Diciembre 14, 2024

¿De dónde sacar esperanza?

 ¿De dónde sacar esperanza?

P. Marcos Buvinic).-

En medio de un presente confuso y ante un futuro incierto, esa es la pregunta que atenaza a muchos: ¿de dónde sacar esperanza, dónde encontrarla, hacia dónde volverse?

La necesidad de esperanza se vuelve apremiante a medida que pasan los días, las semanas y los meses de la crisis viral; cuando lo que -quizás- muchos pensaron que sería una perturbación molesta, pero pasajera, se prolonga y llena de incertidumbre acerca de su duración. Poco a poco, comenzamos a darnos cuenta que la pandemia sólo terminará cuando se encuentre una cura a la infección viral, o una vacuna que proteja de la infección.

Estos meses que llevamos conviviendo con el coronavirus ha sido como estar arriba de una montaña rusa de emociones, con temores que insegurizan, con ansiedades que nos hacen actuar torpemente, con angustias económicas, con tensiones provocadas en el encierro y tensiones laborales, con cansancios y agobios porque el virus nos ha hecho darnos cuenta que es verdad que en la vida todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.

Es cierto que en este panorama desolador, también hay noticias optimistas: que hay un mayor conocimiento del virus y de cómo actúa, que hay avances en la búsqueda de la vacuna (es una carrera contra el tiempo y que mueve intereses económicos inimaginables), que -al menos en nuestra Patagonia- hay disminución de los contagios y fallecidos, los que aumentan en otras zonas del país; que hay lugares y actividades que comienzan a reactivarse en sus tareas habituales. Pero, todo eso parece un optimismo “por mientras”, que no resuelve la insistente pregunta por la esperanza.

Probablemente -y ojalá sea así- todos tenemos experiencia que cuando tenemos esperanza ella nos capacita para enfrentar y superar las mayores dificultades de la vida. Ojalá, también tengamos experiencia que la esperanza no se confunde con los buenos deseos ni con el optimismo, los cuales no cambian la realidad.

Aristóteles acuñó su famosa frase de que la esperanza es “el sueño del hombre despierto”, apelando así al realismo de la conciencia lúcida que desea aquello que es posible. Así, podemos reconocer lo que ya ha sido posible que ocurra en muchas personas, pues la crisis viral, la cuarentena, el sufrimiento de muchos nos está cambiando, nos lleva a ponernos ante las grandes preguntas de la vida; también, muchos vamos aprendiendo a pensar en “nosotros” en lugar de “yo”, porque en este naufragio colectivo nadie se salva solo; pareciera que la perturbación de la crisis viral ha tenido el poder de remecernos y hacernos más humanos.

Por eso, una semilla de esperanza aparece allí donde se manifiesta el “nosotros” y donde emerge la solidaridad, allí algo nuevo está naciendo: en el esforzado trabajo del personal de la salud, mucho más allá del cumplimiento de “una pega”, mostrándonos que la generosidad es posible y es real; en los vecinos que se preocupan de las necesidades de otros que están solos o que son mayores y no pueden salir; en el compartir solidario, tanto de las organizaciones que dan vida a ollas comunes, como de quienes se meten la mano al bolsillo en tiempos de necesidad y comparten. Así, la esperanza no es -simplemente- una apuesta por un futuro mejor, sino que es la fuerza que actúa ahora e impulsa a ir construyendo confiadamente ese mañana distinto. De todo lo nuevo que está naciendo es dónde todos podemos encontrar esperanza e inscribirnos en esas actitudes nuevas que construyen futuro.

Pero aún hay más, y un “más” que para los creyentes es fundamental: la esperanza es un don de Dios mismo que nos comunica la confianza cierta de alcanzar el buen fin de toda nuestra vida, una confianza cierta que se apoya en la fidelidad de Dios a sus promesas. Por eso, “Cristo Jesús, es nuestra esperanza” (1 Tim 1,1) y nos permite avanzar en medio de la tormenta, y apoyar y construir lo nuevo que está naciendo en toda solidaridad humana, y hacerlo con la certeza de que “nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Esta confianza cierta es el don del Espíritu de Dios que acogemos en este día de Pentecostés.

P. Marcos Buvinic

La Prensa Austral  –  Reflexión y Liberación

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