Abril 25, 2024

Vi a una Mujer Predicar

 Vi a una Mujer Predicar

He visto mujeres dirigir empresas. También las he visto jugar fútbol o triunfar como humoristas en el Festival de Viña del Mar. He visto mujeres destacar en el mundo profesional, al mando de instituciones públicas y privadas o guiando la suerte de un país. He visto mujeres conduciendo una micro, trabajando como conserjes de un edificio, haciendo guardia en el Palacio de La Moneda o pescando en alta mar. He visto mujeres valientes, enfrentadas a las FARC en la mitad de la selva, haciéndole collera al narcotráfico o denunciando la violencia y la corrupción en distintas partes del mundo. Pero nunca había visto a una mujer predicar. No al menos en una misa católica. No al menos, hasta ahora.

Pero felizmente siempre hay una primera vez. Y la mañana de este domingo, asistí a una ceremonia donde el sacerdote cedió su turno a la hora del sermón para que fuera una mujer quien entregara palabras lúcidas y hondas sobre el evangelio del día. Se trataba de la religiosa Nelly León, la capellana de la cárcel de mujeres de San Joaquín, la misma que le había dicho al Papa en su visita a esta tierra que en Chile se encarcela la pobreza.

Fue el día de la solidaridad y la figura del Padre Hurtado el contexto perfecto para invitar a una mujer a predicar. Fue como abrir la ventana y dejar entrar aire fresco a una casa donde antes nunca se había sentido la otra cara del sol. Con su presencia y sus palabras sencillas y cercanas, Nelly nos recordó el lado femenino de Dios, de Jesús y de su historia. De pronto, se abría en mi cabeza, y en la de tantos que estábamos ahí, una pregunta tan obvia pero tan difícil de justificar. ¿Por qué no vimos antes predicar a una mujer?

Seguramente desde lo divino habrá más de alguna respuesta. Pero desde lo humano, se hace cada vez más difícil encontrar un argumento que le impida a la mujer cumplir un rol más protagónico en la Iglesia y a los laicos disfrutar de una versión en pollera, tacos y medias.

Hace mucho he pensado que la Iglesia debe cambiar. Intuyo que no son solo los abusos y los delitos que se han cometido en ella lo que nos tiene en una profunda crisis. Pienso que el asunto es más complejo y que tiene que ver con nuestros modos de ser y de hacer iglesia. Creo, como tantos lo han dicho, que se nos perdió Jesús. Se ha puesto el énfasis en lo prohibitivo, en las normas y en el pecado y no en la esperanza de aquello nuevo que siempre puede volver a nacer.

Desde hace años he querido ver a una iglesia más humana, inclusiva y diversa. Reconozco haber pensado que nunca la vería. Pero es la iglesia de hoy – herida y rasca- y las señales de esta mañana las que reavivan la confianza.

En la misma misa donde Nelly predicaba, una persona transgénero llevaba el estandarte para ubicar el lugar de la comunión; una mujer traducía la misa en lenguaje de señas para un grupo de sordos; otra – ex reclusa- nos hablaba de un pasado de delincuencia y prostitución y el altar- siempre arriba- disminuía para estar más cerca de la comunidad.

Esa iglesia existe, como una pequeña brasa, y hay que soplar para que prenda, queme y vuelva, como antes, a iluminar.

Matías Carrasco

 

Editor