Octubre 8, 2024

Evangelizar en laicidad / Paul Buchet 

 Evangelizar en laicidad / Paul Buchet 

Es noticia en Italia una reunión de  representantes de la Iglesia católica con representantes de la Gran Logia masónica italiana. Fue una reunión concertada por la asociación católica “Gris”. Se conoce  la tradicional prohibición a los católicos de participar de la masonería.  Al final de esta reunión, quedó  la impresión de relaciones irreconciliables. 

Este evento  plantea el tema de la evangelización de la sociedad  cada vez  más  secularizada. Poco importa las inscripciones  de más católicos en la masonería,  es el  fenómeno  del auge del ateísmo y del agnosticismo en la sociedad que llama la atención. Sin embargo, no son  las incredulidades sino el estancamiento de la evangelización que preocupa.  Cuando se esfuma la evangelización, es la fe  cristiana que se paraliza.  El anuncio de la Buena Nueva de Cristo y de su Reino es constitutivo de la fe tanto de las instituciones como de las personas. Demasiados discursos religiosos,  acusando de incredulidad  por  la maldad del mundo  pero no se dan cuenta que están perdiendo su  propia fe porque no encuentran suficientes energías para una nueva evangelización.    

Las disposiciones para el  diálogo ecuménico  e interreligioso  no deben engañar porque no son, como tales, esfuerzos  de evangelización. El ecumenismo que se mantiene a nivel cupular  permite un reconocimiento confesional  mutuo pero sigue inoperante para  enfrentar  la pérdida de audiencia del cristianismo  en la  sociedad.  Cada instancia va a estos encuentros  por figuración  actuando  como secta y  con proselitismo y rivalidad solapada.  Su dispersión religiosa  deja a  los ciudadanos, y a los jóvenes en particular,  en una vida individualista, consumista e inmediatista sin contar que  las devociones y las redes sociales seudo cristianas  le ganan a los dirigentes religiosos.   

Los llamados a movilizarse para una nueva evangelización, los llamados del Papa Francisco por una Iglesia  “en salida”  son  palabras  proféticas.  Es de esperar que este llamado no caiga en el desierto.  Es de recordar el episodio  del evangelio que relata el envío de Jesús de sus  70 discípulos a todas las aldeas y pueblos para invitar  al Reino de Dios. A su retorno, estos discípulos  se alegraron de los resultados pero, después, Jesús tuvo que contar la  severa parábola  de los “los convidados  de piedra” que tomaron el lugar de los invitados al convite que se disculparon. ( Mateo 22, 14ss). 

 Tampoco son los problemas internos  de las instituciones religiosas que deben preocupar  mayormente  sino, repitámoslo,  es  el abandono del anuncio del  evangelio del Reino. La ignorancia religiosa de los jóvenes  es espantosa.  Las predicaciones  de sacerdotes y diáconos, en las liturgias,  dejan mucho por desear. Se habría esperado mucho más participación de las comunidades cristianas en  la solidaridad  social. Dramático  es el silencio de los actores políticos cristianos,  archivaron las doctrinas sociales eclesiásticas obsoletas  y  dejan  hablar el Papa.  La verdad es que nosotros los más viejos añoramos  los movimientos juveniles católicos de ayer,  la opción  por los pobres  y  sus discusiones. Lamentamos  sobre todo  los  deslices  de la Sociedad  sin denuncias  serias como  el juego  asqueroso de la  publicidad,  la comercialización de la Prensa y del deporte , el consumo dañino, la A I  acaparada por monopolios …

Existen criticas dispersas y  a veces un consenso tácito,  reconozcámoslo. Los cristianos deberían ser los primeros  para  movilizarse por la Paz, por la ecología, por  la igualdad  de las oportunidades, por una sexualidad y un  trabajo humano… Existe sin duda un problema de conducción y de sistema en las instituciones eclesiales que refrena e inquieta.  Se perdió personal y financiamiento  pero  la decadencia católica  deja patente el problema mayor que es  el problema de fe. Hablemos mejor de un “malentendido”  de fe. 

