La centralidad cristiana del Maranathá
El tiempo litúrgico de la Iglesia está llegando a su fin y otro periodo de celebración comunitaria se está alzando.
Esto nos invita a volver a centrar nuestra mirada en la condición escatológica de la experiencia cristiana. En Jesucristo reconocemos la última palabra que Dios ha dicho al mundo (Cf. Hb 1,1-2), la que vino al final de los tiempos (Cf. Gal 4,4) y que naciendo de mujer se ha hecho hermano nuestro (Cf. Jn 1,14; Flp 2,6-11). Jesús es el acontecimiento que divide la historia y que le ha da nuestra vida una experiencia nueva y un sentido totalmente renovado. En palabras del teólogo Juan Luis Ruiz de la Peña, “la escatología es, además, una cristología desarrollada: cuanto pueda decirse sobre el futuro absoluto desde la esperanza está prefigurado en el acontecimiento central de la historia que es Jesucristo. Él es, en verdad, nuestra esperanza […] Él es el fundamento de nuestra esperanza y, simultáneamente, el contenido de la misma, puesto que es el lugar donde todas las promesas de Dios han tenido su sí y su amén”[1].
A partir de estas indicaciones, queremos reflexionar en torno a la centralidad del Maranathá, que ha sido considerado por los autores como el gran grito litúrgico de la primera comunidad cristiana. Es una expresión aramea que significa literalmente Ven Señor Jesús. En el comienzo del Adviento, y de las proximidades del inicio de un nuevo año civil, es necesario volver a pensar cómo nuestra esperanza en Jesucristo debe invitarnos a pedir que el Señor siga haciéndose presente, saliendo a nuestro encuentro y seguir alentando la esperanza en medio de nuestras realidades cotidianas.
Las últimas palabras, las palabras permanentes
El libro del Apocalipsis termina en su capítulo 22 con una promesa que alienta a una comunidad que sufre persecución y que la invita a permanecer alerta y esperanzados. Así, “su mensaje es fundamentalmente optimista – Dios ya es vencedor – y por lo mismo nos impulsa, lo mismo que hacían los profetas, a comprometernos en el mundo; si ya ha llegado el fin de los tiempos en el acontecimiento del misterio pascual, no se trata de cruzarse de brazos, sino más bien de poner manos a la obra, para lo que Jesús realizó una vez para siempre se vaya haciendo cada vez más verdadero en nuestra historia”[2]. Por ello la escatología no constituye un sentarse y esperar pasivamente que Dios haga su obra: exige un compromiso histórico por la justicia, la libertad y la fraternidad entre los hombres. La escatología exige considerar las acciones y las palabras de Jesús, acontecimiento que marca un punto de inflexión en la historia.
Y las palabras del Apocalipsis son decidoras: “Dice que el da testimonio de todo esto: Si, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven Señor Jesús!” (Ap 22,20). Aquí encontramos el corazón del Maranathá – Ven Señor Jesús. Estas palabras fueron utilizadas por la comunidad cristiana en un contexto litúrgico y eucarístico, con lo cual comprendemos cómo la celebración cultual de la Iglesia primitiva ya asumía un carácter escatológico. Se celebraba la acción de Dios en Jesús Muerto y Resucitado. Así, en la Didaché o doctrina de los Doce Apóstoles que es uno de los libros más antiguos del cristianismo y que da cuenta de las prácticas litúrgicas y prescriptivas de la comunidad de la primera hora. Dice la Didaché: “Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia. Maranathá. Amén”[3] (Didaché, La Eucaristía, Anhelo del Señor). Y hasta el día de hoy, y durante la Consagración, pedimos y gritamos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven Señor Jesús”. La Eucaristía siempre ha de volver a manifestarnos el carácter escatológico de nuestra fe. El Maranathá está en el centro mismo del culto cristiano.
