Abril 19, 2024

Comulgando con Cristo Crucificado

 Comulgando con Cristo Crucificado

Lc 22, 14 – 23, 56.-

LA PROCESIÓN DE LOS RAMOS

La celebración de hoy tiene dos partes: la procesión de los ramos y la eucaristía, que deben unirse en un único mensaje. Tenemos la tendencia a celebrar la entrada triunfal independizándola de la Pasión y Resurrección. Pero forman un conjunto: no sólo los sucesos son un todo sino el mensaje es único.

Nuestra tendencia es celebrar una entrada triunfal, asemejándola demasiado a la entrada de un rey terreno que triunfa de sus enemigos. Más que una entrada triunfal es una entrada mesiánica, y no del mesías que el pueblo y sus jefes esperaban, sino del siervo sufriente que no viene a hacer triunfar al estado sobre sus enemigos sino a convertir los corazones a Dios.

Aunque los rasgos de la entrada mesiánica han sido magnificados por los redactores de los textos, para mostrar su fe en Jesús Señor, todavía podemos descubrir en los textos la modestia de la entrada de Jesús en Jerusalén, y los símbolos de su negación a conformarse con la imagen mesiánica al uso (el borrico como cabalgadura). El cuarto evangelio subraya mucho la actuación de Jesús que se niega a entrar como Rey y viste su entrada con todos los signos de su porfiada negación del Mesianismo Davídico.

No podemos olvidar la secuencia completa de los hechos tal como la narra el evangelio de Lucas que se propone como final de la procesión de los ramos:

o Entrada mesiánica ( bajando el monte de los olivos)
o Llanto por Jerusalén (al acercarse a la ciudad)
o Purificación del Templo
o Enseñanza a diario en el Templo.
o Los jefes se ratifican en acabar con él.

Del conjunto de los textos se puede concluir:

a. Jesús acepta la entrada mesiánica (no va a pie como todos los días…). Pero se preocupa de imponer los signos externos que muestran su rechazo al mesianismo regio triunfal.
b. Jesús anuncia en ese momento el rechazo de Jerusalén y su destrucción.
c. “Toma posesión” del Templo (que será destruido) pero no para triunfar en él sino para purificarlo y enseñar en él.

Es por tanto importante que nuestra celebración de este “suceso” no degenere en superficiales aclamaciones triunfalistas. Los mismos textos, y especialmente la profunda elaboración del cuarto evangelio, nos muestran a los discípulos entusiasmados por un triunfo exterior, y a Jesús empeñado en dar sentido interior a su mesianismo.

Como siempre, los evangelios se preocupan de subrayar que los discípulos no se ha enterado de gran cosa, y siguen pensando en quién es el mayor y en sillones ministeriales a la derecha y la izquierda del Rey.

No podemos caer en la misma tentación, sino atender al mensaje de Jesús. Y para eso están ahí las dos primeras lecturas de la Eucaristía, que nos darán un contexto estupendo en el que enmarcar toda la celebración.

En contraposición con estas lecturas, los dos salmos que se ofrecen para acompañar la procesión (23 y 46) parecen incitar más bien a una celebración triunfal, exterior. Deberemos cuidar de que nuestras aclamaciones a Cristo Señor no hagan olvidar que, al decidirse a entrar en Jerusalén, Jesús está subiendo a la cruz, precisamente por el rechazo de los jefes, el olvido del pueblo y la cobardía de los discípulos. Serían perfectamente aplicables a esta celebración las consideraciones que solemos hacer al celebrar la fiesta de Cristo Rey.

LA LECTURA DE LA PASIÓN

Los relatos de la Pasión, que son sin duda desarrollo de las más antiguas tradiciones orales y escritas sobre Jesús, constituyen el núcleo del Kerygma primitivo, y una de las pruebas más importantes de dos aspectos básicos de nuestra fe en Jesús:

· Son un argumento irrefutable de la historicidad básica de los evangelios. La dificultad que suponía para las primeras comunidades predicar la fe en el ajusticiado muestra bien que no inventan sus relatos a su conveniencia, sino que repiten el mensaje recibido por muy molesto que éste sea. Ejemplos evidentes de esto son por ejemplo la unanimidad de los textos en no ocultar (al revés, en insistir en) las negaciones de Pedro y la desbandada de los Once, más el mismo hecho de los sufrimientos, Getsemaní etc.