La primera confusión  es  la diferencia entre una fe “creída” y una fe “creyente”.  La fe creída es la fe “recibida”: un compendio  de creencias  que incluyen  la Biblia, le Nuevo Testamento, todo un desarrollo teológico,  una herencia escrituraría, doctrinal  que se puede resumir en un catecismo.  Al  bautismo, por ejemplo, se interroga acerca de la adhesión racional  a Dios Padre, Hijo y Espíritu. La respuesta  verbal “creo”, igual que el  “credo recitado  en la misa o en el culto se limita a una fe pasiva.  Se la enseña a los niños para toda la vida. En la  mayoría de los fieles , las creencias  se limitan  a algunas  prácticas rituales (bautizos, casorios, funerales).  

La fe “creyente”, ella,  es la fe  asumida  que se caracteriza por un cambio efectivo de  vida.   El creyente es un “transformado”. La fe  es  falsa  si no se  manifiesta  en “obras” visibles (Santiago 2,14ss). Por la fe, entra el cristiano  en una relación de amor a Dios (oraciones y culto) pero también en una solidaridad humana  concreta. ( I Cor, 13,13ss). La  fe nos ha sido transmitida por  las enseñanzas  del evangelio ( la fe creída)  pero también  por  los testimonios de  las obras  de nuestros antepasados (la fe creyente) que nos ha dejado santos  pero sobre todo el  aporte al desarrollo del cristianismo  impactando en  la civilización. Los  horrores y abusos de las personas y  instituciones  religiosas en la historia ( Inquisiciones, guerras de religiones…) escandalizaron en la historia y  escandalizan hoy día  los abusos clericales y la divisiones de la cristiandad porque son traiciones del  cristianismo. Pero “no botemos el niño con el agua del baño”  y  trabajemos por  aclarar  los  serios malentendidos de fe que existen. 

Lo primero fue exagerar la inteligencia de la fe. El afán de “verdad racional” ha mal educado muchos  cristianos y sobretodo eclesiásticos que  buscan  salvar la divinidad con  explicaciones  sobre la trascendencia  y  lo sobrenatural.   Jesucristo  es “persona”.   Dios  se hizo “carne”. Creer en hechos que ocurrieron 2000 años atrás, sostener que  Jesús existió efectivamente, que hizo los milagros, organizó apóstoles, resucitó, instituyó la Iglesia … es una  convicción  insuficiente.  También, muchas  espiritualidades sentimentales  son erróneas porque  distancian a Dios interponiendo cantidades de mediaciones para relacionarse con Él. Hay devociones  que cautivan más que las relaciones personales con Dios. El error  se encuentra  en la prepotencia  que busca  apropiarse  e imponer sus creencias, entender la fe como una condición, un  derecho, un privilegio para conseguir beneficios personales. La fe invierte esta manera  torpe de pensar. La fe es un  salir de sí mismo, la fe  es  un “donde Dios, la fe es  gracia divina, es el Amor de Dios que nos amó primero para promovernos a amar el prójimo.  

La disposición receptiva de fe es diferente, no cómo  la que se buscó, antaño con las direcciones  espirituales. La formación que se quiere  otorgar a los laicos y la  participación  en movimientos  espirituales ha creado a menudo  un malentendido de fe,  han desafiliado  a los laicos cristianos  de sus tareas  de evangelización . Cabe parafraseando un místico y decir: “si estás en meditación y te encuentras con un hermano sin fe, deja allí tu meditación y  vaya a dialogar con tu hermano, el Dios que encontraras con él  es mas autentico que él de tu meditación”.  

