Octubre 8, 2025

Carta al Papa León: ¿Qué haría Jesús hoy?

 Carta al Papa León: ¿Qué haría Jesús hoy?

Querido Papa León:

Le escribo de nuevo hoy, conmovida por el grito insoportable que se alza desde Gaza. Un amigo mío, profundamente comprometido con el Evangelio, me pidió que le enviara esta carta. El peso de esta tragedia es abrumador y clama al cielo. Fue como un empujoncito del Espíritu.

Te escribí una carta cuando fuiestes elegido Papa. En aquel momento, hablé con el corazón sobre la urgente necesidad de restaurar a las mujeres el lugar que les corresponde en la Iglesia, un lugar que se nos ha negado desde los inicios del cristianismo. Hoy, con ese mismo amor por la Iglesia, te escribo para pedir una respuesta audaz, radical y profundamente evangélica.

Cada hora en Gaza, niños y adultos mueren, muchos más de hambre que por las armas. Miles de camiones esperan, llenos de comida y agua potable. Solo piden entrar y entregar lo que podría significar la vida para cientos de miles de personas inocentes y desnutridas. Pero no se les permite entrar.

Como dijo un médico, ya no se trata solo de hambre. Se trata del impacto a largo plazo en la salud física y mental de toda una generación. Son cuerpos y mentes que, incluso si sobreviven, nunca se recuperarán por completo del trauma.

Y ahora, por si fuera poco, nuestros hermanos y hermanas están siendo asesinados mientras hacen fila para recibir comida. ¿Puede haber algo más cruel?

No se trata solo de bloquear la ayuda. La poca comida que queda se ha convertido en una trampa mortal: la gente arriesga la vida de sus hijos solo para comer. Esa trampa fue diseñada para matar más rápido y a mayor escala.

La misma hambre acecha a los pocos médicos que aún resisten y a quienes acuden a ayudar. Los periodistas también la padecen, aquellos que, con mayor profética y fidelidad que nuestras iglesias, nos han estado contando lo que realmente está sucediendo. Lo hacen con gran riesgo personal porque se niegan a guardar silencio.

Así que te pregunto, querido Papa León: ¿Qué haría Jesús hoy? Jesús, el judío palestino, haría cola para el hambre. Estoy segura. ¿Dónde deberíamos situarnos, como sus seguidores?

Ya sabes la respuesta. Jesús nos la dio en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37). Fue el samaritano quien se detuvo, atendió al hombre herido en el camino, lo puso a salvo y pagó su atención de su propio bolsillo.

Nuestros hermanos y hermanas en Gaza son el cuerpo de Cristo, Su Santidad. Son el cuerpo destrozado que yace a la orilla del camino, aquel que sacerdotes y clérigos ya no deberían pasar por alto. No cuando hay tanto en juego. No cuando la vida de todo un pueblo pende de un hilo.

Por eso me atrevo a pedirles a ustedes -y a los demás cardenales, vestidos de rojo- que formen parte de la fila del hambre en Gaza. Para proteger, con el poder de su presencia visible y la valentía de sus vidas, a quienes han sido olvidados. Este es un pueblo que algunos intentan borrar del mapa, igual que otros lo han intentado a lo largo de la historia.

Por favor, no permitamos que se conviertan en víctimas de egos que dividirán nuestra historia en un ‘antes’ y un ‘después‘.

¿Podrían ustedes -aquellos que visten el rojo del martirio- ponerse de pie visiblemente, físicamente, en nombre de todos nosotros que no podemos ir?

Hermano León, un gesto profético contundente -como el de la Iglesia haciéndose visible y vulnerable en Gaza- podría atraer a muchos de vuelta a la comunidad cristiana. Conmovería las conciencias. Restauraría la fe en quienes están llamados a dar la vida por amor al prójimo.

Restauraría la esperanza en la Iglesia de Jesús para mí y para millones de otras personas. Los sermones, las declaraciones y las protestas ya no bastan. Ha llegado la hora de actuar radicalmente.

Recuerdo cómo la huelga de hambre de Gandhi contribuyó a la independencia de la India. Fue un acto de desobediencia civil no violento: simple, pero profundamente transformador.

Estoy rodeada, hermano León, de personas que ayunan, protestan, escriben y rezan. Lo hacemos con la esperanza de detener lo que solo puede llamarse genocidio.

Precisamente esta tarde, en la isla de Mallorca, España, en cada ciudad, pueblo, puerto y aldea, la gente saldrá a las calles de 8 a 10 p.m. en una muestra masiva de duelo y de urgente esperanza de un alto el fuego.

Ayer, oré con un video del Reino Unido, en el que un pueblo entero se turna, durante la noche y sin interrupción, para leer los nombres de los niños asesinados de Gaza. Nombre tras nombre, entre lágrimas y con la garganta apretada, leen. Lloran por una generación entera que ha sido exterminada.

Los niños del futuro de Gaza ya no están aquí. Han sido aniquilados. Sus madres, si sobreviven, permanecen al pie de una cruz, criadas por el odio, observando cómo el hambre, la sed y el abandono siguen crucificando a nuestros hermanos y hermanas.

Me desgarra escuchar sus llantos a Alá. Lo que podría ser un canto de alabanza se ha convertido, durante demasiado tiempo, en un lamento. Un sonido de dolor, sofocado por la debilidad, el hambre y la impotencia absoluta.

Esa tierra, que algunos quieren destruir y convertir en un balneario en las orillas por donde caminaron Jesús y María Magdalena, es tierra santa. Es el lugar donde tantos sintieron por primera vez el llamado a seguirlo.

¿Podemos realmente decir que no hay nada más que podamos hacer por Gaza, hermano León?

Quizás no podamos ir nosotros mismos. Pero sí puedes ir en nombre de toda la Iglesia. Ese gesto sería el Evangelio en acción.

En este momento, la supervivencia de nuestros hermanos y hermanas -y su esperanza- depende de una acción radical de nuestra parte.

Gracias de nuevo por abrazar su ministerio. Estos son tiempos decisivos. Y exigen toda la valentía y el amor que el Evangelio ofrece.

Atentamente, 

Hna. Magda Bennásar

Editor