Gaza arde ante nuestros ojos

El crimen no solo reside en los círculos de poder, sino también en nuestras conciencias anestesiadas. La indiferencia no es la ausencia de empatía: es su monetización.
Vivimos una época donde el sufrimiento es un espectáculo, y el espectáculo genera ganancias . Gaza arde bajo la mirada de las cámaras de celulares y drones, y las imágenes rebotan en las redes sociales; sin embargo, la inacción domina el panorama geopolítico. Esto no es un error sistémico; es el sistema. La indiferencia de las democracias occidentales no es un vacío moral, sino una opción estructural, una estrategia funcional para la gestión del consenso y la protección de los intereses estratégicos de los países ricos.
En el último siglo, las atrocidades -desde el Holocausto hasta Ruanda, desde Srebrenica hasta Kosovo- han sido el campo de pruebas de un orden internacional incapaz, o reticente, a sacrificar el equilibrio geopolítico en aras de la humanidad. Las herramientas existen, la información existe, y aun así, se prefiere el silencio. No por ignorancia, sino por conveniencia. La indiferencia es moneda política.
El mercado global de la información ya no es una herramienta de denuncia, sino un aparato anestésico. La prensa, que debería ser el guardián de la democracia, participa hoy en la economía de la atención, alimentando una narrativa selectiva donde algunas víctimas son dignas de compasión y otras son simples ‘efectos colaterales‘ . Gaza no es la excepción. Tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, la reacción israelí se convierte en un castigo colectivo a manos de los nietos y bisnietos de las víctimas del nazismo. Una historia escalofriante y las organizaciones internacionales denuncian una vez más crímenes de guerra. Pero las palabras, como las vidas de los civiles, se pierden en el ruido geopolítico.
El principio de la ‘Responsabilidad de Proteger‘ , aprobado por la ONU en 2005 para prevenir la repetición de genocidios , ha perdido todo su valor . No por falta de mecanismos legales, sino por falta de voluntad política. ¿Sanciones selectivas? Sin aplicar. ¿Tribunales internacionales? Deslegitimados. ¿Presión diplomática? Filtrada por intereses energéticos y alianzas militares. Y mientras las cancillerías están paralizadas, los ciudadanos de las democracias liberales —aquellos que se indignan en redes sociales y luego se desmayan durante un aperitivo sabatino o en las soleadas playas del Mediterráneo— participan, inconsciente pero activamente, en este sistema de destitución colectiva.
El crimen no solo se encuentra en los círculos de poder, sino también en nuestras conciencias anestesiadas. La indiferencia no es la ausencia de empatía: es su monetización. Es nuestra incapacidad de ver al otro como parte de nuestro propio destino humano. Primo Levi lo intuyó: sucedió, por lo tanto, puede volver a suceder. Pero hoy, ese ‘puede’ se ha convertido en ‘sucede’. Sucede ahora. Y lo sabemos.
La verdad es simple: la humanidad no ha fracasado. La humanidad ha sido marginada. En nombre de la estabilidad, el gas y el petróleo, las rutas comerciales, por un orden global que premia la fuerza y castiga la vulnerabilidad. Gaza es el nuevo espejo de Occidente: un reflejo distorsionado pero preciso de en qué nos hemos convertido.
No será la Historia la que nos juzgue. Seremos nosotros mismos, cuando comprendamos que la humanidad que estamos perdiendo no es la de los demás, sino la nuestra.
Loretta Napoleoni – Roma