Abril 26, 2024

Infancia y educación de la fe: aportes para la catequesis

 Infancia y educación de la fe: aportes para la catequesis

La infancia y la juventud son épocas críticas dentro de la vida humana. La infancia, por un lado, es la apertura al mundo a través de las preguntas, los juegos, las dinámicas lúdicas. Pero también la infancia es vulnerable y vulnerada. Por su parte, la juventud – adolescencia es la etapa en la cual nos vamos definiendo personal, sexual, colectiva, religiosa, cultural, política, socialmente. Varios autores han hablado de la infancia como una metáfora que propone una ruptura epistemológica (de pensamientos y conocimientos) en vista a lo nuevo, a una nueva época, sociedad y cultura (Carbullanca 2015, De Certeau 2005, Agamben 2004, Arendt 2008, Panotto 2016).

Las metáforas representan un tipo de lenguaje, sobre todo poético. Lo poético significa construir, edificar, crear algo que no había antes. Poética viene del griego poiesis que significa “construir, crear”. Jesús mismo es un poeta. En Marcos 3,16 se lee: “(Jesús) instituyó/creó a los Doce” (1). Jesús es el gran poeta de Dios, es el que es capaz de “crear nuevas todas las cosas” (Ap 21,5), del hombre viejo hacer surgir por su resurrección al hombre nuevo. Y Jesús también actualiza la metáfora. Entiendo metáfora  como un ir más allá (meta) de lo común, del espacio público habitual (foro). Es la capacidad de dar el paso de lo estático a lo dinámico, de lo viejo a lo nuevo, de la vivencia de una ruptura epistemológica, eclesiológica, teológica, catequética.

La metáfora propone una nueva realidad. La infancia y la juventud nos están urgiendo a asumir una nueva forma de vivir la experiencia del Dios que nos ha hablado en la voz de su poeta Jesucristo. La metáfora, la fábula, la poesía, están en cierto sentido relacionados con el imaginario de la locura. El poeta, el juglar, el cuentacuentos constituyen al loco que rompe los esquemas establecidos. Jesús es el poeta de Dios que cuenta la “metáfora” del Reino, del Padre que perdona, de la levadura y la sal, de la luz y de la red de pesca. Y por decir sus metáforas fue condenado y muerto por los legisladores de su tiempo, por aquellos que se cerraron a la irrupción de una nueva realidad.

En este sentido es que la metáfora es contracultural, porque desafía al establishment. La metáfora amplía el sentido de las palabras. Así lo hace notar el filósofo francés Paul Ricoeur cuando sostien que ella “representa la amplitud o prolongación del sentido de un nombre por medio de la desviación del sentido literal de las palabras” (2). Por ello la metáfora es rupturista, quiebra esquemas, supera lógicas añejas, del “porque siempre se ha hecho así”, tentación tan recurrente en nuestra Iglesia. El temor a lo nuevo es lo contrario a la metáfora.

Esta ampliación del sentido, tiene que ver con una ampliación de la mirada y con el reconocimiento de otros aspectos considerados marginales. Uno de ellos es la tentación de que consideremos que los niños y jóvenes no tienen una experiencia previa de Dios, como que a ellos Dios no ha hablado. Los asumimos como sujetos pasivos a los cuales, y de modo muy conductista, les entregamos una lista de enunciados teológicos, doctrinales, eclesiales pero que no hacen eco significativo en sus propias vidas. Antes de seguir la lógica de la pasividad eclesial, los catequistas hemos de apostar por la lógica del encuentro que se sustenta cristológicamente en la Encarnación. Al final de los tiempos Dios nos habló por medio de su Hijo (Cf. Heb 1,1-2), que nació de mujer (Cf. Gal 4,4) y que cohabitó entre nosotros (Cf. Jn 1,14).

