revertir y demuestra lo irresponsables que son los hombres. En Chile el abandono de la mujer es una epidemia que ha traído grandes consecuencias personales y sociales. El Estado en vez de promover el matrimonio y la estabilidad familiar la ha pauperizado a tal punto que al hombre que abandona a su mujer y a sus hijos lo premia con el divorcio. Ni siquiera se plantea como un ideal la hermosa definición de Andrés Bello del matrimonio. Hoy es letra muerta en el Código Civil. Todos dicen que la familia es el centro y el corazón de la vida social, célula fundamental de la sociedad, pero por otro lado la han asfixiado y reducido a su mínima expresión. Se critica el machismo pero en el fondo de manera implícita la ley lo promueve. Ni hablar de las diferencias de salarios entre un hombre y una mujer por el mismo trabajo y las mismas competencias. Todo ello es violencia y abuso. Los ancianos están cada vez más pobres y más solos. Es una herida que sangra mucho pero que no es visible. Y son cada vez más. Mañana seremos uno de ellos. La Fundación Las Rosas, institución por todos admirada, no ha recibido el reconocimiento que se merece por parte de la comunidad. ¡Es impresionante la indiferencia frente a aquello! Si desde los pobres, los vulnerables, los que no tienen capacidad de hacerse sentir leyéramos el país, serían otros los temas que se tomarían la agenda pública. ¿No habremos perdido la capacidad de observar la realidad de personas concretas y reales? Acaso en medio de tantas ofertas y luces que nos encandilan, ¿no nos habremos olvidado que lo que más anhelan los jóvenes es una familia, amor, calor de hogar y un trabajo digno? Paradójicamente es lo que les resulta más esquivo. El gran tema político en Chile es cómo vamos a continuar en los años venideros en una sociedad con una construcción familiar frágil, natalidad baja y el aumento progresivo de las personas mayores. Este es el gran tema de política pública en Chile, junto, por cierto, al modo como el Estado y la comunidad se va a relacionar con el Pueblo Mapuche y sus justas demandas después de años de postergación e injustas discriminaciones.

7. Desconocimiento del valor de lo religioso

Otro factor que ha llevado a este proceso de desintegración social y poco interés por participar en lo público, es el sistemático empeño que han puesto quienes tienen responsabilidades públicas en relegar la dimensión trascendente de la persona y su originario espíritu religioso al ámbito meramente privado. Lamento que no hayan descubierto la riqueza inmensa del país en los millones y millones de personas que, a través de su fe en Jesús, han descubierto el bien, el sentido de sus vidas y la decencia como un camino a seguir en su propia existencia. Qué sería de Chile sin Lo Vásquez, San Sebastián, Andacollo, Maipú y tantos otros. Allí está el Chile real que muchos se empeñan en desconocer. Pareciera ser que es más relevante la noticia de cuánto vale el pescado en Semana Santa que el admirable hecho de que estén millones de personas rezando en comunidad. Es más relevante mostrar al joven que roba un auto que los miles que peregrinan al Santuario de Santa Teresita o San Sebastián. En ellos, personas sencillas y humildes que día a día llevan de modo honesto el pan a sus casas, que confían más en Dios que en sí mismos, que no tienen poder sino que más bien lo padecen, está el futuro de la sociedad y una luz de esperanza. En el hombre y la mujer anónima que se saca el pan de la boca para que su hijo estudie, que pasa horas arriba de un bus para llegar al trabajo, que pacientemente espera ser atendido en un consultorio, que aunque pase por grandes penurias le celebra el cumpleaños a sus hijos, y que se encomienda a Dios y a la Virgen cada día, está nuestra esperanza. Ellos mantienen en pie al país. Son la reserva moral y espiritual de Chile Son el punto de inflexión del cambio que hemos de hacer. Son personas de bien y en su inmensa mayoría creyentes. ¡Se equivocan quienes se empeñan en negar su fe y sus consecuencias culturales!
Hay que hacerlo pronto antes que se cansen, que los canse el remar y remar contra corriente y ver pasar al lado quien logra de mala manera lo que a él tanto le cuesta. Es la hora del hombre y de la mujer anónima que espera a gritos más atención. ¡Se equivocan quienes los miran como un mero número y hacen políticas públicas como si no existieran! ¡Se equivocan quienes quieren hacer creer que la historia comenzó ayer y termina mañana!

Miremos el país con esperanza

Chile tiene una reserva moral y espiritual que nos debe llenar de esperanza en el futuro. Reserva presente a fuego en millones de personas. Hay que mirarlas con más atención y dedicarles lo mejor de nosotros mismos para apoyarlas y agradecerles todo cuánto contribuyen para construir el país que todos queremos. Será esa la forma de terminar con el ambiente enrarecido que percibimos a diario. Para ello urge que cada uno, especialmente quienes toman decisiones en el ámbito público y privado, se haga un profundo examen de conciencia y vea de qué manera con su actuar contribuye o no a la paz, la justicia y la prosperidad de todos los chilenos. Ahí está el gran desafío. La Iglesia, con obras y no con palabras, está comprometida en ello. De esto me siento tremendamente orgulloso y bien han valido estos 10 años empeñado en aquello junto a la comunidad.

                                                                  + Fernando Chomali G.
                                                                Arzobispo de Concepción
                                                                     3 de junio del 2016

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