Noviembre 3, 2025

El ‘Poder’ un problema contagioso

 El ‘Poder’ un problema contagioso

El servicio que propone Jesús es distinto. No es el de los jerarcas, no es el de reyes ni príncipes, que dominan a las naciones, que controlan la vida de los demás. El poder de Jesús, y el que enseña a los discípulos, es el del servicio.

Es importante recalcar lo siguiente: el clericalismo es un problema persistente, no obstante los esfuerzos y avances en materia teológica y pastoral con respecto al tema. Siguen existiendo expresiones de reflexión y praxis eclesial que tienden al ensalzamiento del clero como un estado de vida más perfecto, desmereciendo el resto de las diversas vocaciones.

El clericalismo que ha existido y resiste en el imaginario y praxis eclesial es una expresión de poder, a través de una imagen de dominio y control que ejerce el sacerdote por su ministerio. A pesar de la mucha benevolencia que pueda tener el consagrado en su “servicio”, hay igualmente dominación malsana y subordinación, derivable en abuso.

El poder dominador, despótico, ha sido la causa de los abusos de todo tipo, vividos en la Iglesia y que en este último tiempo se han desvelado, como dolor que se debe asumir y como esperanza de cambio y conversión. Ninguna teología, exégesis bíblica, pastoral de la excusa “esto siempre ha sido así”, puede permitir este atentado al espíritu mismo de Jesús, que viene a servir y no a ser servido, que no es como los gobernantes de este mundo, que están dispuesto a ejercer el poder de la fuerza, la fama y la posición (eclesial, en este caso), para aplastar sin misericordia (cf. Mt 20, 24-28).

Pero de este mal no se salva el laico y laica. Es común que cuando existen responsabilidades encomendadas a laicos aparecen vicios, antiguos y nuevos, también relacionados con el ejercicio de un poder que antes no se poseía. Esto es fruto de una asimilación de las costumbres perniciosas de un clericalismo que fue una tónica durante mucho tiempo. Las nuevas responsabilidades del laicado se reducen, pues, a decir “los laicos pueden hacer lo que antes hacían los curas”.

“Lo que antes hacían los curas” adquiere profunda amplitud, en lo bueno y común que se puede hacer, como en lo malo, como en el ejercicio despótico del poder. Esto genera luchas en las comunidades, carrerismo, deseos de figuración estéril y en pos de fama, una “espiritualidad de la exposición”, luchas de poder con el párroco, que puede verse como un rival a la hora de las decisiones, “activismo”.

En el fondo, los errores y pecados por el dominio “de lo humano y lo divino” de los presbíteros que vienen del pensamiento y la acción clericalista pasan a ser los errores y pecados de los laicos que poseen responsabilidad (y de todos los laicos, en el fondo). Se produce lo que el filósofo Enrique Dussel llama el “Ethos del Dominador” que «[…] gira en torno a la mistificación, como costumbres o virtudes superiores, de lo que fueron vicios en el tiempo de su opresión»[16]. El laico con responsabilidades ha hecho suyos los vicios de poder de un pasado clerical, porque, insisto, “los laicos pueden hacer lo que antes hacían los curas”, hasta en el dominio del ejercicio de su actividad pastoral. Es un “clericalismo laical”.

El poder corrompe, es pernicioso cuando no se ejerce con profundo sentido ético. Es un hecho, comprobable en la historia, y que más aún afecta en la comunidad de fe, la Iglesia. Papas, obispos, presbíteros y los laicos, recientemente, al disponer de cargos de responsabilidad, de misiones y vocaciones particulares, pueden transformar esas vivencias en camino de ejercicio de poder autoritario, sacando en cara los cargos y las “dignidades”. Y es más penoso, cuando el poder “en cristiano” funciona de una manera distinta a la realidad imperante, llena de competencia y de deseo de ser-mejor-sobre-el-otro.

Luchas de poder, intrigas, chismes, injurias, revestido todo de un mesianismo retorcido que lleva a estar por sobre todo, incluso las normas morales, incluso sobre el Evangelio. Y es patrimonio de lo propiamente humano y frágil, por ende, de nuestra condición. Pero, aunque pueda verse esto con pesimismo, existe la esperanza, el camino de conversión que lleva a superar esto. El Evangelio llama siempre, en cada época con sus particularidades. Nos llama, en este punto específico, a superar las lógicas mundanas de poder.

Poder como servicio abnegado y responsable. Vencer toda forma de abuso de poder.

Todo abuso de poder parte de una visión distorsionada del mismo. En su ejercicio viciado está profundamente enraizado el deseo de dominio, de gloria; un narcisismo alimentado del más profundo egoísmo y anhelo de someter, de colocarse en el primer lugar. Más aún, si es con justificativos basados en la fe y en ciertas posturas de superioridad por el control de determinado aspecto espiritual, o por un carisma que es visto como superior a otros. Es, con base en la reflexión de más arriba, hacer que determinado órgano del cuerpo fuese más importante que el otro, sólo por tener funciones aparentemente más importantes que las otras secciones.

El servicio que propone Jesús es distinto. No es el de los jerarcas, no es el de reyes ni príncipes, que dominan a las naciones, que controlan la vida de los demás. El poder de Jesús, y el que enseña a los discípulos, es el del servicio. Mt 20, 24-28, el texto mencionado más arriba, es claro: Jesús no ha venido a ser servido, a apoderarse del cargo, a ser el centro de atención por la misión que le ha encomendado el Padre; el no ha venido a ser servido, sino a servir. Su naturaleza humana y la divina se hacen puro servicio, entrega total. Es el verdadero ser humano, porque se da a los demás, es el Dios vivo y verdadero porque se da por todos, seres humanos y el universo entero. Si está en medio, es para servir, para dar-se a favor de toda la humanidad, especialmente por los últimos: ‘Yo estoy en medio de ustedes, como el que sirve’ (Lc 22, 27). El “poder” cristiano es el servicio.

