La estratégica batalla del Mar Rojo
La batalla que se observa hoy en el Mar Rojo es una contienda geoestratégica de gran importancia. La política de disuasión estadounidense ha colapsado en el mar Rojo y esto implica un cambio en el equilibrio de poder.
En primer lugar, por su impacto en la navegación marítima y el transporte internacional. Por el estrecho de Bab El-Mandeb navegan unos cincuenta barcos diarios, con cinco millones de barriles de petróleo y 700.000 millones en bienes, la mayoría con destino a los mercados europeos. Más de 20.000 barcos al año cruzan un paso que acorta en un 58% la distancia entre Bombay y Génova.
Pero esta contienda esconde otra más virulenta, la de las rutas comerciales terrestres y marítimas que China y Estados Unidos se disputan de manera sigilosa. Desde hace diez años, las crónicas no paran de hablarnos de la Nueva Ruta de la Seda China de la Ruta de las Especias y de la construcción de un cinturón económico marítimo desde Europa a Asia Oriental. El proyecto chino ya ha invertido miles de millones dólares en la renovación de puertos y ferrocarriles, y ha creado 56 nuevas zonas comerciales en una veintena de países. El ejemplo más revelador es que el volumen de negocio entre Pekín y Riad ha alcanzado los 116.000 millones de dólares.
Frente a estos gigantescos proyectos, EEUU anunció su contraproyecto en la cumbre del G20 celebrada el pasado julio en Delhi: la creación del “pasaje económico entre India y Europa” junto a Arabia Saudí, los Emiratos e Israel. Se trata de una especie de asociación político-comercial en la región cuya realización requiere la normalización de relaciones entre Tel Aviv y Riad. A esto habría que sumar el megaproyecto del Canal Ben Gurion, expuesto por Netanyahu a Biden en la última cumbre de Sharm El-Sheikh, y cuya construcción queda a expensas del resultado de la destructiva guerra que Israel inició contra Gaza.
La ofensiva hutí no sólo ha trastornado los planes estadounidenses en la zona, sino que les ha planteado un nuevo dilema sobre la forma más adecuada de proteger una ruta marítima que para Occidente es vital. El New York Times revelaba hace unos días los debates desatados en el seno del ejército estadounidense sobre la necesidad de reorganizar la fuerza de disuasión tras el revés que están sufriendo en Yemen. Tienen serias dudas de seguir militarizando el mar Rojo porque corren el riesgo de lograr el efecto contrario. En mi opinión, se ha producido el colapso de la política de disuasión estadounidense y esto implica un cambio en el equilibrio de poder entre Washington y sus aliados pero también con sus competidores BRICS.
El paso estratégico del Canal de Suez no es el tema principal de la guerra. Ciertamente está experimentando algunas perturbaciones debido a la batalla desatada en el mar Rojo, pero desde el año 73 está sujeto a varias convenciones internacionales respetadas por Egipto porque proporciona unos ingresos vitales a su maltrecha economía.
El verdadero peligro para los egipcios es que se materialice el proyecto del Canal Ben Gurion, un antiguo sueño de Israel para conectar el mar Mediterráneo con Akaba, al sur de la Franja de Gaza, en el mar Rojo, con el doble de capacidad de tráfico que el de Suez y que iría acompañado de la construcción de decenas de pequeñas ciudades turísticas. Pero para ejecutar ese proyecto, Israel necesita vaciar Gaza de habitantes y empujarlos hacia el Sinaí.
Obviamente, Egipto se opone con vehemencia al proyecto porque significaría perder el monopolio del transporte marítimo que hoy ostenta, así como su condición de puente turístico hacia Arabia Saudí y a su gigantesca ciudad futurista Neom, la urbe de 26.000 kilómetros cuadrados que Mohammad Ben Salman quiere levantar a orillas del mar Rojo. Para construirla necesita normalizar las relaciones diplomáticas con Tel Aviv, adhiriéndose a los Acuerdos de Abraham que los graves acontecimientos en Gaza probablemente han retrasado.
Leila Ghanem / Antropóloga – Beirut