Papa a los sacerdotes, a los religiosos y a las monjas de Milán…
«Debemos temer una fe sin desafíos, una fe que se considere completa, todo hecho… Esta fe no sirve. Los desafíos nos ayudan a que nuestra fe no se vuelva ideológica».
El Duomo de Milán está lleno de sacerdotes, monjas y religiosos. Hay muchos sacerdotes enfermos, en sillas de ruedas. Entre ellos también está el cardenal Dionigi Tettamanzi, a quien Francisco saluda con gran afecto. Es un momento central de la visita del Pontífice a la diócesis ambrosiana: el diálogo con los sacerdotes y monjas. Además de algunos representantes de otras confesiones cristianas, está presenta una pequeña delegación musulmana. Francisco, que conocía ya las preguntas que le habrían hecho, preparó unos apuntes escritos, pero fue completándolos añadiendo reflexiones espontáneas.
«Cada época histórica, desde los primeros tiempos del cristianismo, ha estado sometida constantemente a múltiples desafíos», explicó Francisco. «No debemos temer los desafíos, hay que tomarlos como el buey, ¡por los cuernos! ¡No los teman! Es bueno que existan, porque nos hacen crecer, son signo de fe viva, de una comunidad que busca a su Señor y que tiene los ojos y los corazones abiertos». El papa añadió: «Debemos más bien temer una fe sin desafíos, una fe que se considera completa, todo hecho, como si todo ya se hubiera dicho y hecho. Esta fe no sirve. Los desafíos nos ayudan para que nuestra fe no se vuelva ideológica. Siempre las ideologías crecen y germinan cuando uno cree que tiene la fe ya completa». Los desafíos «nos salvan de un pensamiento cerrado y definido, y nos abren a una comprensión más amplia del hecho revelado».
Por una cultura de la diversidad
«Creo que la iglesia –dijo el Papa–, en el arco de toda su historia, tiene mucho que enseñarnos y para ayudarnos para una cultura de la diversidad. El Espíritu Santo es el Maestro de la diversidad. La Iglesia, a pesar de ser una, es multiforme. La Tradición eclesial tiene una gran experiencia sobre cómo “administrar” lo múltiple dentro de su historia y de su vida. Hemos visto y vemos muchas riquezas y muchos horrores/errores». Francisco invitó a ver el mundo «sin condenarlo y sin santificarlo, reconociendo los aspectos luminosos y los aspectos oscuros. Así como ayudándonos a discernir los excesos de uniformidad o de relativismo». No hay que confundir, continuó, «unidad con uniformidad», ni «pluralidad con pluralismo». Lo que se trata de hacer es «reducir la tensión y cancelar el conflicto o la ambivalencia a la que somos sometidos en cuanto seres humanos», pero «tratar de eliminar uno de los polos de la tensión es eliminar la manera en la que Dios quiso revelarse en la humanidad de Su Hijo».
Formar al discernimiento
«La cultura de la abundancia a la que estamos sometidos –continuó el Papa– ofrece un horizonte de muchas posibilidades, presentando todas como válidas y buenas. Nuestros jóvenes están expuestos a un “zapping” constante». Francisco considera que está «bien enseñarles a discernis, para que tengan los instrumentos y los elementos que les ayuden a recorrer el camino de la vida sin que se extinga el Espíritu Santo que está en ellos». Cuando se es niño, continuó, «es fácil que el papá y la mamá digan lo que debemos hacer, y está bien. Pero mientras vamos creciendo, en medio de una multitud de voces en la que aparentemente todos tienen razón, el discernimiento de lo que nos conduce a la resurrección, a la vida y no a una cultura de muerte, es crucial».
Los diáconos no son «medios curas»
Respondiendo a la pregunta de un diácono permanente, el Papa advirtió que no hay que considerar «a los diáconos como “medio curas” y “medio laicos”. Este es un peligro, ¿eh? Al final no están ni aquí ni allá. Verlos así nos hace daño y les hace daño».
Existe el peligro del clericalismo, añadió Francisco, y «a veces parece casi que el diácono toma el sitio del sacerdote». La otra tentación «es la del funcionalismo, un chico que sirve para cien tareas. No, ustedes –añadió– tienen un carisma claro en la Iglesia y deben custodiarlo. El diaconato es una vocación específica, una vocación familiar que llama al servicio como uno de los dones característicos del pueblo de Dios». Los obispos, desde los tiempos de los apóstoles, tienen como tarea principal la de rezar y de anunciar la Palabra. Los diáconos siempre tienen como tarea el servicio «a Dios y a los hermanos. ¡Y cuánto camino hay que hacer en este sentido!». Además, observó Bergoglio, «no hay servicio en el altar, no hay liturgia que no se abra al servicio de los pobres, y no hay servicio a los pobres que no conduzca a la liturgia».
Pocos y ancianos, pero nunca resignados
Al final, Francisco respondió a la pregunta de una religiosa que habló sobre las dificultades por la falta de vocaciones: cada vez más pocos y cada vez más viejos. El Papa habló sobre el sentimiento de la resignación. «Sin darnos cuenta, cada vez que pensamos o constatamos que somos pocos, o en muchos casos ancianos, que experimentamos el peso, la fragilidad más que el esplendor, nuestro espíritu comienza a ser corroído por la resignación. Y la resignación después conduce a la pereza… Pocos sí, en minoría sí, ancianos sí, ¡resignados nunca!». El remedio que «restaura y da paz», añadió, es la misericordia de Dios. Cuando, por el contrario, uno se resigna o vive pensando en las glorias del pasado, «comienzan a ser pesadas las estructuras, ahora vacías, y nos dan ganas de venderlas para tener dinero para la vejez. Comienza a pesar el dinero que tenemos en el banco, y la pobreza, ¿a dónde va? Pero el Señor es bueno, cuando una congregación religiosa no va por la vía de la pobreza, normalmente el Señor envía a un ecónomo o a una ecónoma que derrumba todo, ¡y esta es una gracia!».
El «gracias» a Milán
Después el Papa salió al atrio de la Catedral para recitar el Ángelus con los fieles en la plaza. «Los saludo y les agradezco por esta calurosa acogida aquí en Milán –dijo Francisco–; la niebla ya se fue, las malas lenguas dicen que llegará la lluvia, no lo sé, yo todavía no la vedo. Muchas gracias por su afecto y les pido que recen por mí para que pueda servir al Señor y hacer su voluntad».
Andrea Tornielli en Milán.
Vatican Insider – Reflexión y Liberación