Abril 25, 2024

La misión de Jesús: hacer creíble la Buena Noticia

 La misión de Jesús: hacer creíble la Buena Noticia

Entre los muchos artículos y comentarios que aparecen en los medios a propósito del escándalo de la pederastia en la Iglesia, he encontrado uno que hacía referencia al problema en Alemania de que “un fuerte porcentaje de fieles están pensando en abandonar la Iglesia”.

Me parece que esta postura es lógica, además de preocupante y desgarradora, y creo que muchos de los que intentamos seguir a Jesús nos la habremos hecho alguna vez. Yo, desde luego, me lo he planteado y he llegado a conclusiones claras. Quizá a alguien le puedan servir y por eso expongo lo que siento.

Yo creo en Jesús, me convence, me gusta, me fascina, creo que “Dios estaba con Él” y creo en Dios como Él cree, en Abbá que es Padre, Palabra y Viento. Cada día descubro más verdad en el evangelio y cada vez mi fe en Él es más decidida.

Yo estoy en la Iglesia porque mis padres me llevaron a bautizar, pero ahora que puedo pensar y valorar, no me gusta nada mucho de lo que veo en la Iglesia. La primera vez que escuché la expresión de Gandhi: “me gusta Cristo pero no me gustan los cristianos”, algo se me rasgó, dolorosamente, en lo más hondo…

Yo sé y todos sabemos que la misión de Jesús fue hacer visible y creíble la Buena Noticia, hacer creíble a Abbá. Yo sé y todos sabemos que esa es nuestra misión: hacer visible el Espíritu, el Viento del Padre, para hacer creíble al Padre. Pero nada es así: ¿quién cree por vernos?

El espectáculo de este colectivo que se llama a sí mismo “La Iglesia de Jesucristo” tiene poco poder de convicción, no es una llamada a la conversión, no muestra a Dios, y, al menos para algunas personas, es más bien causa de rechazo que no de atracción.

Cuando nos ponemos críticos –críticos de todo menos de nosotros mismos- es frecuente que no nos guste la Iglesia, al menos la que aparece: una multinacional clerical, plagada de leyes y ritos, que mantiene ávidamente una situación de poder –aunque la esté perdiendo por momentos–, que maneja enormes cantidades de dinero, cuyos jefes reclaman una autoridad absoluta de origen divino y mantienen un rígido conjunto de dogmas poco comprensibles y preceptos que parecen anticuados, dando impresión de ser reliquia de un pasado superado en todos los demás órdenes de la vida…

La imagen es poco atrayente y la pregunta se ofrece espontánea-mente: ¿hay que creer en eso? ¿Dios está ahí? ¿qué tiene que ver con Jesús todo ese montaje?

Pero si somos más sinceros y reales, nos miramos a nosotros mismos y enrojecemos. Nosotros la iglesia –y me refiero ante todo a mi iglesia, la que veo y tengo cerca, la iglesia de mi ciudad, la de mis padres, la de mis amigos, ésa de la que formo parte– somos un colectivo burgués que hemos encontrado el secreto para hacer pasar al camello por el ojo de la aguja, adjetivamente interesados en los problemas del mundo, adoradores por encima de todo de nuestro status socio-económico, bastante tranquilizados por nuestra pertenencia al pueblo elegido, más preocupados por la ortodoxia que por el hambre del mundo, más inclinados al culto pomposo que a la eucaristía comprometedora, pertenecientes sobre todo a las clases burguesas medias y altas, porque las clases “inferiores” hace años, va para siglos, que se hartaron y se fueron de “la Iglesia”.

Para colmo, esto parece un comercio en rebajas por cierre inminente. Se siente en muchos sectores de la Iglesia una impresión de decepción general, un sentimiento de “esto se acaba”, como si la Iglesia fuera algo del pasado irremediablemente abocado a la desaparición.

+José Ruiz de Galarreta, S.J.

 

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