· El anuncio de Jesús no tiene ningún matiz mítico. Jesús no es un mito sagrado que se viste luego con narraciones realistas para consumo popular. Ésta es precisamente la vía errada de los Apócrifos, y la razón de su rechazo por las comunidades. Si en otros momentos de los evangelios los aspectos simbólicos o las citas de los profetas hacen casi irreconocible la historia, aquí el mensaje es la historia, lo que pasó, y los añadidos interpretativos o simbólicos son pocos y sirven para señalar el valor y sentido de la historia, de lo que vieron los ojos.

Este año leemos la Pasión según Lucas. Y resulta interesante mostrar las peculiaridades de este evangelista en el relato de la Pasión del Señor.

Lucas es el único que menciona:

Ø La disputa de los discípulos por quién es el mayor, en la Cena (en paralelo con el lavatorio de los pies, de Juan).

Ø la frase “haced esto en recuerdo mío”, en la Cena.

Ø la aparición del ángel confortador en Getsemaní.

Ø la calificación de “agonía” y el sudor de sangre en Getsemaní.

Ø Jesús mira a Pedro cuando ya éste le ha negado.

Ø la presencia de Jesús ante Herodes. Como en Marcos y Mateo, Jesús está mudo durante todo el “interrogatorio civil”, pero esto se señala más en Lucas por silencio ante Herodes.

Ø las hijas de Jerusalén en la Vía Dolorosa.

Ø la primera palabra de Jesús: “Padre, perdónales…”

Ø el perdón del buen ladrón.

Ø no cita el “¿por qué me has abandonado?”

Ø la última palabra de Jesús: “Padre, en tus manos …”

Ø señala la hora de la muerte de Jesús.

Ø indica que las mujeres que están con Jesús son “las que le habían seguido desde Galilea”.

En todo lo demás, su relato es muy semejante al de los otros dos Sinópticos, más especialmente al de Marcos, aunque más de una vez cambia el orden de los acontecimientos. Una vez más, Lucas muestra:

Ø su peculiar “recogida de materiales”, que ya anunciaba en el prólogo a su evangelio.

Ø su peculiar elaboración de los relatos, conforme a criterios literarios y a las necesidades de sus comunidades.

La lectura de la Pasión suele producir fuerte impacto en los fieles, especialmente si se dramatiza con la recitación alternada. Sería muy interesante que este impacto no se quede en una devoción particular, una conmoción afectiva, que es lógica y santa, pero insuficiente.

Esta lectura, y la que haremos el Viernes Santo, invita a todos los que celebramos hoy la eucaristía a dar un especial sentido a la comunión. Demasiadas veces entendemos el verbo comulgar simplemente como transitivo, y el complemento directo de su acción es el Cuerpo de Cristo. Hay que recuperar el sentido de “comulgar con”. Comulgamos con Cristo; y hoy, más expresamente, con Cristo crucificado, lo que debemos entender ante todo así:

CREEMOS EN UN CRUCIFICADO:

Primer mensaje de la comunidad de seguidores de Jesús. Primer terrible escollo para su propia fe y para la predicación: hay que creer en ése a quien rechazó oficialmente la religión y los poderes fácticos de Israel. Creemos en un marginal que fue rechazado por las autoridades, por la religión… por casi todos. Primer cimiento insustituible de nuestra fe: “Dios estaba con Él”.

COMULGAMOS CON EL CRUCIFICADO

Ø Si “Dios estaba con él, sus valores, sus criterios, su Dios, son fiables, merecen asentimiento. Por eso comulgamos con él, porque reconocemos en él un acceso a Dios.

Ø Comulgamos con sus criterios, con sus valores, con su sentido de la vida, con su entrega total, que se expresa al final de modo tan trágico y explícito, pero que ha sido la norma y sentido de toda su vida. Éste es el sentido profundo del “sacrificio de Cristo”, la entrega de su vida entera a la misión confiada por el Padre, por encima de otras interpretaciones más veterotestamentarias, juridicistas o vicarias.

Ø Comulgamos, como él, con los crucificados del mundo. Ninguna comunión personal, individual, con Cristo crucificado es sana si excluye la comunión con los que sufren.

