Evangelizar en laicidad / Paul Buchet
Es noticia en Italia una reunión de representantes de la Iglesia católica con representantes de la Gran Logia masónica italiana. Fue una reunión concertada por la asociación católica “Gris”. Se conoce la tradicional prohibición a los católicos de participar de la masonería. Al final de esta reunión, quedó la impresión de relaciones irreconciliables.
Este evento plantea el tema de la evangelización de la sociedad cada vez más secularizada. Poco importa las inscripciones de más católicos en la masonería, es el fenómeno del auge del ateísmo y del agnosticismo en la sociedad que llama la atención. Sin embargo, no son las incredulidades sino el estancamiento de la evangelización que preocupa. Cuando se esfuma la evangelización, es la fe cristiana que se paraliza. El anuncio de la Buena Nueva de Cristo y de su Reino es constitutivo de la fe tanto de las instituciones como de las personas. Demasiados discursos religiosos, acusando de incredulidad por la maldad del mundo pero no se dan cuenta que están perdiendo su propia fe porque no encuentran suficientes energías para una nueva evangelización.
Las disposiciones para el diálogo ecuménico e interreligioso no deben engañar porque no son, como tales, esfuerzos de evangelización. El ecumenismo que se mantiene a nivel cupular permite un reconocimiento confesional mutuo pero sigue inoperante para enfrentar la pérdida de audiencia del cristianismo en la sociedad. Cada instancia va a estos encuentros por figuración actuando como secta y con proselitismo y rivalidad solapada. Su dispersión religiosa deja a los ciudadanos, y a los jóvenes en particular, en una vida individualista, consumista e inmediatista sin contar que las devociones y las redes sociales seudo cristianas le ganan a los dirigentes religiosos.
Los llamados a movilizarse para una nueva evangelización, los llamados del Papa Francisco por una Iglesia “en salida” son palabras proféticas. Es de esperar que este llamado no caiga en el desierto. Es de recordar el episodio del evangelio que relata el envío de Jesús de sus 70 discípulos a todas las aldeas y pueblos para invitar al Reino de Dios. A su retorno, estos discípulos se alegraron de los resultados pero, después, Jesús tuvo que contar la severa parábola de los “los convidados de piedra” que tomaron el lugar de los invitados al convite que se disculparon. ( Mateo 22, 14ss).
Tampoco son los problemas internos de las instituciones religiosas que deben preocupar mayormente sino, repitámoslo, es el abandono del anuncio del evangelio del Reino. La ignorancia religiosa de los jóvenes es espantosa. Las predicaciones de sacerdotes y diáconos, en las liturgias, dejan mucho por desear. Se habría esperado mucho más participación de las comunidades cristianas en la solidaridad social. Dramático es el silencio de los actores políticos cristianos, archivaron las doctrinas sociales eclesiásticas obsoletas y dejan hablar el Papa. La verdad es que nosotros los más viejos añoramos los movimientos juveniles católicos de ayer, la opción por los pobres y sus discusiones. Lamentamos sobre todo los deslices de la Sociedad sin denuncias serias como el juego asqueroso de la publicidad, la comercialización de la Prensa y del deporte , el consumo dañino, la A I acaparada por monopolios …
Existen criticas dispersas y a veces un consenso tácito, reconozcámoslo. Los cristianos deberían ser los primeros para movilizarse por la Paz, por la ecología, por la igualdad de las oportunidades, por una sexualidad y un trabajo humano… Existe sin duda un problema de conducción y de sistema en las instituciones eclesiales que refrena e inquieta. Se perdió personal y financiamiento pero la decadencia católica deja patente el problema mayor que es el problema de fe. Hablemos mejor de un “malentendido” de fe.
La primera confusión es la diferencia entre una fe “creída” y una fe “creyente”. La fe creída es la fe “recibida”: un compendio de creencias que incluyen la Biblia, le Nuevo Testamento, todo un desarrollo teológico, una herencia escrituraría, doctrinal que se puede resumir en un catecismo. Al bautismo, por ejemplo, se interroga acerca de la adhesión racional a Dios Padre, Hijo y Espíritu. La respuesta verbal “creo”, igual que el “credo recitado en la misa o en el culto se limita a una fe pasiva. Se la enseña a los niños para toda la vida. En la mayoría de los fieles , las creencias se limitan a algunas prácticas rituales (bautizos, casorios, funerales).
La fe “creyente”, ella, es la fe asumida que se caracteriza por un cambio efectivo de vida. El creyente es un “transformado”. La fe es falsa si no se manifiesta en “obras” visibles (Santiago 2,14ss). Por la fe, entra el cristiano en una relación de amor a Dios (oraciones y culto) pero también en una solidaridad humana concreta. ( I Cor, 13,13ss). La fe nos ha sido transmitida por las enseñanzas del evangelio ( la fe creída) pero también por los testimonios de las obras de nuestros antepasados (la fe creyente) que nos ha dejado santos pero sobre todo el aporte al desarrollo del cristianismo impactando en la civilización. Los horrores y abusos de las personas y instituciones religiosas en la historia ( Inquisiciones, guerras de religiones…) escandalizaron en la historia y escandalizan hoy día los abusos clericales y la divisiones de la cristiandad porque son traiciones del cristianismo. Pero “no botemos el niño con el agua del baño” y trabajemos por aclarar los serios malentendidos de fe que existen.
