Las andanzas del Opus en España
Eran los años ochenta. En la 32ª asamblea de obispos españoles, el legendario cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, informó a los obispos que el Opus Dei pretendía convertirse en una prelatura personal y tener su propio obispo.
El Opus Dei siguió llenando las páginas de periódicos y revistas. Parecía ser una obra impresionante: poderosa, rica, conservadora, anticomunista, encaramada en posiciones fundamentalistas, ocultista, una Iglesia paralela y, en algunos aspectos, impenetrable. Y, sin embargo, gran parte de la jerarquía en ese momento prodigó elogios a su trabajo.
Las acusaciones contra el Opus Dei eran graves. En il Pueblo , el bien informado Pedro Lamet, las resumía así: Sobre el reclutamiento de candidatos; elitismo, poca o nula colaboración con la jerarquía y no participación en las actividades de las diócesis, con un apostolado dirigido casi exclusivamente dentro de la propia organización, ambigüedad en las actividades civiles y comerciales, la concepción de la sexualidad y la moral familiar, la preferencia por el ejercicio de prácticas piadosas sin una auténtica y sólida espiritualidad, el juridicalismo y la falta de investigación teológica, la desvinculación por la justicia en los países del Tercer Mundo, el clericalismo y el conservadurismo.
Testimonio de un conocido abogado madrileño, miembro del Opus Dei durante muchos años, protegido del fundador. Estas son las palabras de su confesión: “Yo definiría al Opus así: Una sociedad solipsista, cerrada en sí misma, independiente del resto de la Iglesia. La formación en los colegios se basaba en la disciplina, en la obediencia absoluta y ciega, en el conservadurismo moral, en la piedad tradicionalista. Los votos de pobreza, castidad y obediencia se hacían desde los quince años. Sexo totalmente tabú, rigorismo absoluto. El anticomunismo es una obsesión. Un asociado no podía leer a Marx sin permiso. No se podían leer revistas excepto las impuestas por los superiores. El Opus había obtenido su Universidad, en Navarra, con una especie de golpe de Estado en tiempos del Papa Juan, sin el conocimiento de los obispos”.
Como Instituto Secular, el Opus obtuvo tres rescriptos de la Congregación de Religiosos, lo que garantizaba además la confidencialidad a la que estaban obligados todos los miembros, incluidos los obispos que no pertenecían al Opus, que estaban obligados a guardar secreto sobre el conocimiento relacionado con el ‘Instituto’. Incluso el Opus no estaba obligado a presentar a los obispos el texto completo de sus Constituciones, sino solo un resumen. No se publicaron las Constituciones ni el reglamento ni el ordenamiento ni el ceremonial. Estaba prohibido revelar el número de miembros; se permitía el silencio sobre la condición familiar de origen y se prohibía traducir del latín las instrucciones internas del Instituto. Se decía que ni siquiera todos los numerarios (a los que estaban reservadas las tareas directivas) conocían las Constituciones.
La prensa española mostró de inmediato su oposición al proyecto ‘Prelatura’. El conocido escritor y poeta Martín Descalzo escribió en La Hoja del Lunes : «Es perjudicial para la comunidad cristiana. Es un daño aún mayor para los propios miembros. Es peligroso encerrarse en un gueto“.
Francesco Strazzari / Profesor de Relaciones Internacionales en la Scuola Superiore Sant’Anna
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