Abril 19, 2024

La vertiginosa vida de Jesús: reflexiones pascuales

 La vertiginosa vida de Jesús: reflexiones pascuales

Jesús tuvo una vida vertiginosa, todo en Él es sorpresa, una invitación a lo nuevo. Es más, si uno recorre los evangelios, puede notar cómo Jesús rompe el modelo de Mesías que Israel esperaba. Algunas tradiciones hablaban de un Mesías guerrero, al estilo de David, un Mesías que liberaría a Israel de la opresión de los poderes extranjeros, o un Mesías sacerdote que restauraría el culto antiguo. Pero, para sorpresa de los contemporáneos del Señor, Jesús no encuadra dentro de la imaginación mesiánica. En Mateo se nos cuenta: “Porque vino Juan (Bautista) que no comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores” (Mt 11,18-19). Y esto escandalizaba a los judíos.

Éxitos y fracasos, simpatías y hostilidad  constituyeron desde el principio la trama de la vida de Jesús. Su muerte violenta fue una  consecuencia de su obrar, de la pretensión que había caracterizado su vivir y había provocado la oposición cada vez más cerrada de las autoridades judías. Teniendo en cuenta sus tomas de posición, el final, en cierto modo, fue lógico. No buscó la muerte, pero ésta le vino impuesta desde fuera y él la aceptó, no resignadamente, sino como expresión de la libertad y la fidelidad a la causa de Dios y de los hombres. Abandonado, rechazado y amenazado, no se doblegó para sobrevivir, sino que siguió fiel a su misión. Jesús preveía su muerte, pero no tenía certeza absoluta de ella. ¿Pero cómo compatibilizar esto, por ejemplo, con el Evangelio de Juan en donde se dice que Jesús sabía todo lo que iba a pasar?

Resulta que en nosotros tenemos dos imágenes de Jesús: de los evangelios sinópticos que muestran a un Jesús más humano, con más elementos psicológicos, sentimientos, emociones, dudas; y el Jesús de Juan que muestra a un Jesús seguro en todo momento, que tenía todo fríamente calculado. Ahora, si nos quedamos con una visión parcelada de Jesús terminamos destruyendo al único Jesús. Por ello hay que acercarse a Aquél que es Dios y hombre a la vez.

Jesús no fue de manera ingenua a su final, sino que lo asumió, y lo asumió libremente. Humanamente hablando, el camino recorrido terminaba así. La muerte violenta no fue algo impuesto por un decreto divino, sino obra de unos hombres concretos. Es más, Jesús médicamente sufrió un politraumatismo. Esa es su causa oficial de muerte. Eso tendríamos que escribir en el parte médico. Aquí generalmente pensamos que Dios Padre quería la muerte del Hijo. ¿Quién de ustedes querría ver a su hijo, hija, esposa, esposo, madre, padre morir o sufrir? ¿No sería acaso una imagen más bien terrorífica y asesina de Dios? Dios Padre no quiso la muerte del Hijo, al Padre le dolió como Padre. Pero en todo momento hubo un respeto de la libertad y de la misión encomendada. ¡Jesús hasta el final fue libre!

 Las exigencias de conversión, la nueva imagen de Dios a quien Jesús anunció como compasión, como perdón, como ternura y sobre todo como un Padre-Madre lleno de misericordia, su libertad frente a las sagradas tradiciones y la crítica de corte profético contra los dueños del poder económico, político religioso provocaron el conflicto con los fariseos y los escribas. Buen ejemplo de ello es la parábola del hijo pródigo o del Padre misericordioso. El texto comienza diciendo que junto a Jesús están los escribas y fariseos por un lado, y por otro los publicanos y pecadores. Los primeros representan al hijo mayor que no quiere salir de su metro cuadrado, aquél en el que se vive el egoísmo, el hermetismo. Es aquél que mira de lejos, que no quiere participar de la resurrección del hijo menor. Es aquél/aquella que levantan el dedo acusador: ¡éste que se gastó tu dinero en mujeres de mala vida! ¡éste que se casó por segunda vez! ¡éste que se golpea el pecho cuando vuelve a la casa!. Es el hijo que no es capaz de comprender que la misericordia con la que actúa el Padre es excesivamente gratuita y desbordante. El hijo mayor es el que tiene el conflicto con la libertad y la audacia profética de Jesús que acoge a todos sin distinción. Es el que no es capaz de ampliar la visión y que anda por la vida como caballo de feria.

 Ahora bien, si decimos movidos por la fe que Jesús murió para salvarnos del pecado, tenemos que pensar qué consecuencias hoy tiene dicha acción salvífica. ¿De qué pecados nos salva hoy Jesús? No basta repetir servilmente las fórmulas antiguas y sagradas. Tenemos que intentar  comprenderlas para captar la realidad que quieren traducir. Esa realidad salvífica puede y debe expresarse de muchas maneras; siempre fue así en el pasado y lo es también en el  presente. Cuando hoy hablamos de liberación, de salvación, de perdón o de misericordia, estamos dándole sentido a nuestra opción de fe en el Hijo Crucificado y en el Padre que se ha identificado con el hombre de la cruz.

La identificación de Dios con el hombre muerto y resucitado demanda de nosotros una opción ética y religiosa determinada, una acción eclesial y pastoral que nace de la justicia entendida como don gratuitamente excesivo. El desafío que el Jubileo de la Misericordia nos presenta para este Tiempo Pascual es no reducir la vida que nace de la tumba vacía a un discurso o a un conjunto de doctrinas, sino que ella debe actualizarse como participación en la vida del Dios de Jesús en el Espíritu. Esta relación de los creyentes con su Dios debe prolongarse histórica y cotidianamente en la relación de los creyentes entre sí, de los creyentes con aquellos que no creen y sobre todo con aquellos que sufren.

Gracias a la Resurrección de Jesús somos capaces de formar comunidad. Los discípulos temerosos vuelven a reunirse en torno al Resucitado y al Espíritu por él comunicado. La gracia de vivir la eclesialidad nace como don del Domingo de Pascua. El Señor Resucitado hace nuevas todas las cosas, es capaz de recrear nuestra Iglesia y de darnos un nuevo influjo misionero. Lo que esta noche celebraremos es Pascua, es paso de una condición marcada por el pecado y la muerte a una vida plena y nueva. ¡Es Pascua de Resurrección y cada día debe ser resurrección!

Juan Pablo Espinosa Arce

Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule)

Candidato a Magíster en Teología Fundamental (PUC).

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