Octubre 10, 2024

La gran mentira de que todos son iguales

 La gran mentira de que todos son iguales

La sorpresa y el asombro, el estupor y la perplejidad, en esta semana se han
apoderado de la mayoría de las personas, porque no entra en nuestra mente ni
calza con nuestra experiencia eso de que un bombero haya iniciado uno de los
más trágicos incendios de nuestra historia. Tampoco calza eso de un funcionario
de la Conaf promoviendo los incendios forestales para ganar más horas extras.

De la misma manera, nos deja perplejos eso de unos carabineros extorsionando a
comerciantes al más puro estilo gangsteril, ofreciendo “protección” y recibiendo
coimas. Tampoco calza que un ex director de la policía civil esté juzgado por
malversación de fondos públicos y otro investigado por violación de secretos de
investigación. No nos calza eso del abogado del “caso audios” diciéndole a sus
cómplices que lo que está haciendo es un delito, y siga adelante con sus pillerías;
nos escandaliza lo de algunos ministros religiosos, sacerdotes o pastores,
cometiendo abusos sexuales, o los fraudes de algunos uniformados que juraron
defender a la patria y se apoderan de dineros fiscales.

Suma y sigue…, porque tampoco nos calza que algunos de los más ricos
empresarios del país hayan sido sorprendidos en un pentafraude al fisco, y tan
increíble como eso es que fueran condenados sólo a asistir a unas clases de ética,
y así tantos fraudes más. Tampoco nos calza que unos políticos, en lugar de
buscar el bien común, se apropien torcidamente de fondos públicos,
especialmente destinados a las personas más vulnerables, y lo hagan para su
beneficio personal o de sus grupos políticos. En fin, la lista sería muy larga y es
transversal a todos los grupos de la sociedad, actividades profesionales,
instituciones y colores políticos.

Para algunos, la conclusión que se impone es simple: no se puede confiar en
nadie, porque “todos son iguales”. Así, con esa injusta generalización descalifican
a todos y se quedan contemplando el espectáculo.

Por cierto, todos somos iguales en dignidad y en derechos, pero no somos todos
iguales en vivir según esa dignidad y sus derechos, y honrando los deberes
correlativos. Así que, ¡no, todos no son iguales!

No, no son todos los bomberos los que inician trágicos incendios, y bien sabemos
cuánto les debemos a los generosos bomberos voluntarios. No todos los
carabineros son unos extorsionadores gangsteriles, y bien sabemos cuánto les
debemos y cuánto necesitamos a los esforzados carabineros. No todos los
abogados ni todos los contadores se dedican a las pillerías y trampas, ni todos los
detectives son unos coimeros; no todos los comerciantes son unos ladrones, ni
todos los periodistas son unos chamulleros. No todos los sacerdotes o pastores
son unos abusadores sexuales, ni todos los médicos son unos abusadores
económicos o sexuales de sus pacientes. Tampoco todos los políticos son unos
sinvergüenzas, ni todos los empleados públicos son flojos o coimeros. Y
podríamos seguir…

¡Qué injustas son esas descalificaciones generalizadas y, lamentablemente, con
cuánta frecuencia se escuchan! Aunque es cierto que, en cada grupo, actividad
profesional, institución o sector político hay personas que distorsionan el sentido
de lo que deben ser, de lo que dicen, piensan o hacen. Pero, la sabiduría popular
es certera cuando afirma en el conocido refrán que “una golondrina no hace
verano”, y en el otro menos conocido que dice “ni un dedo hace una mano, ni una
sola virtud hace a un bienaventurado”.

Estas injustas descalificaciones generalizadas que pretenden poner una lápida
sobre otros, lo que hacen es poner en evidencia la pereza mental de quienes las
dicen, pues se muestran incapaces de distinguir entre una situación y otras, entre
una persona y otras, entre una grave falta y muchas virtudes.

Además, esas descalificaciones generalizadas también son un signo de la ceguera
espiritual de quienes las dicen, pues al hacerlo se muestran incapaces del más
mínimo discernimiento acerca de las personas, los acontecimientos y las
circunstancias, terminando simplemente -como dice el Señor Jesús- en “ver la
paja en el ojo ajeno, sin ver la viga que tienen en el propio ojo”.

Aunque, ciertamente, a todos nos inquietan, nos irritan o nos duelen las
situaciones en que algunas personas distorsionan lo que son y lo que hacen,
todos necesitamos aprender y volver a aprender, en cada situación, a distinguir
entre el árbol que se cae con gran estrépito y el bosque que crece
silenciosamente, sin hacer ruido y que está lleno de vida.

Marcos Buvinic – Punta Arenas

La Prensa Austral – Reflexión y Liberación

Editor