No seamos cómplices del mal / Cardenal Battaglia

Y, ustedes que se hunden en las sillas rojas de los parlamentos y los archivos abandonados: caminen, aunque sea una hora, por los pasillos vacíos de un Hospital bombardeado; huelan el diesel del último generador; escuchen el solitario pitido de un respirador suspendido entre la vida y el silencio, y luego susurren el discurso ‘objetivos estratégicos’.
El Evangelio -para los que creen y para los que no creen- es un espejo inequívoco: refleja lo que es humano, denuncia lo que es inhumano.
-Si un proyecto aplasta a inocentes, es inhumano.
-Si una ley no protege a los débiles, es inhumana.
-Si un beneficio crece en el dolor de los que no tienen voz, es inhumano.
Y si no quieres hacerlo por Dios, al menos hazlo por ese pequeño humano que todavía nos mantiene de pie.
Cuando los cielos están llenos de misiles, mira a los niños contando agujeros en el techo en lugar de estrellas. Mira al soldado de 20 años enviado a morir por un eslogan. Mira a los cirujanos operar en la oscuridad en un Hospital destrozado. El Evangelio no acepta tus explicaciones ‘técnicas’. Raspa cada pintura de patria o interés y nos deja frente a la única realidad: carne herida, vidas rotas.
-No llames a las madres que cavan entre los escombros ‘daño colateral’.
-No llames a los niños que robaste el futuro ‘interferencia estratégica’.
-No llames a los cráteres dejados por drones ‘operaciones especiales’.
Saca el nombre de Dios si te asusta; llámalo conciencia, honestidad, vergüenza. Pero escuchen esto: la guerra es el único negocio en el que invertimos nuestra humanidad para hacer cenizas. Cada bala ya está proporcionada en las hojas de cálculo de aquellos que ganan dinero con la suciedad. La gente muere dos veces: cuando la bomba explota y cuando se traduce su valor útil.
Mientras una bomba valga más que un abrazo, estaremos perdidos. Mientras las armas dicten la agenda, la paz sonará como locura. Así que apaga los cañones. Silencia las reservas que crecen en el dolor. Vuelve a silenciar el amanecer de un día que no manchará las calles de sangre.
Todo lo demás -fronteras, estrategias, banderas infladas por la propaganda- está obligada a desaparecer. Sólo habrá una pregunta: ¿Salvé o maté a la humanidad que me fue confiada?
Que la respuesta no sea otra sirena en la noche.
Convierte los planes de batalla en planes de semilla, discursos de poder en discursos curativos. Siéntate al lado de las madres que hurgan entre los escombros para salvar a un ser humano: descubrirás que la estrategia definitiva es evitar que un niño pierda su infancia. Lleva el olor a piedras quemadas a tus edificios: remoja las alfombras, recuerda a cada paso que nadie se salva solo y que la única ruta segura es traer a cada hombre a casa en una pieza en cuerpo y corazón.
Nosotros, las personas que creemos y oramos, tenemos el deber de no rendirnos. Gestos humildes y testarudos: ‘lo vales la pena’ susurró a los que el mundo desecha. La semilla de mostaza es mínima, pero se convierte en un árbol.
El Evangelio es así: duro como una piedra, tierno como el primer vagabundo. Pide una elección clara: constructores de vida o cómplices del mal. No hay tercera opción.
Domenico Battaglia / Cardenal Arzobispo de Nápoles