Lo primero fue exagerar la inteligencia de la fe. El afán de “verdad racional” ha mal educado muchos cristianos y sobretodo eclesiásticos que buscan salvar la divinidad con explicaciones sobre la trascendencia y lo sobrenatural. Jesucristo es “persona”. Dios se hizo “carne”. Creer en hechos que ocurrieron 2000 años atrás, sostener que Jesús existió efectivamente, que hizo los milagros, organizó apóstoles, resucitó, instituyó la Iglesia … es una convicción insuficiente. También, muchas espiritualidades sentimentales son erróneas porque distancian a Dios interponiendo cantidades de mediaciones para relacionarse con Él. Hay devociones que cautivan más que las relaciones personales con Dios. El error se encuentra en la prepotencia que busca apropiarse e imponer sus creencias, entender la fe como una condición, un derecho, un privilegio para conseguir beneficios personales. La fe invierte esta manera torpe de pensar. La fe es un salir de sí mismo, la fe es un “don “de Dios, la fe es gracia divina, es el Amor de Dios que nos amó primero para promovernos a amar el prójimo.
La disposición receptiva de fe es diferente, no cómo la que se buscó, antaño con las direcciones espirituales. La formación que se quiere otorgar a los laicos y la participación en movimientos espirituales ha creado a menudo un malentendido de fe, han desafiliado a los laicos cristianos de sus tareas de evangelización . Cabe parafraseando un místico y decir: “si estás en meditación y te encuentras con un hermano sin fe, deja allí tu meditación y vaya a dialogar con tu hermano, el Dios que encontraras con él es mas autentico que él de tu meditación”.
La evangelización empieza por casa. Cada cristiano tiene en su vida ámbitos donde Dios y el evangelio, honestamente, no caben. Son estos espacios paganos que requieren ser evangelizados primeros. Esos ámbitos herméticos a la fe, quizás son el sexo, la pareja, el dinero, el trabajo, la política… Son nuestras desafíos como evangelizadores, los nuestros que son los mismos de la sociedad. Conviene callar la religiosidad acostumbrada para escuchar los llamados personales de Jesús en la sinceridad de nuestros diálogos con Jesús.
Para la evangelización, el aprendizaje de diálogo es imprescindible. Después de la invitación del Papa Francisco para una Iglesia “en salida”, su promoción de los diálogos sinodales es orientador. Esta metodología de dialogo podrá contagiar todas las pastorales de la Iglesia si logra “salir” de verdad.
Lo primero será recordar algo que hemos olvidado. El Concilio Vaticano II tuvo una frase memorable y dijo: “Los gozos, las esperanzas, las tristezas, las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas, y angustias de los discípulos de Cristo. “ (Gaudium et spes). Esta convicción de esta solidaridad humana es primordial. Escuchar y compartir las vivencias de los hombres es el primer paso de la evangelización. En las reuniones de Acción católica de antaño se pedía a los militantes abrir los ojos y VER la realidad de sus compañeros de trabajo. La teología de la Liberación denunciaba las situaciones de injusticias sociales para después articular la fe de las comunidades para los cambios sociales necesarios. La teología de la secularización se puso más radical y para compartir las realidades de la vida humana y reconstruir una fe , pedía a los creyentes dejar sus ideas tradicionales de Dios “en pausa” para denunciar sus falsificaciones y lograr una mejor inteligencia de fe profundizando las realidades humanas .
La laicidad actual de la sociedad no es adversaria, es el lugar donde compartir la gran idea del Concilio Vaticano II: la importancia de las realidades terrestre en la venida del Reino de Dios. Las complicaciones humanas, hasta lo peor que existe, no son obstáculos a la fe, son oportunidades para abrir caminos de salvación. La evangelización puede denunciar maldades pero las declaraciones condenatorias no serán jamás buena noticia.
Son los temas existenciales, cualquier sean, que se presentan como desafíos para dar a conocer Cristo. Que uno se encuentre en su introspección personal, en redes sociales, en conversaciones, en comunidades, en reuniones de cualquier tipo, todas la situaciones son ocasiones de evangelización. Por cierto algunas metodologías de dialogo pueden ayudar. Se puede resumirlas : un silencio de lo propio para escuchar y hacer hablar, recoger las distintas interpretaciones sin conflictos de opiniones, y la paciencia, hasta poder aportar su fundamentación en Cristo.
En San Juan 17, 20, Jesús pedía a su Padre: “No ruego sólo por estos (mis apóstoles) sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno…”.
San Pablo decía: “La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios”(Rom. 8 19ss).
Metodológicamente.
Partir dándose cuenta del ánimo o del sentimiento en que se encuentra en este instante de diálogo.
En seguida, es importante hacer un auto-silencio para las ideas propias que se tiene en el tema que se abrió para dialogar. Un silencio para escuchar al otro(s), buscando entender lo que dicen o viven, también para hacer preguntas acertadas para mejor comprensión de cada pensamiento ajeno.
Enseguida conviene dar anchura al tema aportando cuantas informaciones se puede para mejor comprensión.
Poco a poco hacer referencia a opiniones y interpretaciones al respecto y pedir a cada participante su propia comprensión, su postura frente a lo conversado.
Y por último, le corresponde al evangelizador aportar su interpretación fundamentada en el evangelio y en Cristo. Y si es posible: proyectar lo conversado ya sea una continuación del diálogo, ya sea una acción posible.
Paul Buchet