La urgencia de una “teología de la paz”

Los cristianos y cristianas creemos que Jesucristo es el Mesías y el Rey de la Paz. Ese proyecto del Shalom-Paz comenzó en la fragilidad del pesebre. La vulnerabilidad humana es así espacio para construir y dar la paz al mundo. Es interesante esto porque la lógica de Dios acontece justamente en el poder entendido como servicio y no como lógicas de dominación, tan habituales en nuestro mundo. Dios es donación gratuita de sí mismo y de su paz. Este es el centro medular del Sermón de la Montaña: “felices los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Así como el anuncio sobre los montes, el trabajo por la paz marca la dinámica de la experiencia. Tamayo (2012) recuerda que esto “tiene carácter activo, crítico y alternativo. Jesús no rehúye el conflicto ni lo edulcora, sino que lo asume y lo canaliza por la vía de la justicia”. Por ello es que la paz anunciada en el Monte no se reduce a una expectativa metahistórica o privada, sino que posee connotaciones sociopolíticas y cósmicas.
El trabajo por la paz supone lo que el filósofo francés Paul Ricoeur (2006) llama los estados de paz. Así sostiene el filósofo francés:
“es digno de destacar que los estados de paz, el ágape a la cabeza, sean opuestos globalmente a los estados de lucha que no se reducen a las violencias de la venganza, que nuestro próximo modelo coloca con el nombre de la reciprocidad conjuntamente con el don y el comercio, sino que incluyen también y principalmente las luchas propias de la jurisdicción de la justicia, como lo demuestra el proceso en el tribunal”.
La lucha por la construcción de estados de paz, de ciudades pacíficas y de prácticas de convivialidad, supone la búsqueda del amor, del reconocimiento (reciprocidad del don) y de la justicia. Es por ello que no podemos entender la paz como una situación privada, y por ello Ricoeur la ejemplifica desde el modelo del tribunal. Acontece una práctica sociopolítica, pública, cultural en torno a la práctica de la paz. Es por ello que las Bienaventuranzas representa el modelo paradigmático del nuevo estilo de vida propuesto por Dios en Jesús de Nazaret. Hay una reinversión de los valores del mundo, ya que los pobres, los sufrientes, los perseguidos, los pacificadores son declarados felices y llamados hijos de Dios.
Ahora bien, la fe cristiana debe ser consciente de que la construcción de la paz y de los estados y espacios en los cuales ella se encarna, no representa un trabajo exclusivo de las comunidades cristianas, sino que es un esfuerzo de todo el género humano, a la vez que ella representa un trabajo interdisciplinar. Así lo hace notar Juan Noemi (1993) cuando comenta que:
“hoy día la teología que se haga sobre la paz se condena a la insignificancia si se contenta y abastece de su propia tradición intrateológica. Aún más, me atrevo a decir que una teología que responda a su propio imperativo de inteligencia (fides quaerens intellectum) hoy día y en referencia al problema de la paz tiene que confrontarse con la discusión interdisciplinaria surgida de la peace research”.
Una teología de la paz asume la construcción y la búsqueda de espacios en los cuales levantar los pilares de la justicia y la vivencia de un nuevo paradigma vital. La construcción implica el reconocimiento de que la paz se dibuja, se traza a lo largo de caminos aún no andados, de manera de saber saltar abismos y fronteras que dividen y excluyen. La paz, don de Dios, impulsa a los creyentes a vivir la dinámica de la salida proponiendo, desde el Reino y su justicia, una nueva forma de encarar la vida. Así lo ha hecho notar Margit Eckholt (2016) cuando sostiene que la teología de la paz está hecha de puentes que permiten que surjan nuevos espacios; a la vez que ellos “son huellas del peregrino Jesús de Nazaret albergado por los varones y las mujeres de su tiempo, los extranjeros, los publicanos y pecadores, a quienes donó paz donde había reinado la violencia y quien hizo sonar y danzar el espacio de Dios en el espacio del mundo”.
La teología de la paz, para este tiempo de violencia, inseguridades, muros que se levantan, debe ser capaz de volver sobre las fuentes de la tradición bíblica, sobre todo el Shalom y el Sermón de la Montaña que nos entregó como programa de vida el Príncipe de la Paz. Estos elementos vienen a constituir las herramientas por medio de las cuales construimos los estados de la paz (Ricoeur) y los espacios de paz. En medio de nuestras ciudades hemos de proponer estos principios como posibilidades de pensar y vivir un nuevo paradigma, una nueva visión de realidad y un renovado estilo de vida. Este estilo de vida, aunque precisa de nuestros esfuerzos, es ante todo obra de Dios en quien reside la fuente de la paz. El respeto por la justicia, la fraternidad y el bienestar, constituyen la condición de posibilidad de vivir la paz que se construye cotidianamente en medio de nuestras fragilidades y vulnerabilidades.
Referencias
Eckholt, M. (2016). “Espacios de paz. Nuevos caminos de teologías interculturales de la paz”. Revista Teología LII, 119, 115-127.
Ricoeur, P. Caminos de reconocimiento. Tres estudios. México: FCE, 2006.
Noemi, J. La fe en busca de inteligencia. Santiago de Chile: Ediciones UC, 1993.
Tamayo, J. Otra teología es posible: pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo. Barcelona: Herder, 2012.
Juan Pablo Espinosa Arce
Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule)
Magíster candidato en Teología Fundamental (PUC)
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