En este sentido, sería importante dar a conocer ciertos elementos que pueden ayudar al ejercicio del poder de manera cristiana, en escucha y vista de los signos que la realidad social propone, puesto que el problema del abuso del poder y las soluciones adecuadas son un asunto que atraviesa toda realidad humana.

1. Es necesaria siempre la restricción al ejercicio del poder. Esto es iluminado en la experiencia cotidiana: jefes, gobernantes, en toda forma de ejercer el poder, están bajo límites que, al sobrepasarse, generan abuso. Esto alude a cualquier forma de poder, más aún en la religiosa: del poder espiritual «se puede abusar tan fácilmente como de cualquier otro poder, de manera que hay que asumir la necesidad de restricciones al poder dentro de la Iglesia»[19]. Desde los obispos hasta los asesores pastorales, laicos y clérigos, deben aceptar en nombre de la autenticidad cristiana este valor del límite.

2. Es importante la superación de las tensiones propias de toda relación humana, sobre todo cuando existen formas de ejercicio de la autoridad. Esto va, por ejemplo, a los clásicos conflictos entre servicios y pastorales de una comunidad cristiana, producto de una visión problemática del servicio, que debe ser iluminado con el Evangelio.

3. Es también de importancia una forma adecuada de liderazgo de quienes tienen autoridad, basado en el principio del crecimiento humano; es decir, en la promoción de todo ser humano, que impide el abuso, la hiperactividad, o cualquier vicio que abarque un crecimiento tumoral.

4. Y lo más importante, volviendo al mensaje del Nazareno: que el poder es para el servicio, no para ejercer un poder absoluto y despótico. El servir es estar a total disposición de la comunidad, sea cual sea y sea quien sea el que asuma las responsabilidades del liderazgo.

Pero el vencer el abuso de poder, el buscar el primer puesto y, desde allí, ejercer el dominio a la manera de los poderosos, sólo puede ser llevado acabo cuando existe el amor. El servicio parte del amor, el amor no abstracto y lleno de filosofía y palabras retocadas, sino como vivencia radical, que determina al ser humano como tal, lo que lo define como persona. Es el amor como meta-física en el ser-se, en la relación. Por ende, abusar del poder, aduciendo los argumentos que sean, por muy “cristiano” que se dibujen en el discurso (la “grandeza superior del sacerdocio”, la “vocación trabajadora” del líder pastoral…), impiden el ejercicio del amor: impiden el ser personas.

El amor, el ser persona y la relación con los demás, con los miembros de la comunidad de la cual formamos parte, se relacionan profundamente. Las palabras de Pedro Trigo si ayudan a relacionar estos conceptos y experiencias: «El amor no es tal si no existe relación, entre los “nosotros”. [El] sujeto es persona cuando se realiza como hijo de Dios y como hermano de los demás, sobre todo de los necesitados, y se define por esas dos relaciones».

No son relaciones para el beneficio de uno mismo, para la consecución de otros objetivos de manera plena. La relacionalidad, fruto y base del amor, vivida en la cotidianeidad comunitaria, son el objetivo en sí, y lo que nos hace más plenamente humanos.

Este amor relacional es también base para el “amarse a uno mismo”. Amar al prójimo como a sí mismo (cf. Mt 22, 39) no es un orden de factores, en que primero me amo yo y después a los demás. Contra todo “amor propio”, entendido de manera egoísta y narcisista, ambos niveles del amor están relacionados radicalmente, «porque lo que amamos en nuestro amor a uno mismo es la personalidad adecuada para ser amada. Lo que amamos es el estado, o la esperanza, de ser amados. De ser objetos dignos de amor, de ser reconocidos como tales, y que él nos dé la prueba de ese reconocimiento. […] Para sentir amor por uno mismo necesitamos ser amados».

Es este amor la base para eliminar todo autoritarismo, y para mover los hilos de tantos defectos y sombras que hoy la Iglesia posee, dentro de su condición propia de humanidad necesitada de purificación (LG 9). Es el amor lo único que nos da sentido, es la suma de todos los amores de la vida personal y comunitaria[24]. Es el motor del servicio, que mueve nuestro amor y nos conduce al Amor y nos dejamos convertir y hundirnos en la ternura materna del Padre. Si Dios es Amor (cf. 1Jn 4, 8), es, en su intimidad y relación amorosa de personas que actúan y siguen actuando en la Historia, Servicio. Dios es servicio, y es libertad para quienes tienen especialmente responsabilidades que involucren poder, el poder de servir, y que es servir, lejos de justificativos jerarquizantes propios de sociedades y modelos ya superados.

Hay que vencer toda disputa de poder, toda expresión “clericalista”, todo vicio pasado y todo contagio presente, con el amor empeñado en el servicio a los demás:

«Este espíritu de servicio por amor a Cristo no es una esclavitud que entristezca. Implica una inversión en la escala corriente de valores, según el cual el poder y el prestigio son las realidades más apreciadas; es una nueva actitud liberadora que responde al anhelo más hondo del hombre».

Como dijera el Papa Francisco, en la sencillez que le caracterizaba, sencillez de su servicio como obispo de la Iglesia de Roma y Papa, ‘servir es el estilo con el cual vivir la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús‘. A servir con la humildad de Jesús, es el llamado y el verdadero camino para acabar el abuso de poder, el autoritarismo clericalista y otros tantos pecados de la Iglesia.

Luciano Troncoso

Bachiller Canónico en Teología por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

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