Sal a nuestro encuentro Señor Jesús
Si el acontecimiento definitivo del Misterio Pascual inaugura el fin de los tiempos – lo escatológico – los cristianos hemos de comprender que la Resurrección de Jesús no significa que Cristo se ha marchado para siempre. No es un vacío cristológico, Él sigue presente en medio nuestro y nos sale al encuentro cada día. Benedicto XVI en su trilogía del Jesús de Nazaret, nos recuerda que
“el Jesús que se despide no a alguna parte en un astro lejano. Él entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso no se ha marchado, sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros y por nosotros […] Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la ascensión; con su poder que supera todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia”[4]
Nuestra historia es espacio de Dios. Nuestro suelo, nuestro espacio ha pasado a formar parte del espacio de Dios. En Jesús, nuestra humanidad no les es indiferente al Padre, y por ello la fe cristiana confiesa cómo Dios ha asumido para siempre esta humanidad. El Maranathá de la primera comunidad no nos posiciona en una dinámica de ausencia, sino que nos señala cómo la acción del Kyrios Glorioso se expande ahora creativamente en todo espacio y lugar. Que pidamos con insistencia que Jesús venga a nosotros, que su Reino de justicia y paz se haga presente en medio nuestro, nos exige un espíritu de discernimiento para comprender cómo el otro mundo posible que se gesta con dolores de parto, representa una sociedad nueva, libre y liberadora. Y que por lo mismo no puede encontrarnos como espectadores pasivos, al contrario, debe ponernos en actitud de expectativa permanente
La espiritualidad del Maranathá es una forma de seguimiento que cruza lo antropológico, lo social, lo cósmico-ecológico, lo personal. El Espíritu del Crucificado y Resucitado visita constantemente nuestra fragilidad histórica y permite recrear las formas de buen vivir desde la gracia. En el Maranathá experimentamos la visita del Kairós a nuestro Chronos. En la presencia del Espíritu reconocemos los signos de los tiempos (Cf. GS 4,11,44) que exige un discernimiento atento de lo histórico y de sus formas. Como sostiene Ignacio Ellacuría, la esperanza cristiana es, ante todo, un “encargarse de la realidad”, tomar en serio el suelo en que vivimos. Es por ello que coincidimos con Fredy Parra cuando comenta que “vivir la esperanza en medio de la historia implica hacerse cargo de los desafíos del presente y, en consecuencia, considerar la historia profana en su positividad y no solo atender a su negatividad”[5].
Al inicio de este nuevo Adviento y de un nuevo año civil, los cristianos deberíamos recentrar nuestra vida y nuestra opción creyente en el Maranathá que nos invita a desanudar nuestros brazos y echar a andar nuestros pies de manera de anunciar la esperanza en el otro mundo posible que Dios nos ha prometido. Hay que mantener la mirada fija en las cosas de arriba pero con los pies muy fijos en la tierra. El grito litúrgico de la comunidad perseguida de la primera hora, y nuestro Ven Señor Jesús del hoy, debe constituir una forma certera de seguimiento del Señor que viene en cada hombre y en cada acontecimiento. Sólo así los creyentes en el Crucificado-Resucitado que ha de venir podremos anticipar, siempre de manera limitada, los caminos de la paz mesiánica perfecta en la esperanza común de un tiempo de felicidad para todos y todas.
[1] Juan Ruíz de la Peña, La otra dimensión: escatología cristiana (Sal Terrae, Santander 1980), 23.
[2] Equipo Cahiers Evangile, El apocalipsis (Verbo Divino, España 2005), 8.
[3] En Daniel Ruiz, Padres Apóstolicos. Edición bilingüe completa. Versión, introducciones y notas de Daniel Ruiz Bueno (BAC, Madrid 1974).
[4] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret III: De la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Planeta-Encuentro, Madrid 2011), 329.
[5] Fredy Parra, Esperanza en la historia, idea cristiana del tiempo (Ed. Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile 2011), 173.
Juan Pablo Espinosa Arce
Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule)
Magíster en Teología Fundamental (UC)