Sería importante que la lectura de la Pasión en el contexto de la Eucaristía lleve a los fieles, más allá del sentimiento, hacia la conversión: en su modo de vivir y en su compromiso con otros.

JESÚS Y EL ÉXITO

En un día en que vamos a celebrar procesiones triunfales, con palmas y cánticos, con los sacerdotes revestidos de preciosos ornamentos de rojo y oro, con los niños sonrientes y felices con sus ramitos, con los eclesiásticos repartiendo sonrisas a los fieles, con mucho ambiente de triunfo, conviene recordar cómo se situó Jesús ante eso que nosotros llamamos triunfo.

Un triunfo es lo que esperaban los que le seguían desde el lago, desde el Jordán. Les dejó tan fascinados que lo dejaron todo y le siguieron porque estaban convencidos de que era el Mesías esperado, el Ungido del Señor. Lo esperaban todo de él. Pero esperaban mal.

Esperaban un nuevo David, el rey por excelencia, el Ungido por excelencia, el conquistador, el unificador, el que tenía que devolver a Israel la Soberanía, la paz, la preeminencia sobre las naciones, la paz, la abundancia. El que haría que todas las naciones vinieran a adorar a Dios en su (¿de Él o de ellos?) Santo Templo de Jerusalén. El Mesías, luz de las Naciones y gloria de tu pueblo Israel. T los discípulos son, naturalmente, como todos. Todo Israel –los que esperan al Mesías– esperan así.

Durante toda su vida pública, Jesús se esfuerza lo indecible para alejarse de esa imagen. Oculta sus milagros, que le están dando fama de legendario curador todopoderoso, evita la propaganda, huye de los que le quieren hacer rey, anuncia reiteradamente que su final es la muerte en cruz rechazado por los jefes. Nadie le cree. Los discípulos, que le siguen más que nadie, los que menos.

La subida a Jerusalén es penosa: Jesús predicando constantemente en contra del mesianismo acostumbrado; la gente imperturbable, los discípulos cada vez más lejos del pensamiento del Maestro, hasta pidiendo sillones ministeriales. Hasta podemos adivinar un conato de triunfalismo davídico en la organización por los discípulos de la entrada en Jerusalén, estropeada por Jesús al dirigirse al Templo y armar el mayor escándalo de su vida. Jesús se ha pasado la vida entera desmontando la idea de triunfo que impera en el pueblo y en sus amigos.

Pero no bastará: para romper definitivamente esa idea será necesaria la cruz: entonces se romperá en mil pedazos la fe de los discípulos: han podido con él, lo han matado… luego Dios no estaba con él. Nosotros esperábamos que éste sería el Libertador de Israel, pero lo han rechazado lo jefes del pueblo, lo han eliminado… Nosotros esperábamos pero… ya no esperamos.

Fue necesaria la muerte en cruz para que los discípulos perdieran la fe vieja. Y ahí nació la fe. Todos los relatos de la resurrección insisten en lo mismo: re-conocerle, re-leer la Escritura.

Re-conocerle, volver a conocerle, conocerle de nuevo. Antes no le conocían, sólo se imaginaban quién era basados en una falsa lectura de la Escritura. Jesús resucitado les enseña a leer las Escrituras, y entonces empiezan a conocerle, empiezan a descubrir que la salvación de Dios no viene del triunfo político, de la aclamación social, de la imposición desde arriba, de la religión desde fuera. La resurrección es ante todo una terrible conversión/inversión de criterios. Y la esencia de esa conversión es: es el crucificado el que nos merece fe, no el Rey David poderoso y triunfante.

El éxito de Jesús consiste en que es capaz de ir hasta el final, de ser consecuente hasta el final, de no echarse atrás, en no ceder a ninguna tentación mesiánica. El éxito de Jesús consiste en no querer triunfar como lo esperan todos.

Importante para nosotros la iglesia hoy, que seguimos queriendo triunfar por fuera, por poder, por prestigio, por influencia social, por espectáculo. Importante para cada uno de nosotros la iglesia. El mesianismo davídico fue una grave tentación para Jesús, una grave dificultad para los primeros seguidores, y es hoy una terrible tentación para nosotros la iglesia y más aún para los que la gobiernan.

+ José Enrique Galarreta, S.J.

 

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