    La evangelización empieza  por casa.  Cada cristiano tiene en su vida  ámbitos donde Dios y el evangelio, honestamente,  no caben.  Son estos espacios paganos que  requieren ser  evangelizados primeros.  Esos   ámbitos herméticos  a la fe, quizás son el sexo, la pareja, el dinero, el trabajo, la política… Son nuestras desafíos  como evangelizadores, los nuestros que son los mismos de la sociedad. Conviene callar la religiosidad  acostumbrada  para escuchar  los llamados personales de Jesús en la sinceridad de nuestros diálogos con Jesús.  

 Para la evangelización,  el aprendizaje  de diálogo  es imprescindible.  Después de la invitación del Papa Francisco para una Iglesia “en salida”, su promoción de  los diálogos sinodales   es orientador. Esta metodología  de dialogo podrá  contagiar todas las pastorales de la Iglesia si logra “salir” de verdad.   

Lo primero  será  recordar algo que hemos olvidado. El  Concilio Vaticano II  tuvo una  frase memorable y dijo: “Los gozos, las esperanzas, las tristezas, las angustias  de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas, y angustias de los discípulos de Cristo. “ (Gaudium et spes).  Esta convicción de esta solidaridad humana  es primordial.  Escuchar y compartir  las vivencias  de los hombres  es el primer paso de  la evangelización. En las reuniones de Acción católica de antaño se pedía a los militantes  abrir los ojos y VER la realidad de sus compañeros de trabajo.  La teología  de la Liberación denunciaba  las situaciones de injusticias sociales para después articular la fe de las comunidades para los cambios sociales necesarios.  La teología de la secularización se puso más radical y  para compartir  las realidades de la vida  humana y reconstruir una fe , pedía a los creyentes  dejar sus ideas tradicionales  de  Dios “en pausa”  para  denunciar  sus  falsificaciones   y lograr una  mejor  inteligencia de fe profundizando las realidades humanas .  

La laicidad actual de la sociedad no es adversaria, es el lugar  donde compartir  la gran idea del Concilio  Vaticano II: la importancia de las realidades terrestre en la venida del Reino de Dios.  Las complicaciones humanas, hasta lo peor que existe,  no son obstáculos a la fe, son  oportunidades   para  abrir caminos de salvación. La evangelización puede denunciar maldades  pero las declaraciones condenatorias  no serán jamás buena noticia.   

Son los temas existenciales, cualquier sean,   que se presentan como  desafíos para dar a conocer Cristo. Que uno se encuentre  en su  introspección personal, en redes sociales, en  conversaciones, en comunidades, en reuniones de cualquier  tipo, todas la situaciones son ocasiones de evangelización.  Por cierto  algunas metodologías de dialogo pueden ayudar. Se puede  resumirlas : un silencio de lo propio  para escuchar y hacer hablar,  recoger las distintas interpretaciones sin conflictos  de opiniones, y  la paciencia,  hasta poder  aportar su fundamentación  en Cristo.   

En San Juan 17, 20, Jesús pedía a su Padre: “No ruego sólo por estos (mis apóstoles) sino también por  aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno…”. 

San Pablo decía: “La  ansiosa espera  de la creación  desea vivamente la revelación de los hijos de Dios”(Rom. 8 19ss).  

Metodológicamente.  

 Partir  dándose  cuenta  del ánimo o del sentimiento en que se encuentra en este instante de diálogo. 

En seguida,  es importante  hacer un auto-silencio  para las ideas propias que se tiene en el tema que se abrió para dialogar. Un silencio  para escuchar al otro(s), buscando entender  lo que dicen o viven, también para hacer preguntas  acertadas para  mejor comprensión de cada pensamiento ajeno.  

Enseguida conviene dar anchura al tema aportando cuantas informaciones se puede  para mejor comprensión.  

Poco a poco hacer referencia a opiniones y  interpretaciones al respecto y pedir a cada participante su propia comprensión, su postura  frente a lo conversado. 

Y por último, le corresponde al evangelizador aportar su interpretación fundamentada en el evangelio y en Cristo.  Y si  es posible: proyectar lo conversado ya sea una continuación del diálogo, ya sea una acción posible. 

Paul Buchet

Editor