Y Dios aconteció en un niño recién nacido y recostado en un pesebre (Cf. Lc 2,7). La lógica de la pedagogía de Dios comienza en la indefensión de Belén. El amor de Dios por los hombres se juega en el rostro de un niño, y luego de un jovencito que comparte con los adultos su propia experiencia de sentirse Hijo de Dios (Cf. Lc 2,41-50). En virtud de ello, nuestra catequesis debe asumir que los niños y los jóvenes son espacio de Dios, son un lugar en el cual Dios está actuando. Esto porque si seguimos al mismo poeta de Nazaret, “el que recibe a uno de estos pequeños me recibe a mí, y recibiéndolo recibe al que me envió” (Mc 9,37). Cada vez que acogemos a nuestros niños y jóvenes en nuestras catequesis es al mismo Jesús de Nazaret al que hacemos parte de nuestra vida. Por ello es intolerable el abuso contra los indefensos. El mismo Jesús lo sentencia: “Ay del que escandalice a uno de estos pequeños. Es preferible que se le ate una piedra de molino (3) y que sea arrojado al mar” (Mt 18,6).

Los catequistas hemos de recuperar una “espiritualidad que honre la realidad de la niñez” (4) y nosotros agregamos de la juventud. Esta espiritualidad que mira con amor y respeto a la niñez también rompe modelos. Tirsa Ventura, teóloga costarricense habla con razón de una “espiritualidad desde rupturas epistemológicas” (5). A nuestro entender es necesario recuperar el sentido integral del cristianismo desde la superación de la excesiva razón para dar espacio a los sentimientos, sensaciones, a los juegos, a las preguntas y a las experiencias de Dios que nacen desde abajo y desde adentro, todo ello como forma de espiritualidad. Por ello Ventura comenta que “la espiritualidad permite que los seres humanos, hombres y mujeres, puedan hallar sentido y valor a lo que hacemos y experimentamos. Lleva implícita el dinamismo que hace posible el surgir de las emocionalidades, de la ternura que permite el relacionar y también el reflexionar. Permite que los seres humanos sean creativos, cambien las reglas o alteren las situaciones. Y con esto, emerge la transformación como indicador del sentido que imprime la presencia de una Espiritualidad” (6).

Cuando hay espiritualidad hay presencia de la fuerza volcánica del Espíritu (Víctor Codina), de la ruah que va, corre, salta, quiebra esquemas, recrea el mundo, le da aliento de vida a Adán, es enviada por Cristo en la resurrección y envía a los discípulos luego de la Ascensión de Jesús. Asumir el desafío de la espiritualidad con la niñez y la juventud supone reconocer que el Espíritu de Jesús está creando algo nuevo. Hay una invitación a practicar espacios de ternura, de preocupación y transformación desde los niños y jóvenes y con los niños y jóvenes. Es importante vivir estos espacios de convivialidad, ya que nuestras parroquias no son vistas precisamente como un lugar seguro. Los escándalos nos han remecidos, pero justamente esa crisis es oportunidad de cambio. Hemos de crear la conciencia real, no ilusoria, de que cuando los niños y los jóvenes, y todos los que llegan a nuestra parroquia se sentirán “como en casa”. Hemos de demostrar con palabras pero más con hechos que nuestras catequesis son espacios de aprendizaje significativo de Dios a partir de la recuperación de las experiencias previas de lo religioso. Ese es un buen aspecto para reconocer la ternura y la habitabilidad de nuestras comunidades.

Resumiendo: Los niños y jóvenes constituyen el modelo de una sociedad igualitaria, fraterna y comunitaria. Los catequistas hemos de asumir esas lógicas de integridad e integración y desde ellas lograr aprendizajes significativos en materia de fe (enunciados teológicos) pero sobre todo un encuentro transformador con Cristo. Dicho encuentro provoca la construcción de espacios catequéticos de ternura y de libertad. La lógica de la Encarnación (carácter cristocéntrico de nuestra fe) apuesta por la renovación del tiempo y de nuestras prácticas pastorales desde abajo y desde adentro.

Referencias

El original griego: “Kai epoiesen tous dódeka” (E hizo a los doce)

Paul Ricoeur, Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido (Buenos Aires, Siglo XXI 20066), 61.

Las piedras de molino del tiempo de Jesús pesaban aproximadamente tres cuartos de tonelada.

Nicolás Panotto, De juegos que hablan de Dios. Hacia una teología de la niñez latinoamericana (Sociedades Bíblicas Unidas, Quito 2016), 53.

Tirsa Ventura, “Hablar de espiritualidad desde rupturas epistemológicas. Una propuesta para pensar en la Espiritualidad de Jesús” en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana 65 (2011) 41-4.

Tirsa Ventura, “Hablar de espiritualidad”, p.43.

Juan Pablo Espinosa Arce

Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule) – Chile.

 

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