Diciembre 14, 2024

Arrupe y el ateísmo que busca a Dios

 Arrupe y el ateísmo que busca a Dios

El P. Pedro Arrupe, revelaba sintéticamente su talante: fe en el hombre, en todo hombre, creyente o no; actitud de diálogo, necesidad de amor, y, como consecuencia, compromiso con la justicia y la paz.

 En 1965 hablando sobre el ateísmo, intervino en el Concilio Vaticano II y comenzó diciendo: “El esquema sobre la Iglesia en el mundo moderno es digno de alabanza por intentar dar soluciones a los problemas actuales, pero temo que tales soluciones y especialmente lo contenido en el número 19 sobre el ateísmo ciertamente contra la intención de los redactores queden todavía excesivamente en el plano intelectual”. Arrupe afirma que “el ateísmo no es un problema exclusiva o primariamente filosófico, sino vital”.

 Pero más importante que sus viajes y contactos es que, desde el primer momento, algo queda claro en la actitud del Padre General: La persona es más importante que la obra. El ser humano está por encima de la institución. En la mano tendida, en la mirada sincera y en la sonrisa de Arrupe, cuyo perfil parecía casi un calco, incluso físico, del propio fundador Ignacio de Loyola, todos advertían por encima de un superior, la cercanía entrañable de un hermano, de un amigo. Y cada jesuita que empezaba a tratarle en cualquier parte del mundo ya podía decir con una extraña certeza interior: “A mí me quiere el P. Arrupe”.

 Después del Concilio Vaticano II dirige una carta a los jesuitas de América Latina, donde tendrá que aplicar el espíritu del Concilio, y dentro de sí llevaba ya el gran tema evangélico, que iba a ser fuente de conflictos en su generalato: la preocupación por la justicia. El P. Arrupe sabía que la insolidaridad y la injusticia eran desafíos urgentes para un hombre de fe abierto al futuro.

 Por eso, el 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, escribe una carta a los jesuitas latinoamericanos con el fin de sacudir sus conciencias y alertarlos ante las exiguas realizaciones en el campo de la justicia social. Entre otras cosas dice: “La Compañía de hecho no está orientada hacia el apostolado a favor de la justicia social; ha estado siempre enfocada, conforme a una estrategia justificada fundamentalmente por condiciones históricas, a ejercer un impacto sobre las clases sociales dirigentes y la formación de sus líderes; y no precisamente sobre los factores de evolución, que hoy fuerzan la transformación social”. La carta es fuerte y exigente. Pedía coraje para tomar decisiones; declaraba que la Compañía está al servicio de todos los hombres, pero con preferencia a los más pobres; pedía que el lenguaje no fuera hiriente, áspero o demagógico; pero, al mismo tiempo, que nadie se maravillara si la verdad no le gustaba a todos. Decir esta verdad iba a traer problemas, pero había que poner la fuerza en Cristo. Para ello, pedía un ejemplo de vida austera y testimonial, recordando “que la justicia social no satisface con limosnas, sino facilitando a todos el desarrollo de su personalidad”.

Era una llamada revolucionaria, que iba a poner en crisis la existencia de muchas actividades, sobre todo de los colegios, y que no iba a ser bien entendida por todos. Pero quizá lo más nuevo y valiente en ese texto era reconocer públicamente que los jesuitas también pecan.

En abril de 1968 se siente cercano al famoso obispo, don Helder Cámara, por su mentalidad tan parecida. Brasil, un país casi del tamaño de Europa, preparaba el terreno a las famosas comunidades de base y a lo que ya comenzaba a llamarse “teología de la liberación“. Allí les dirige una carta a los jesuitas de América Latina, la cual comenzaba a constatar la situación de injusticia que asolaba al continente: “Las poblaciones urbanas y rurales crecen en proceso acelerado. Las poblaciones indígenas se encuentran en una discriminación racial de hecho.”

Temas predilectos de Arrupe como el aggiornamento, el valor de lo humano en sí mismo, la vitalidad e idealismo de la juventud, el ateísmo y la defensa de Teilhard de Chardin, ocuparon muchas de sus respuestas a los representantes de la prensa. Sobre los ateos insistió en su tesis de que muchos buscan la felicidad y dan soluciones a la vida que presuponen la existencia de Dios. “De hecho ellos están buscando a Dios, aunque sin saberlo”.

Delfina Moreno Landeros / Universidad Iberoamericana Torreón

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