Diciembre 12, 2024

Encontrar a los últimos

 Encontrar a los últimos

Pronto se cumplirán doce años de la muerte de Carlo María Martini, Cardenal de Milán, conocido por sus publicaciones y por su presencia en momentos importantes de la historia eclesial y cultural reciente. Que bajaba la vista ante al aplauso pero, contrariamente a lo que apuntó con ironía un clásico, al que ‘no le venía grande la grandeza‘.

Al fin, sólo una confianza serena

“He deseado encontrar idealmente a todos, pero sobre todo a los últimos“. Y “a todos, creyentes y no, querría repetir que la fuente de mi pensar y de mi actuar ha querido ser siempre la Palabra de Dios”. Así resumía en pocas frases su larga dedicación pastoral.

Marcado por la enfermedad, ya emérito, en su añorada Jerusalén o en la residencia de jesuitas mayores de Gallarate, el último Martini siguió recibiendo y prestando atención a quienes le buscaban. Prosiguió en su empeño, sabio y paciente, de volver sobre las preguntas siempre por responder, las que percibía latiendo en muchos de sus contemporáneos -creyentes o no- y que tenían también un eco en su interior. En una entrevista que se hizo famosa, “Conversaciones nocturnas en Jerusalén”, dejó sentir con sinceridad lo no logrado de sus sueños sobre la Iglesia, al tiempo que animaba a confiar enla esperanza que no defrauda”. En alguna ocasión, repitió también que “hay brasas en la Iglesia aunque las cenizas las recubran”.

Al cabo de un decenio, su enfermedad le redujo a una habitación-enfermería donde, ciertamente, pudo experimentar que “la caridad es paciente y es servicial”. Y conmueve encontrar en las últimas imágenes que aquella figura distinguida, de una estatura notable, se dobla y aparece en sus manos el temblor propio del Parkinson que padecía. Impresiona también advertir en las grabaciones, cada vez más cerca del silencio, aquella voz que había querido ser un eco discreto de la Palabra.

En sus meditaciones sobre la vida eterna había escrito:

“Es hermoso pensar que puedo redimir la angustia del tiempo, la historia de mi cuerpo, con actos de entrega, que tienen un valor definitivo depositado en la plenitud del cuerpo resucitado de Cristo. Es hermoso pensar que cada palabra que digo en la oración es un ladrillo enviado a la eternidad para construir la morada que no tiene fin”.

Y en los últimos años habló con franqueza desarmada de su espera de un final que dejaría de serlo y se cambiaría en “asombro ante la mañana eterna” por la confianza en la “Palabra de vida”:

“Estoy en lista de espera o de llamada… y me he convencido de que sin la muerte no haríamos un acto de confianza total en Dios. En la vida tenemos siempre ‘salidas de emergencia’, lugares a dónde ‘huir’. Pero en la muerte tenemos que entregarnos de modo total, como el agua se precipita en la cascada, se lanza, y solo así puede revelar toda su frescura y riqueza. Este es el misterio ante el que me encuentro y no puedo decir que sé mucho de él”.

Una confianza que, reconoció también, no le era fácil en todos los momentos, pero que le nacía de aceptar que “hay una revelación de Dios que se manifiesta en la pobreza, en la sencillez, en el no aparecer, en no hacerse presente…”.

Felisa Elizondo – Madrid

Editor