Octubre 7, 2024

Carta a María de Magdala

 Carta a María de Magdala

Te la escribo, mi querida María, no con el teclado intelectual y frío de mi ordenador, sino con el cálido y efusivo cálamo del sentimiento.

Por eso no voy a entrar en medievales caducas disputas otoñales de teólogos misóginos que, del Evangelio, apenas han llegado a entender una vacua literalidad robótica, viuda de espíritu y de vida. Lo sentenció uno de mis contemporáneos: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”, dijo el zorro. “Lo esencial es invisible a los ojos”, repitió len-ta-men-te el Principito a fin de recordarlo.

Una postura provocadoramente heterodoxa que te brindo y que a ti te sonará, sin duda, a repicar de gloria en las entrañas. Cuanto te diga ha sido vendimiado en las viñas ya añejas de las mías. No es un fruto que se pueda comprender solo con el intelecto. Su principal artífice y exégeta ha sido el sentimiento. Te he admirado siempre surfeando en la impetuosa ola de una atrevida y desafiante espiritualidad. Contigo, el escándalo de los farisaicamente píos estaba siempre servido.

Eras como las siete cuerdas inferiores de una viola d´amore que, en efecto de resonancia, vibrabas en sonido inconsútil con la melodía salida del arco de tu Jesús amado. Porque todo era nupcial en aquel canto. Tan nupcial como lo entonó el Cantar de los Cantares, los místicos Rumí y Juan de la Cruz o –¡beatos, tapaos los oídos!- el propio Kamasutra.

Fueron avaros los Canónicos contigo por mor de un Jesús divino –que terrenalmente lo era- y diluyeron tu nítida figura en la acuarela goyesca de otros personajes presentes en el escenario del Nuevo Testamento. Desdibujaron así tu perfil histórico, que resultó un centón tejido de Leyendas, de la Tradición y de los Apócrifos.

No me importa que tu biografía pudiera llevar por título el de “Tres personajes en busca de un autor”, como cabría concluir de la referencia evangélica a tres Marías. Ni tampoco me fascinan los relatos, más o menos verosímiles, extra neotestamentarios. Me sulibella, en cambio –es solo una fantasía de mi calenturienta mente- el sueño de un Jesús cumpliendo el mandato genesíaco de “creced y multiplicaos”, contigo.

Muchos novelistas, poetas y Cineastas de hoy así os han visto. Me uno plenamente a ellos y deseo ardientemente que su inspiración hubiera sido realidad. ¡Un Jesús plenamente divino por plenamente humano, Hijo del Hombre como tú, venturosa María, y como yo! Tú, la más afortunada de todos porque pudiste ser la Amada. Seguro que ambos erais quienes de él y de ti cantó Kabir en uno de sus versos:

“Óyeme, amiga mía: Él comprende quién lo ama.
Si no languideces de amor por el Único Bienamado,
es inútil que adornes tu cuerpo;
es en vano que te pongas ungüento sobre los párpados”.

Te gustaba mostrarte como eras: el frasco de aroma lo reservaste para ungir su cabeza en Betania y sus pies con amorosas lágrimas en casa de Simón el fariseo, secándolos después en plenitud de mimo con tus dorados cabellos. Fuiste la última en abandonar el Gólgota y la primera en descubrir dentro de ti la experiencia pascual de un Jesús resucitado. También entonces lloraste “porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”.

Tengo un Maestro budista llamado Thich Nhat Hahn (perdón por el nombre, pero es que es vietnamita, ¿sabes?). Hace muy poco he pasado una semana con él. Fíjate qué cosas tan maravillosas –y tú las has vívido- le oí decir del tuyo: “Si fuéramos a sentarnos cerca de Jesús y le mirásemos a los ojos (¡envidia me das, María¡) tendríamos una oportunidad más grande de ser salvados que leyendo sus palabras”.

En el altar de su ermita del Monasterio de Plum Village en Francia, se encuentran imágenes tanto de Buda como de Jesús. Me consta que en el Benediktushof de Willigis Jäger ocurre lo mismo. No he tenido la oportunidad de visitar la capilla privada del Papa en el Vaticano, pero quizás Benedicto XVI -¡¿será posible?!- también los tenga.

Bueno, querida Magda, me place pensar que fuisteis una pareja normal de una época normal, aunque trascendiendo en vuestro interior lo puramente nacional y étnico fuera de lo normal. Me defraudarías, si me dijeras que todo fue ideal entre vosotros. Me mola más pensar que en vuestra convivencia diaria no faltaron primaveras y otoños, sol y nubes, que os ayudaron a crecer en plenitud como personas.

¿Es que no reflejó acaso San Pablo en su Carta primera a Timoteo el pensamiento de tu Jesús acerca de todo esto?: “Pero es preciso que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, cortés, hospitalario, capaz de enseñar, no dado al vino, no pendenciero, sino ecuánime; no provocador ni amigo del dinero, que sepa gobernar bien su casa, que tenga hijos que le obedezcan y respeten”. También lo repitió de los diáconos en la de Tito.

Vicente Martínez

Editor